jueves, 28 de marzo de 2019

Trabajos que quitan el aliento

La salud pulmonar está en riesgo. En el 28 de marzo, Día Mundial de la EPOC, conviene zarandear nuestras adormecidas conciencias. La mayoría de los trabajadores goza de buena salud, hecho al que no dan la importancia que tiene. Sólo empezamos a valorar la salud cuando flaquea. En el ámbito preventivo, sabemos que prima la actuación precoz. Por este motivo llamaremos la atención sobre el supino menosprecio que estamos observando ante el repunte de las enfermedades pulmonares de origen respiratorio. 


Menudean informes por doquier que advierten de la situación. La EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) es una realidad incuestionable. En España, afecta a un 15% de los hombres y casi un 6% de las mujeres en la horquilla de edad 40-80 años. Situada en el puesto número 4 de la clasificación de ‘liquidadores’, la enfermedad pulmonar se cobra la vida de unas 18.000 personas cada año (España). La cifra es de órdago: como si se estrellasen más de 100 aviones en un año. Sin embargo, seguimos impasibles, o –aún peor- los que deben pasar a la acción preventiva han enmudecido, argumentando, por lo general, que “no se puede propalar un alarmismo injustificado”.
Hay trabajos que quitan el aliento, día a día, en silencio, provocando enfermedades crónicas a medio y largo plazo
Si no hubiera cundido la alarma en el pasado, es probable que hoy día algunos profesionales siguieran inhalando vapores de mercurio (y los siguiéramos tachando de ‘sonados’ en vez de considerarlos enfermos a causa de su trabajo), o respirando fibras de amianto a domicilio al hacer la colada de las prendas laborales del cabeza de familia.
Y aunque no es seguro que hayamos desterrado las dos lacras citadas (mercurio, amianto) como hace patente, a veces, la crónica de sucesos, observamos por toda nuestra geografía otros casos que, además de ser aún más flagrantes, forman parte de nuestro estilo de vida despreocupado, negligente… nada proclive al alarmismo ni tan siquiera a la prevención. Nos referimos a la legión de empleados de la construcción que levantan auténticas nubes de polvo silíceo en medio de la vía pública, y no llevan ni una triste mascarilla; además de contaminar a los transeúntes y residentes. Nos referimos a los agricultores que fumigan sus huertas a ‘cuerpo gentil’ para erradicar plagas, sin saber que, en realidad, se están erradicando a sí mismos al inhalar químicos nocivos porque no emplean protección respiratoria. En semejante contexto poli-tóxico nacional –que, parece, tenemos asumido-, a nadie se le escapa un grito de espanto cuando en la oficina se crea una atmósfera nociva a base de partículas ultra-finas (y ultra-respirables) de tóner por una incorrecta manipulación de los cartuchos. Aquí no pasa nada: todos gozamos de buena salud (oficialmente), hasta que nos detectan una EPOC. Aunque no somos los únicos que desafían a su suerte (véase sandblasting o abrasión con chorro de arena).

Los síntomas de alarma –que no alarmismo- pueden ser tos persistente, falta de aire, que aumenta con la solicitación física; sibilancias (pitos) al respirar; disnea (dificultad para respirar con sensación de ahogo), etc…, aunque son síntomas inespecíficos, o comunes a muchas otras enfermedades.
¡Es mucho lo que podemos hacer antes de perder el aliento de una manera tan despreocupada!


Tóxicos silenciosos
Necesitamos ser conscientes de los tóxicos que manejamos, aunque parezcan inocuos a primera vista. Por ejemplo, el diacetil es una sustancia química de uso en el sector alimentario. Lo citamos aquí en representación de los millares de sustancias químicas sensibilizantes, que actúan de forma individual y como ‘cóctel’ tóxico, suponiendo una seria afrenta a la salud respiratoria de los trabajadores de la industria alimentaria, y muchas otras.

El diacetil existe de forma natural como resultado de algunos procesos de fermentación y, por lo tanto, está presente en ciertas cervezas, vinos y productos lácteos. Sin embargo, es la utilización del diacetil como potenciador sintético del sabor  de alimentos, más que el diacetil que existe de forma natural, la que suscita inquietudes respecto a la seguridad de su uso y los efectos sobre la salud de los manipuladores. Sintetizado artificialmente, se ha venido usando durante décadas como un ingrediente saborizante de alimentos, pero contadas veces, o nunca, se lo identifica específicamente. El diacetil se usa en una amplia variedad de alimentos, como las palomitas de maíz para microondas, chips, snacks y aperitivos, confituras, comidas pre-cocinadas, productos lácteos (abarcando quesos procesados, crema agria y requesón), preparados comerciales para hornear, glaseados, aliños para ensaladas, salsas, marinadas y otros alimentos y bebidas elaborados.

miércoles, 27 de marzo de 2019

Meteoropatías: clima y salud laboral

El 23 de marzo fue el Día Mundial de la Meteorología. Ello justifica un post apuntando que el clima, como otras muchas cosas, condiciona nuestra salud y capacidad laboral.
La climatología médica (o meteoropatología) considera el clima como un factor determinante de efectos favorables o desfavorables. Todos los trabajadores son, en mayor o menor medida, meteoro-sensibles.
Nos hallamos inmersos en un entorno físico-químico (atmósfera), con características peculiares según la zona geográfica. Un trabajador no puede sustraerse a la atmósfera que le rodea como si estuviera encerrado en una campana de cristal. Por ello, la evaluación del riesgo no puede desentenderse de la meteoro-patología. Las meteoropatías (enfermedades del tiempo), son una dolencia añadida a la actividad laboral.

La meteoropatía (enfermedades del tiempo) es otra cara más del poliédrico riesgo laboral 

El análisis ergonómico de las condiciones de trabajo no puede pasar por alto todo lo relativo al entorno climatológico en que se desenvuelven los trabajadores. Nos sobran evidencias de los efectos de los golpes de calor, que cada año siegan la vida de varios trabajadores en España. Ello motiva este artículo, cuyo propósito es advertir que –además del calor- existen otros factores relacionados con la climatología (presión atmosférica, humedad, ionización, truenos, viento, radiación ultravioleta) que son determinantes para las condiciones de trabajo, y pueden representar un cierto grado de incapacidad puntual (meteoropatía) dependiendo de la sensibilidad del trabajador a los fenómenos atmosféricos. En este sentido, cabe indicar que la evaluación de los puestos de trabajo debería contemplar todo lo relativo al puesto, sin obviar el área de lo meteoro-patológico que, por efectos de una climatología de cambios abruptos, pone a prueba a muchos trabajadores.
Como ejemplos, citaremos los casos de los trabajadores de servicios de emergencias: los bomberos, sanitarios, socorristas, pilotos de hidroaviones, etc. pueden estar luchando en su tajo mientras se enfrentan a un episodio de meteoropatía en sus propias carnes. Los huracanes sin precedente de este año en el Caribe (Harvey e Irma) –con vientos de 300 kilómetros/hora- suponen una agresión añadida a los trabajadores que han intervenido, con independencia de su susceptibilidad individual ante los fenómenos meteorológicos.
Michael Crane, profesor de medicina preventiva en la Escuela Monte Sinaí (Nueva York), cree que es imposible predecir quién se enfermará trabajando en un servicio de emergencia, puesto que “la ciencia –dice- aún no es capaz de usar la información genética, los bio-marcadores o el historial familiar como herramienta predictiva”.

Adaptación permanente
El cuerpo humano debe adaptarse (homeostasia) a las variaciones que le afectan. Y, como consecuencia de ello, está sujeto a trastornos y enfermedades, cuyo estudio es importante para la salud general y la laboral. Ya Hipócrates observó que el sol, el agua, los vientos y otros factores climáticos tenían un peso importante en el mantenimiento y en la recuperación de la salud. De hecho, es innegable que la composición de la atmósfera más cercana es trascendente para todo ser vivo por su contenido en oxígeno, carbono, nitrógeno, gases inertes, ionización, temperatura, humedad, nieblas y nubes, precipitaciones, vientos… A lo que cabe añadir parámetros geológicos o telúricos, como la constitución del suelo, configuración, latitud, altitud, distribución de mares y tierras, vegetación, geo-magnetismo, etc. Los seres humanos nos desenvolvemos en ese marasmo de factores ambientales, que condicionan nuestra salud y desempeño laboral. 
Las variables meteorológicas tienen una repercusión en el cuerpo, lo que explica que ciertas personas actúen como ‘barómetros meteorológicos’
No es lo mismo trabajar en un campo de experimentación de la Antártida que en una plantación agrícola del trópico; en una estación de montaña de los Alpes o en una mina a cientos de metros en las entrañas de la tierra.
En su ensayo “Distrés meteorológico”, el Dr. Antonio Paolasso argumenta la interrelación del cuerpo humano y los fenómenos atmosféricos a partir de la afirmación de Petersen de que “si hay un organismo construido para actuar como caja de resonancia de los fenómenos cósmicos, éste es el cuerpo humano”.

El entorno que nos rodea en el trabajo
A efectos de la meteoropatología y su enfoque clínico cabe considerar los siguientes factores relacionados con el aire y nuestro entorno vital:
·Presión atmosférica
La presión aumenta durante los anticiclones afectando a las neumo-patologías o enfermedades respiratorias (dificultad para respirar, aumento de la polución). En cambio, las bajas presiones aceleran el ritmo respiratorio y aumentan el volumen de aire inspirado, produciéndose una hiperventilación. Se incrementa el ritmo cardíaco y el flujo de salida de la sangre. Las personas con alteración de los sistemas respiratorio y cardiovascular no deben vivir a grandes altitudes, porque no pueden llevar a cabo las adaptaciones requeridas. En el ámbito laboral se contempla una dolencia como el disbarismo, que puede afectar a personas que trabajan en lugares de baja presión atmosférica (estaciones de esquí, por ejemplo).

·Temperatura
Sabemos que el calor excesivo incrementa la sudoración, con la consiguiente pérdida de agua y electrólitos. El frío, compensado con pilo-erección, temblores y trabajo muscular, tiene también repercusiones claras y concretas en el organismo. Nuestro cuerpo, que es homeotermo (temperatura estable), necesita un sistema de regulación para mantener la temperatura dentro de unos márgenes muy reducidos. La comodidad térmica (ISO 7730) se definiría como una ‘condición mental que expresa satisfacción’.
·Humedad
Está estrechamente relacionada con la temperatura, ya que la saturación del vapor de agua viene determinada por la temperatura del aire. El aumento de la humedad interfiere con la termorregulación y agrava la sintomatología del acaloramiento. El ambiente excesivamente seco conduce, por el contrario, a la pérdida de agua y sal, con la consiguiente deshidratación. El grado de humedad modula el medio interno y la dinámica circulatoria. La humedad afecta a huesos y articulaciones. Además, vivir en ambientes húmedos (especialmente en interiores) expone a las personas a enfermedades del tracto respiratorio que se manifiestan con tos, asma, etc.
·Ionización de la atmósfera. El predominio de iones positivos causa malestar general, cansancio, congestión nasal, migraña, congestión laríngea. Por el contrario, el predominio de iones negativos se traduce en sensación de bienestar, aumento de la capacidad de trabajo y efecto sedante. De ahí la instalación de ionizadores de aire para mejorar el rendimiento laboral y coadyuvar en el tratamiento de trastornos funcionales (asma, hipertensión, ansiedad, cefaleas, rinopatías).
“La ionización atmosférica parece tener más importancia de la que hasta el momento se le ha dado. Cada vez existen más indicios que relacionan la ionización positiva de la atmósfera con disfunciones psíquicas. Algunas reacciones neuroquímicas parecen modificarse y algunos investigadores han atribuido estas disfunciones a descargas serotoninérgicas con una fase previa de euforia que se sigue de depresión, depresión sin euforia previa, insomnio, crisis migrañosa, aumento de la incidencia de dolor anginoso e incluso accidentes cerebrovasculares”, indica el estudio de P. A. Martínez-Carpio “Biometeorología y bioclimatología clínica: fundamentos, aplicaciones clínicas y estado actual de estas ciencias” (Elsevier).
·Precipitaciones
Son otro factor atmosférico omnipresente en nuestras vidas (y salud). La lluvia puede afectar a las vías respiratorias, siendo una de las principales causas de morbilidad, que se manifiesta en infecciones (gripe común, sinusitis, faringitis, amigdalitis o laringitis, pulmonía y bronconeumonía). Los efectos se agravan cuando se trata de las conocidas como lluvias ácidas (lluvia que arrastra contaminantes dispersos en la atmósfera, como los óxidos nitrosos de la quema de combustibles fósiles, y otros metales pesados que contaminan la atmósfera).
También causan síntomas meteoropáticos, que son objeto de estudio de la meteoro-patología, la radiación ultravioleta, los truenos, el viento, la radiación electromagnética, etc. Más información en "El frío como riesgo laboral".

Algunos meteoro-síntomas
Las variables meteorológicas tienen una repercusión en el cuerpo, lo que explica que ciertas personas actúen como ‘barómetros meteorológicos’, prediciendo con sus molestias fisiológicas la inminente entrada en escena de un fenómeno atmosférico. Estos síntomas ocurren entre 24-48 horas antes del cambio de tiempo, influyendo sobre la calidad de vida del afectado y, obviamente, sobre su desempeño laboral.
Entre las meteoropatías físicas encontramos las migrañas, dolores de cabeza, mareos, náuseas, desmayos, dolores de antiguas lesiones, dolores reumáticos y dolores musculares. Algunos de los síntomas mentales son fatiga, irritabilidad, cambios de humor, apatía, letargo, disminución de la concentración, coordinación y pensamiento, y trastornos del sueño.
Los enfermos coronarios pueden experimentar un aumento de la presión arterial, latidos irregulares, taquicardia y molestias en el pecho. Algunos estudios constatan mayor incidencia de accidentes cerebrovasculares y ataques cardíacos debido a la isquemia (restricción del riego sanguíneo).
En personas con problemas abdominales, aparece dolor de estómago y el agravamiento de la gastritis por úlcera gástrica o duodenal. Otras personas meteoro-sensibles sufren bajada de presión arterial en paralelo a la disminución de la presión barométrica (provoca visión borrosa, mareo, desmayos). En otros casos, la baja presión atmosférica cursa con exacerbación de las migrañas. Las variaciones de presión (aproximación de frentes borrascosos) desencadenan las respuestas de dolor en las terminaciones nerviosas del sistema musculo-esquelético (dolor articular).
Estamos en definitiva ante un conjunto de síntomas que requieren atención, máxime cuando afectan al desempeño de personas en su puesto de trabajo, lo que compromete su propia seguridad y la de otras personas.

Todos los trabajadores son, en mayor o menor medida, meteoro-sensibles, algo que afecta al comportamiento y la prestación laboral

·Depresión, melancolía, apatía
La meteorología afecta al cuerpo y también a la mente. La meteoropatología psiquiátrica ha estudiado profusamente la relación entre el fenómeno depresivo (y sus posibles consecuencias) y las condiciones meteorológicas. Antes de contar con el soporte estadístico, se creía que la mayoría de los suicidios tenían lugar en otoño. Esta creencia se basaba en la noción de que el tiempo “oscuro y pesado” que caracteriza a la estación otoñal hacía que la mente humana cayera en la melancolía. En el siglo XIX ya se demostró que las estaciones que concentraban los suicidios eran la primavera y el verano.
Es cierto que, con independencia de la estación del año, la meteorología induce cambios de humor, que pueden tener consecuencias graves en personas que padecen desequilibrios nerviosos. 

La meteoro-patología, un asunto muy serio
El tema de las ‘dolencias climatológicas’ provoca en no pocos casos suspicacia e hilaridad. Sin embargo, la ciencia está demostrando que no hay razón para reírse. La meteoropatía empieza a verse como una verdadera enfermedad entre la comunidad médica. A ello contribuye que en los últimos años, y debido al triste agujero de la capa de ozono, las condiciones meteorológicas están cambiando con frecuencia e intensidad inusitadas. De ahí que se empiece a dar más importancia a este fenómeno. La medicina también se está actualizando en el conocimiento de las enfermedades asociadas a la meteorología. La prevención básica de las meteoropatías requiere:
-Pasar tiempo al aire libre para mejorar la capacidad fisiológica de hacer frente a los cambios climáticos (efecto vacuna).
-Aceptar fenómenos que consideramos molestos, como el frío y la humedad, o saber disfrutar de una nevada, huyendo de nuestro sentimiento innato de buscar seguridad y comodidad.
-Entrenar el cuerpo para adaptarse a los cambios del clima. Se recomienda ir a la sauna o tomar duchas frías y calientes, especialmente para personas con presión arterial baja, que son especialmente sensibles a los cambios de tiempo.
Pese a todo, hay quienes –lejos de culpar al tiempo- únicamente creen que la meteoropatía es una nueva enfermedad producto de nuestra propia conducta. Quizás sea sólo eso.

viernes, 15 de marzo de 2019

La privación de sueño, ‘bomba de relojería’

No estamos ante un tema baladí: el sueño es vida. Según el ciclo circadiano, los trabajadores privados de sueño –o simplemente fatigados- ponen en riesgo el nivel de la productividad y de la calidad del trabajo. Y lo que es más grave, se crea una situación potencialmente peligrosa en la que no hace falta especular sobre la posibilidad de accidente-incidente (esta contingencia está asegurada), sino en cuándo se producirá la desgracia y cuál será su magnitud. 



Nuestra sociedad no puede menospreciar la calidad-cantidad de sueño, por más que ésta no tenga consecuencias dramáticas inmediatas, pero sí a medio y largo plazo.

Cuestión capital
El dormir bien no es un asunto de la esfera privada. Hace años, Francia, convirtió el tema en una ‘Cuestión de Estado’. Numerosos estudios apuntan que en España dormimos poco y, además, con poca calidad (descanso no reparador). Veamos algunos de los riesgos de la privación de sueño.
-Disminución del rendimiento. Esto conlleva un sobre-esfuerzo para desarrollar las actividades laborales normales, disminución del nivel de alerta general y dilatación del tiempo de respuesta.
-Aumento del número de errores. El perjuicio cognitivo paralelo a la privación de sueño hace que cualquier actividad esté sujeta a numerosos errores (en la doble vertiente de comisión y omisión). Estos errores pueden causar auténticos estragos en actividades sometidas a un ritmo de trabajo, o que entrañen riesgo para la seguridad.
-Incapacidad para conducir. Es consecuencia del aumento de la posibilidad de error. En este apartado no solo se incluyen los vehículos, sino toda la maquinaria cuyo manejo entrañe riesgos para el usuario, o su entorno.
-Merma de la capacidad de asimilación y memoria. Una disminución de la memoria de trabajo (o memoria reciente) implica pérdida de capacidad para desarrollar o actualizar sobre la marcha estrategias basadas en información nueva, junto con la incapacidad para recordar una secuencia temporal de eventos recientes.
-Estado de ánimo inadecuado. Un mal estado de ánimo puede provocar estallidos emocionales como irritabilidad, impaciencia, comportamiento inmaduro, falta de respeto por las convenciones sociales, alteración de la relación con otras personas, etc.

Conviene que el mundo de la prevención sea consciente de la importancia que tiene el sueño, que ha sido declarado ‘Cuestión de Estado’ en países de nuestro entorno

-Aumento de la temeridad. Los estudios de imágenes cerebrales muestran que la falta de sueño provoca una activación de regiones cerebrales responsables de la toma de decisiones arriesgadas, mientras que las regiones que regulan el control racional y lógico muestran una menor activación. En definitiva, se produce una desinhibición, en la que la percepción subjetiva de ‘ganancia’ supera a la de potencial ‘pérdida’.
-Incapacidad para reaccionar-rectificar. La falta de sueño actúa negativamente sobre el pensamiento flexible, la contención de pensamiento o acción, la actualización estratégica a partir de nueva información, la capacidad para introducir una divergencia de pensamiento, o la innovación sobre la marcha.
-Sumatorio de efectos negativos. Cuatro o más noches de privación parcial de sueño (menos de 7 horas de sueño/noche) pueden equiparse a una noche completa en blanco. Esta privación total de sueño puede afectar la funcionalidad de las personas durante un periodo de hasta 2 semanas. El cerebro es un buen contable y no lo podemos engañar.
Por todo ello, es fácil concluir que la mala calidad del sueño se perfila como un riesgo emergente en el ámbito preventivo laboral. En marzo, el viernes anterior al equinoccio, ha quedado instituido como Día Mundial del Sueño (World Sleep Day).

¡La vida es sueño!
Con un enfoque diferente al de Calderón de la Barca, podemos asumir la sentencia de que “la vida es sueño” o, precisando aún más, decir que la calidad de vida depende de la calidad del sueño. Y así podemos inferir otros razonamientos en el campo laboral: ¿Depende la seguridad de la calidad del sueño? Rotundamente, sí. De hecho, existe una relación inversamente proporcional. Es decir, a menor calidad del sueño, mayor probabilidad de que se produzcan accidentes. Así pues, conviene que el mundo de la prevención sea consciente de la importancia que tiene el sueño, que ha sido declarado ‘Asunto de Estado’ en países de nuestro entorno. Y es que la vida es sueño e, indiscutiblemente, ¡el sueño es vida!