sábado, 9 de julio de 2011

Enamorados de la vida

(PL 20) EDITORIAL. Edito20.doc. Manuel Domene. Palabras: 734

Asentimos con unos colegas que dicen que “enseñar seguridad es enseñar un valor, el valor vida”. Estos enseñantes son los “transmisores de las técnicas, métodos, procedimientos, actitudes, etc. que evitarán perder la salud al trabajar; por otra parte, son los encargados de decir que esto (la preservación del valor vida) sólo se consigue trabajando bien” (desde el punto de vista de la salud e higiene laboral).
Nuestro natural optimista, que evita, en la medida de lo posible, lo absoluto y las afirmaciones taxativas, nos impide decir que en España se trabaja “mal”, es decir, que no se protege la salud del trabajador. En cualquier caso, tampoco se trabaja bien. Vamos en pos de esa idílica y volátil cultura de la prevención que, en caso de conquistarse algún día, devendría automáticamente un logro parcial, ya que el camino de la seguridad siempre está por andar. En su estado de máxima perfección -algo que no es sino una quimera- la seguridad sería superflua (no es necesario enseñarle seguridad al individuo seguro, como no le enseñaríamos justicia al justo). Pero ese estado de seguridad perfecta no existe pues, como nos demuestra la práctica, la perfección es un intangible. Mejoraremos y, en la medida que lo hagamos, seremos conscientes de cuánto nos queda aún por mejorar.
Valga esta digresión previa para dejar patente el hecho de que los españoles no “trabajamos bien” nuestra seguridad, circunstancia que se da en la actividad productiva y, tristemente, en las aulas, el primer trabajo de individuos que después serán responsables de su seguridad y la de los demás a lo largo de su vida laboral.
Es ley de vida que desde la más tierna infancia empezamos a “caducar”, que el desarrollo de los potenciales de la vida implica su propia auto-extinción a medida que ésta avanza. Por eso, utilicemos la educación para retrasar ese proceso degenerativo natural. A tal fin, una de las misiones fundamentales de la escuela sería dar una formación integral en seguridad. Los individuos seguros no se han de hacer en el trabajo, sino que deben haber “mamado” la cultura de la prevención desde el ciclo inicial de su educación. Creemos que las escuelas no están impartiendo esta formación básica en seguridad de un modo sistemático y, lo que es peor, tampoco predican con el ejemplo: las circunstancias del medio escolar (mala iluminación o pupitres inadecuados) están provocando no pocos casos de miopías y vicios posturales que se acrecentarán con la edad del individuo y pasarán factura a lo largo de su vida laboral, o antes.
Y después de las aulas, el primer trabajo. ¿Para qué vamos a referirnos a las altas tasas de siniestralidad entre el colectivo de trabajadores jóvenes? Ya sabemos que son de todo punto inaceptables.
El trabajo en las aulas y el de los jóvenes que inician su etapa laboral son ejemplos indicativos de que no trabajamos bien desde el punto de vista de la seguridad, de que nos vamos castigando el cuerpo desde el mismo jardín de infancia.
En el plano laboral hay mucho camino por andar. Aunque, formalmente, todas las empresas cumpliesen en el apartado de protecciones individuales y colectivas -algo que está por ver todavía-, siempre quedan aquellos males ocultos a los que nadie pone coto. Desde un punto de vista de “seguridad miope” e interesada, sólo es dañino o perjudicial aquello cuyo efecto nocivo o traumático se manifiesta de inmediato. En consecuencia, no se le presta atención a males ocultos como el ruido, el estrés ergonómico, las atmósferas contaminadas, iluminaciones deficientes... agentes insidiosos en suma, que causan imperceptibles daños acumulativos, y que provocarán legiones de tarados por causa laboral.
A la luz de lo comentado, hemos de ratificarnos en que en España -quizás en ningún lugar del mundo- se trabaja bien. El día que valoremos la vida en su plenitud, sin mermas en su calidad, podremos decir que estamos practicando la cultura de la prevención, es decir, observando conductas respetuosas con la vida y su preservación.
Todos deberíamos, como un insigne cantaor flamenco desaparecido, declararnos “enamorados de la vida”. El apego al valor vida es el nudo gordiano de la cultura de la prevención. El valor vida es, pues, el concepto a primar.
¿Qué evolución registraría la tasa de siniestralidad laboral si nos mostrásemos más enamorados de la vida y menos “novios de la muerte”?

© Manuel Domene Cintas. Periodista

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