viernes, 24 de abril de 2020

Dame con la porra...

Las manifestaciones callejeras forman parte del paisaje urbano. La tendencia es airear y amplificar los problemas en la calle, hay que darles dimensión pública e, incluso, hacer rehenes a otros, así los reivindicantes se hacen notar. Supongo que es una disciplina de la guerrilla urbana que va adquiriendo predicamento en las últimas décadas. 

Bien mirado, a la postre todo es ruido y desorden y, como siempre ha pasado con casi todos los manifestantes, a las hordas vociferantes se les va la fuerza precisamente por el ‘vociferio’ o por la boca. Y, con el tiempo, nada queda de su reivindicación, sino un vago recuerdo o las fotos, notarios fieles de momentos estelares y avatares patéticos; en fin, las luces y las sombras que acompañan la existencia de todo ser humano.

La foto adjunta, “Dame con la porra” entró en mi vida por el whatsapp. En primera instancia pensé tirarla, pero antes de hacerlo reparé en que la instantánea tenía tirón semántico (para mí) y que, como en los tiempos de Facultad, analizaría aquella composición y bucearía en sus significados. Es decir lo que me sugería. Y no fueron pocas las evocaciones que me pasaron por la cabeza, que apunté, a modo de etiquetas en un trozo de papel de reciclaje. Hoy todo lo etiquetamos, y éstos que siguen fueron algunos de los ‘hashtags’ que se me ocurrieron para esta foto de guerreros urbanitas: mayo francés, algarada callejera, hippies (ociosos, acomodados), progres de salón, manipulación, tarro de las esencias, espigadas figuras, ocio urbano...

No hace falta ser muy detallista para captar que el eslogan completo, “Dame con la porra hasta que me corra”, es un pareado sencillo y funcional. Aunque su ideador/a no se devanó lo sesos pensando una máxima que pasara a los anales de la historia revolucionaria de los pueblos, sí que esconde un cierto matiz de humor negro, adobado con leve connotación sexual. Es cierto que una ‘mani’ acompañada con destellos de humor y alusiones sexuales es menos aburrida que una ‘mani’ protagonizada por robots gritando consignas machaconas y mecánicas. Por tanto, puestos a hacer lecturas significantes y significativas, considero que la foto tiene contenido humorístico, invita al humor e, incluso, podría haber sido hecha en clave humorística.

Cuando los protagonistas de estas fotos (o sus familias) las vuelvan a ver dentro de una década no tendrán más remedio que volver a reír o sonreír (quizás con nostalgia) 

Estos jóvenes manifestantes coinciden en varios aspectos con los manifestantes del mayor francés (1968). Además de la juventud, difunden unos ideales y, con el correr de los años, el germen pseudo-revolucionario se adocenará, como pasó con los revoltosillos de Francia, que fueron serenándose a medida que maduraban, echaban las primeras canitas, se casaban, montaban negocios o, en definitiva, se aburguesaban, porque siempre estos abanderados de los movimientos sociales suelen tener orígenes acomodados (pocas veces son lumpen-proletariado). A buen seguro, en una década, la niña del “dame con la porra” estará cursando un máster en el extranjero, opositando a un cuerpo de alta gestión del Estado, o mirando de casarse bien y que la mantengan. Lo de las “manis” con consignas subversivas, pancartas mitad humor y mitad provocación y el devaneo ocioso por los campus universitarios habrá sido un episodio -convulso y divertido- de juventud; agua pasada que ya sólo mueve el molino del recuerdo.

La algarada callejera ya no es la seña de identidad de una clase oprimida, más bien todo lo contrario. Hoy, los “revolu-hippies” del iphone (revolu-pijos) se vierten por la calles de forma lúdica como una marea que todo lo inunda; es decir, se divierten, rompen sus monótonas existencias de ciber-agobio, relaciones virtuales y presencia en redes sociales (RRSS) saliendo a las calles a dar lecciones de democracia impostada, cuando muchos de ellos no saben por qué están en las calles, desconociéndolo todo de la democracia, desde el aspecto etimológico al empírico. En el mejor de los casos, una mayoría de jóvenes revoltosos asocian democracia con su propio libertinaje, que les sale a coste cero.  Por supuesto, estas jóvenes hornadas de revolu-pijos del iphone (véase el dispositivo al cinto, adherido a la barriguita) están a la olla y a las tajadas, viven su “revolución de la señorita Pepis” y su adicción tecnológica y tecno-dependiente de forma simultánea. Por eso, avanzando el mediodía, se volatilizan de la mani (hacen un break), pues toca ir a casita a cargar el iphone y, de paso, tomar una ducha refrescante, cambiarse los jeans, almorzar y, cómo no, tener una necesaria sesión de asueto en su doméstica “rest-room”; es decir, sestear al menos una horita, concepto que parece menos revolucionario que el de pasar por la “rest-room” a cuidar el ‘body’.

Dueños de la calle
Y es que las “manis” causan agotamiento físico a estos progres de salón. Hijos de la España opulenta de principios del milenio, son más hábiles con la dialéctica que doblando el espinazo, más diestros haciendo revoluciones sobre el papel (con sus tesis, antítesis y síntesis de la dinámica histórica) que sudando la camiseta como precio simbólico pagado por sus causas. Los progres de salón se manejan bien en el terreno de las ideas, pero dejan la carga de trabajo para las bases proletarias.
Definitivamente, la foto tiene mucha carga humorística e ironía. Los que aluden a la porra no son mejores que los que golpean (aporrean). Hay mucha manipulación en todo: la violencia emana de las porras, pero también de grupos de jóvenes manifestantes que, de forma lúdica y festiva, cortan calles, tráfico… coartan la libertad de otros ciudadanos para reivindicar la suya (y la de otros convidados de piedra). Se puede ejercer la violencia sin blandir la porra, sólo con la actitud, con pasear las calles al estilo del mayo francés, a cuerpo gentil y con pancartas tan absurdas como pesudo-revolucionarias.


En estos días, por política o por pura comedia, buena parte del tarro de las esencias de nuestra población está revuelta, se ha puesto en modo contestatario (y temporal, pues la constancia no suele ser la virtud de los más jóvenes). Ahora es muy ‘trendy’ hacer ruido, protestar…, y estas espigadas figuras, que crecen en altura gracias a su buena alimentación, a que jamás pegaron sello y, en algunos casos, al liviano peso de sus cerebros, aprovechan su toma de las calles para hacerse ‘selfies’ conmemorativas y otras fotos humorísticas que pasarán a la historia de la guerrilla urbana con vocación de charlotada de calle.
También tiene humor (posiblemente negro) que estas generaciones jóvenes, que nacieron entre algodones y han sido beneficiarias netas del Estado del Bienestar, se muestren como auténticos represaliados resentidos, cuando sólo recibieron mimos de la cuna a la Universidad. Pareciera que esta sociedad ha creado monstruos y verdugos, una generación maligna que, a golpe de juventud e inconsciencia, se dispone a devolver los golpes de porra (a razón de 2 x 1, si es posible y después de haber experimentado algún hipotético orgasmo, por aquello de la forzada rima entre ‘porra’ y ‘corra’).

A los ojos de sus familias esta generación, que irónicamente insinúa capacidad de gozarse con golpes de porra, también arranca sonrisas que, probablemente, mezcladas con lágrimas, serán sonrisas de estupefacción. Cuando los protagonistas de estas fotos (o sus familias) las vuelvan a ver dentro de una década no tendrán más remedio que volver a reír o sonreír (quizás con nostalgia). Hasta que la sonrisa se les quede helada y se pregunten ¿pero ése/ésa era yo? (o… aquesta era la nena?). Éramos los dueños de la calle. Lo dicho: la foto rezuma humor intrínseco, con efectos inmediatos y diferidos, humor que podrán evaluar generaciones venideras; juicios que llegarán. La foto es humorística; no podría ser de otra manera siendo una foto de la llamada ‘revolución de la sonrisa’. Ojalá esta sonrisa no se troque en algo menos festivo.

La vida cambia con velocidad y compromete nuestra felicidad. Puedes leer mi artículo adhoc: La ‘felocidad’, neologismo imposible, tan imposible como volver a ver la Avinguda Meridiana con esa densidad de almas. En adelante, el distanciamiento social podría ser nuestro virus más mortal.