Todas las escuelas de negocios y carreras de administración de empresas
imparten una materia que denominan “Emprendeduría”, un ‘arte’ que puede
aprenderse, aunque conviene llevar dentro el germen. No hace falta insinuar la
necesidad que tiene nuestro país de emprendedores, único modo de crear riqueza
y conseguir, así, absorber una bolsa de paro sin precedentes en nuestra
historia. Sin embargo, ni todo el monte es orégano, ni todo el empresariado
actúa como tal.
Observando el panorama empresarial español se puede trazar el perfil de nuestro hombre de empresa y, simplificando los rasgos, obtener un retrato robot que, casi siempre con pinceladas negativas, ilustra cómo son y, sobre todo, qué hacen y dejan de hacer nuestros “emprendedores”, especie flagelada –y mermada- por los rigores coyunturales de la crisis económico-financiera. Simultáneamente, la población de ejemplares “sanos” parece estancada, cuando no en franco retroceso.
Empezaremos la tipología del hombre de empresa contemporáneo español con
el empresario-víctima, espécimen
abundantísimo en el colectivo empresarial de este país. Su mentalidad es
funcionarial, más motivada por la seguridad pasiva que por el trabajo. Sus
objetivos son la comodidad y el riesgo cero; la escasa inversión es su medio y,
como resultado final, el crecimiento vegetativo. En esta clasificación encajan
segundas y terceras generaciones de directivos que nunca han emprendido;
simplemente heredaron. Para este orden de la especie empresarial la iniciativa
privada, entendida como aventura, estímulo, desafío y oportunidad, es un
concepto vacío de contenido que sólo les sugiere apropiación de plusvalía y
oportunidad para el negocio fácil. La actividad en la que se muestran diestros
y a la que dedican tiempo y esfuerzos vanos es la de apropiarse el papel de
víctima. Tampoco le hacen ascos a las peregrinaciones para postrarse en el
“lobby” de turno y mendigar subvenciones-limosna. La flexibilidad laboral, mal
entendida, es su único caballo de batalla.
El empresario-inconsecuente
está en el buen camino pero no es capaz de sacudirse el lastre de los vicios
adquiridos. Conocedor de la importancia de la información, las bondades del
reciclaje y la imperiosa necesidad de subirse al tren de las nuevas
tecnologías, este ejemplar es incapaz de llevar a término las buenas ideas que
atesora. Su práctica diaria no es consecuente con una teoría que conoce pero en
la que no acaba de creer. La obsesión por el día a día despreciando el análisis
a medio y largo término le hacen ineficaz y vulnerable. Habla y dramatiza sobre
el acoso de los dragones asiáticos que revientan los precios con productos
infames, pero no es capaz de emprender el contraataque o interponer un
mecanismo de defensa. En su alucinación buscan el paraguas de papá-Estado, el
más nefasto de los empresarios que, en su atolondrada lucha del día a día, va
dejando las cargas incómodas por las cunetas.
El empresario vocacional tiene
moral de victoria, fe en el futuro, afán de superación, espíritu de aventura y
talante solidario. Valora el factor humano porque sabe que no hay barco sin
tripulación y, en vez de sobrevivir a cualquier precio, trata de sobresalir en
lo que hace. El auténtico empresario produce, vende bien, busca la mejor
financiación, se especializa, desarrolla la tecnología del producto, se sirve
del marketing, potencia su activo humano, hace cosas diferentes para evitar los
caminos trillados. En definitiva, busca la excelencia y no el mero sobrevivir.
Consciente de que es posible caer, pero convencido de que sabrá
levantarse, el empresario vocacional trabaja para modificar su entorno y, como
hombre de acción, cada día se fija nuevas metas. El hombre de empresa,
emprendedor genuino, empresario vocacional, asume retos huyendo de la inacción.
Cae, pero se levanta, y vuelve a emprender, porque pone ilusión en cuanto hace,
y tiene fe en la victoria. Haciendo honor a su nombre, el buen empresario cada
día emprende.
© Manuel Domene Cintas. Periodista
No hay comentarios:
Publicar un comentario