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miércoles, 5 de agosto de 2020

¿Analfabetismo digital o Big… big data?

Para empezar, diré que ambos conceptos son excluyentes el uno del otro. Estamos lejos de la situación ideal, que entiendo es el big data. Seguramente en las grandes empresas de distribución comercial (las propietarias de las grandes superficies) han oído hablar del concepto. Puede que incluso proclamen sus beneficios. Sin embargo no usan los datos tanto como debieran, y la gestión que realizan está seriamente desfasada; es del siglo pasado. 


Esta falta de actualización se explica por varios motivos: las nuevas herramientas producen pereza (o miedo), lo que enlentece su introducción y, en segundo lugar, los directivos encargados de la transición se encuentran en su edad media, por lo que la mayoría empieza a pensar más en su futuro inmediato (jubilación) que en el futuro de la compañía. Hasta que los ‘millennials’ no lleguen a copar el poder de decisión, el modelo permanecerá estancado en lo que hoy es. La gestión anticuada que padecen los hipermercados les perjudica y les hace perder potencial y clientes. Trataré de explicarlo a partir de mi propia experiencia. 

La bombilla que no quiso alumbrar
Hace unos meses compre una bombilla LED (diodo emisor de luz), de marca ‘blanca’ y que, indefectiblemente, procedía de PRC, o la fábrica del mundo. La duración teórica del artefacto, de clase A+ (cercana, por tanto, a la máxima eficiencia energética) era de 25.000 horas. Pensé que me estaba despidiendo de esas molestas bombillas convencionales que no paran de fundir el filamento. Además, con solo 25 vatios de consumo (también teórico) hacía más sostenible mi manía de no alumbrarme las noches con la luz de una vela. Mi gesto, optando por aquella lámpara LED, beneficiaba –a medio plazo- al bolsillo y al planeta.

Utilicé la bombilla esporádicamente por no ser parte de la iluminación nocturna habitual. Pero, con unas pocas horas de funcionamiento (probablemente menos de 100) mi bombilla LED china “decidió” unilateralmente dejar de funcionar, robándome aquellos miles de horas de compañía prometida por el fabricante. En décimas de segundo la bombilla cambió su luz blanca por unos intentos fallidos de iluminar. Cuando la tomé en las manos para analizarla, el casquillo quemaba y lo tuve que soltar rápidamente. Literalmente aquel ingenio portador de luz de clase A+ se había frito, lo que me hizo dudar de la eficiencia energética anunciada en el envase.
La decisión fue automática: llevaría la bombilla de vuelta al hiper, ellos me la sustituirían, o reembolsarían el importe que había pagado. Solo había un problema, no conservaba el ticket de la compra. ¿Quién guarda los tickets de supermercado de compras hechas tres meses antes?

Confié en mis dotes persuasivas y, un lunes por la mañana cuando los hipermercados languidecen por la falta de movimiento comercial, me planté ante el mostrador de atención al cliente. Explicado brevemente el problema, la joven que me atendía aplicó el desfasado protocolo de la etapa pre-data, el protocolo de la era analógica, donde todo era papel: “¿Ha traído el ticket?”, preguntó.
-“Mire, yo no guardo los tickets de compras de hace tres meses”, le respondí.
-“Pues debe hacerlo a efectos de la garantía”, me enmendó con suficiencia aquella empleada bien instruida en una política obsoleta según la cual el cliente es un presunto timador mientras no demuestre lo contrario (con su ticket).

El trámite del ticket es una verdad a medias, una rémora del pasado que el comercio utiliza para eludir, siempre que pueden, sus responsabilidades ante un cliente descontento. Además, la doctrina en materia de consumo –comúnmente aceptada- sostiene que el ticket es innecesario como documento probatorio de la transacción, máxime cuando ésta se haya llevado a cabo mediante una tarjeta (crédito o débito) como medio de pago.
Yo me resistía numantinamente en mis trece. La ausencia de un innecesario ticket no iba a hacer que aquéllos se quedasen con el dinero de una lámpara inservible, que me empezaba a causar molestias añadidas a la primera molestia, que fue apagarse muchísimo antes de cumplir sus 25.000 horas de trabajo prometidas.


 Sin ánimo de faltar al respeto, hay que puntualizar que aquellas empresas que no gestionan –y aprovechan- el big data merecen el apelativo cariñoso de analfabetos digitales

La jefa de la joven que me atendía terció en el pre-litigio y, sumándose al grupo, no mostró ningún ánimo resolutorio, simplemente empezó a barrer para su casa (la empresa). Con mis datos de tarjeta de cliente pudieron corroborar que, en las fechas que yo indicaba, se habían producido varias compras. Pero, el problema era que dichas compras no estaban documentadas o detalladas por artículos. Eran solo un apunte contable en mi cuenta de cliente, una cantidad en euros que ya se había pagado.

Pedí hablar con una persona de más autoridad en el escalafón para aliviar la presión de aquellas acólitas del sistema analógico, que defendían por obediencia debida a su empleador. El supuesto jefe resultó ser otro acérrimo del ticket. Sin necesidad de palabras, su actitud ya proclamaba con rotundidad el mensaje, que habría estado utilizando durante las últimas tres décadas, de que “toda compra sin ticket no existía como tal”. O que “el cliente (sin ticket) es un ‘chorizo’ por definición”, dicho en términos más coloquiales. Fue, pues, un diálogo de sordos inservible y asfixiante, fuente de irritación.
El empecinamiento de los empleados en su protocolo 100% analógico me hizo desistir (a posteriori he ensayado un canal de comunicación directo con el servicio central de atención al cliente, a través de chat, y me han dado un número de incidencia, que ya es algo).

La reflexión mientras volvía a casa con las manos vacías (y una bombilla que quiso dejar de serlo prematuramente) me llevó a reparar en la gestión poco fina que hace el distribuidor del que hablo. ¿Realmente están aprovechando los datos que ofrecen los escáneres de la línea de cajas? Rotundamente no. Y eso que el escaning de supermercado es ya una técnica madura que nace en la década de los 80 del siglo pasado con la lectura óptica de los códigos de los productos al pasar por la caja de pago.

En resumen, la gran superficie me vende diversos productos cada mes, sus escáneres leen las referencias, pero (al parecer) el sistema informático no memoriza mis compras (con pelos y señales; es decir, el ticket).
Y si no memorizan mis compras; esto es, no recogen mis datos de compra, ¿qué tipo de big data pueden hacer? Pues, ninguno.
¿Puede el hipermercado conocerme a través de mis compras y hacerme ofertas específicas, personalizadas (o ‘ciblées’, como diría la casa madre) en función de mi patrón/perfil de consumo? De ninguna manera, porque no recogen mis datos (minería de datos) y, por tanto, pese a la información valiosa que les facilito, no me conocen en materia de preferencias, tendencias, hábitos…

¿Qué está pasando pues? Sencillamente estamos ante ‘analfabetos digitales’ que no son capaces de servirse de las herramientas que tienen a su disposición. Sin ánimo de faltar al respeto, hay que puntualizar que aquellas empresas que no gestionan –y aprovechan- el big data merecen el apelativo cariñoso de analfabetos digitales, unos prisioneros atascados por motivos varios en la era analógica. Los perjuicios son para tales empresas, pero también nos afectan a los clientes.


En el sector bancario circula una idea marketiniana que alude al ‘fresh-banking’ (la gestión bancaria tiene frescura, pero no es precisamente en el área de innovación donde se manifiesta). En la gestión de la distribución comercial también se necesita un soplo nuevo que erradique prácticas viejas y anti-comerciales, cuando no insultantes. Para ofrecer un servicio de calidad, las grandes superficies deben abrazar el ‘fresh-hipermarketing’ y olvidar el coñazo –interesado- de pedir el ticket, pues hoy tenemos ordenadores y bancos de memoria para crear (y almacenar) registros digitales de las operaciones que se hacen en la sala de venta del hiper. 
Entre analfabetismo digital o big data (bien hecho) yo me quedo con lo segundo.

lunes, 22 de julio de 2013

El lado oscuro del progreso

Teléfonos móviles y dispositivos empleados en las ‘TIC’,
auténticos escollos para la salud laboral



El problema ha llegado para quedarse: vivimos en la sociedad de la información, o ‘TIC’ (Tecnología de la Información y del Conocimiento) que, mal gestionada, se convierte en infobesidad (inflación de información), adicción-dependencia y problemas de salud, tanto física como mental.
Muchos ya no entienden la vida sin internet ni telefonía móvil, cuando hace 20 años vivíamos en la galaxia pre-internet. Sin embargo, el uso de estas tecnologías debe hacerse con prudencia y moderación, pues pueden convertirse en un arma de doble filo.

No hay rosa sin espinas. El axioma funciona con los avances tecnológicos. La gasolina propició la motorización, el transporte y la autonomía personal. Ahora padecemos contaminación y calentamiento global. Los móviles y las TIC (Tecnologías de la Información y el Conocimiento) dan alas a nuestra comunicación. Sin embargo, encierran un lado oscuro que, muchas veces, está aún por descubrir.


El lado oscuro del progreso

 (PL 76) RIESGOS EMERGENTES. RIEM-TelefoníaMóvil_TIC.doc. Manuel Domene. Palabras: 3.439

Teléfonos móviles y dispositivos empleados en las ‘TIC’,
auténticos escollos para la salud laboral



El problema ha llegado para quedarse: vivimos en la sociedad de la información, o ‘TIC’ (Tecnología de la Información y del Conocimiento) que, mal gestionada, se convierte en infobesidad (inflación de información), adicción-dependencia y problemas de salud, tanto física como mental.
Muchos ya no entienden la vida sin internet ni telefonía móvil, cuando hace 20 años vivíamos en la galaxia pre-internet. Sin embargo, el uso de estas tecnologías debe hacerse con prudencia y moderación, pues pueden convertirse en un arma de doble filo.

No hay rosa sin espinas. El axioma funciona con los avances tecnológicos. La gasolina propició la motorización, el transporte y la autonomía personal. Ahora padecemos contaminación y calentamiento global. Los móviles y las TIC (Tecnologías de la Información y el Conocimiento) dan alas a nuestra comunicación. Sin embargo, encierran un lado oscuro que, muchas veces, está aún por descubrir.
Con sus avances tecnológicos, la industria –y su aliada, la sociedad consumista- primero crean los problemas y, muy a posteriori, aceptan buscar soluciones ‘ad-hoc’ para problemas que se arrastraron previamente durante décadas.

‘Yo no estoy contra el progreso…’
Lo entonó con mucha elocuencia un cantante brasileño: nadie se opone al progreso, si éste no encierra trampas. En el resto de casos, el principio de cautela o desconfianza resulta elemental. A las pruebas nos remitimos.
Un estudio de Dynamic Markets, para la empresa de productos ergonómicos Fellowes, sostiene que “casi un 90% de españoles ha sufrido en los últimos tres años diversas dolencias debido al tiempo empleado delante del ordenador, el portátil o la tableta”.
La conclusión no sorprende al promotor del estudio por cuanto constata que “los usuarios españoles permanecen un promedio de 7,2 horas diarias delante de dispositivos, lo que representa la cifra más alta de Europa. Asimismo, un 15% de estos usuarios trabaja de un modo nómada permanentemente, mientras que la mayoría sigue un estilo itinerante de trabajo (o semi-nómada), lo que provoca la adopción de posturas inadecuadas en puestos y lugares de trabajo tan improvisados como inadecuados.

Pegados al móvil y otros ‘gadgets’
Los móviles –y la parafernalia TIC-, además de crear dependencia, provocan estrés y disminución de la productividad, dificultando además la conciliación de la vida laboral con la privada.
Ya en 2011, Volkswagen decidió atajar este mal impidiendo que los empleados recibieran correos electrónicos fuera del horario laboral. Garantizar la seguridad y salud de los trabajadores en plantilla es una obligación legal (Ley 31/1995) de toda empresa. Sin embargo, dicho precepto parece no regir para el área psicológica, en general. 
El coordinador técnico de Grupo Geseme, Salvador Tremps, explica que ya hay empresas que han decidido prohibir el uso del teléfono móvil en los despachos (compañías farmacéuticas). Aún así afirma que “las empresas no son conscientes del aluvión de enfermedades generadas por las nuevas tecnologías”. Incluso, existe el caso de multinacionales que obligan a contestar los correos electrónicos laborales en un máximo de dos horas. Esta supuesta efectividad acabará saldándose, a corto-medio plazo, con situaciones de estrés y depresión.
Un riesgo, que es general para los trabajadores, se convierte en un desafío permanente para las llamadas ‘profesiones tecnológicas’, que incluye gestores de comunidades web (community manager), programadores, redactores, maquetadores, coordinadores… y, en general, todos los profesionales que se pasan su jornada laboral frente a las ‘maquinitas’ (teclistas de introducción de datos, tele-marketinianos, call-centers). En definitiva, la expansión de las TIC convierte en legión a sus potenciales usuarios, que por el hecho de serlo engrosan la lista de potenciales víctimas.
La conexión permanente es responsable del estrés y el malestar psicológico (fatiga, insomnio, ansiedad...) En el entorno laboral se produce aislamiento y disminución del rendimiento, déficit de comunicación interpersonal, dificultades para el trabajo en equipo… A ello hay que añadir la perniciosa dependencia, con efectos sobre la salud mental. Una vez que el trabajo invade la vida privada, las personas son propensas a sufrir enfermedades y accidentes, viendo disminuida así su calidad de vida. Entre los factores de riesgo se cuentan la fatiga visual, trastornos musculo-esqueléticos, afecciones cardio-vasculares, o problemas endocrinos. La literatura divulgativo-científica se ha llenado de términos curiosos como e-trombosis, pulgar de blackberry, síndrome del ojo seco, síndrome del mouse, epilepsia fotosensible, o insomnio tecnológico. Son trastornos incompatibles con una vida saludable, que se abordan en el resto de este artículo.

“E-trombosis”, nuevo riesgo de los operarios informáticos
Nuevos estudios añaden la “e-trombosis” a los peligros de pasar muchas horas sentado frente a pantallas de visualización de datos (PVD’s). Las personas que pasan toda su jornada laboral ante el ordenador pueden desarrollar coágulos de sangre debido a la inmovilidad prolongada que ello supone, como recogen diversos estudios médicos e informaciones diversas difundidas por algunas empresas informáticas. Microsoft tiene varias páginas en Internet dedicadas al tema. Y Logitech, uno de los principales fabricantes de teclados y ratones, incluye en sus productos etiquetas con instrucciones y consejos prácticos para evitar incomodidades a los usuarios.
A afecciones como dolores de espalda, molestias en algunas articulaciones y problemas oculares se añade, ahora, un problema circulatorio similar al que pueden sufrir los pasajeros de largos vuelos en avión, el llamado “síndrome de la clase turista”, y que ha venido a denominarse “e-trombosis”. Para evitar las nuevas dolencias derivadas de las nuevas tecnologías, los médicos recomiendan pasear, estirar las piernas, beber mucha agua y no consumir alcohol.
La dolencia ha sido estudiada por especialistas de Nueva Zelanda y el Reino Unido, bajo la dirección del doctor Richard Beasley, y su estudio ha sido publicado en el “European Respiratory Journal”. Los autores señalan que esta enfermedad casa con los síntomas de la “trombosis venosa profunda”, que fue diagnosticada por primera vez durante la Segunda Guerra Mundial entre personas que permanecían inmóviles muchas horas en los refugios antiaéreos de Londres.

Pulgar de Blackberry
El “pulgar de blackberry” es un trastorno que provoca sobrecarga de huesos y tendones del pulgar, la mano (y que puede derivar al resto de la extremidad superior, cuello, etc.). La causa no es otra que el movimiento repetitivo y las tensiones que se ejercen sobre un dedo que, en absoluto, fue pensado para escribir en mini-teclados.
Hace diez años, pocos usuarios escribían más de un mensaje sms al día. En cambio con los smartphones y servicios como el Whatsapp, el tecleo se ha convertido en una actividad incesante y, peor aún, invalidante, lo que llama la atención de clínicos, ergónomos e investigadores.
En los teclados de ordenador, las teclas se han reservado para los cuatro dedos dotados de mayor destreza en cada mano. Limitándose los dos pulgares a la pulsación de la barra espaciadora, lo que no comporta grandes solicitaciones mecánicas, justo lo contrario de lo que ocurre con los teclados de las blackberry y los smartphones. Este síndrome se produce por un abuso mecánico.
-Sobreuso de la articulación trapecio-metacarpiana (rizartrosis). También se ha conocido en el pasado como ‘artrosis de la costurera’, y no es más que un uso repetitivo de dicha articulación, cuya sobrecarga provoca la inflamación y degeneración del tejido articular, lo que se manifiesta causando dolor y limitación del movimiento.
-Tendinitis. Por otra parte, el problema implica una inflamación de los tendones que van al pulgar, causándose una tendinosis / tendinitis, cuyo único remedio es limitar –o eliminar- el factor estresor. De lo contrario, casi toda la musculatura que interviene en el pulgar provoca dolor en la zona de la articulación, el dedo y la muñeca. Es habitual  la sensación de fatiga precoz así como dolor al esfuerzo.
Para evitar estas dolencias (que también han sido etiquetadas como ‘Nintendonitis) los ergónomos recomiendan las pausas durante la escritura de mensajes (preferentemente acortarlos), estirar los dedos y abrir la palma de la mano cuanto sea posible, apoyar el brazo sobre una superficie al escribir y evitar que los brazos queden suspendidos en el aire (no contestar mensajes caminando).
-Utilizar el resto de los dedos al escribir, no únicamente los pulgares.
-Descansar y dejar a un lado el teléfono.
A propósito de responder los mensajes mientras se va caminando, la costumbre, bautizada como ‘Texting’, está siendo sancionada con multas en New Jersey (Texting While Walking Banned in New Jersey Town). En este caso, no es por la ergonomía, sino por la integridad física de los ‘texters’, que suelen sufrir atropellos y otros accidentes por su falta de atención del entorno.

El dedo pulgar acusa la sobrecarga ergonómica derivada del tecleo continuo

·¿Y el cuello de Blackberry?
También podríamos hablar del ‘cuello de blackberry’ o síndrome del cuello tenso, resultado de hablar a través del móvil, una función que sería la principal de los teléfonos, y que –paradójicamente- ya no es la más usada. Los síntomas del cuello tenso (cuello tecnológico, según otras fuentes) incluyen: hombros ‘redondeados’ (hacia adentro), dolor entre los omóplatos, dolores de cabeza por migraña, y la fatiga muscular, nudos en los hombros, el cuello apretado, entumecimiento o el hormigueo (“pinchazos”) en el antebrazo hasta los dedos. Ello es la consecuencia de ejecutar actividades con el cuello en flexión.
·El síndrome del ‘mouse’
No acabaremos el apartado de trastornos musculo-esqueléticos sin citar a nuestro ‘amigo’ el ratón, cuyo uso –y los movimientos repetitivos que comporta- provocan tendinitis (inflamación tendinosa), tenosinovitis (inflamación del revestimiento del tendón), epicondilitis (inflamación de la inserción del tendón con el hueso), y síndrome del túnel carpiano (compresión del nervio mediano a la altura de la muñeca). Todo ello causa dolor, entumecimiento y distrofia funcional.

Síndrome del ojo seco (xeroftalmia)
Hacer un uso intensivo de la vista no es gratuito: los ojos se cansan y se resecan. El ojo seco (xeroftalmia) también está propiciado por el calentamiento que generan las microondas (radiación electromagnética que acompaña a los dispositivos eléctricos y electrónicos). El ojo seco es un síntoma habitual en usuarios y operadores de pantallas de visualización de datos (PVDs).
La sequedad ocular es una alteración de la película lagrimal susceptible de provocar molestias oculares. El principal síntoma de sequedad ocular es la sensación de cuerpo extraño o de arenilla en los ojos, siendo también muy frecuentes el picor, que puede ser intenso, y el enrojecimiento, la visión borrosa o la sensibilidad a la luz. Los cuadros más graves presentan pequeños derrames. La sintomatología se ve agravada por las condiciones ambientales y, por supuesto, por el uso intensivo de pantallas de datos y equipo eléctrico. En este sentido, conviene utilizar pantallas de baja radiación, hacer pausas y descansos, o parpadear frecuentemente para forzar el humedecimiento del ojo. También es muy recomendable recurrir a las lágrimas artificiales o soluciones oftálmicas a base de carmelosa sódica, que lubrican, relajan y apaciguan el picor ocular.
El ojo seco no es un problema menor, puede acarrear graves consecuencias (queratitis, cicatrices, pérdida de la visión, úlceras de córnea), por lo que, al margen de la prevención ya indicada, es recomendable efectuar periódicos controles oftalmológicos específicos.

Insomnio tecnológico
No se puede pasar de un estado de excitación sensorial al sueño reparador en unos minutos. Nuestro cerebro necesita –utilizando un símil automovilístico- ir ‘bajando de vueltas’ antes de ‘desconectarse’. Quienes siguen la nefasta costumbre de usar un ordenador portátil en la cama (o incluso ven la tele en el dormitorio) tienen casi todos los números de la rifa para padecer insomnio o, como mínimo, no gozar de un sueño de calidad. El uso de ordenadores, tabletas o smartphones (ocio digital) provoca vigilia, es decir, falta de sueño a la hora de dormir, como lo pueden hacer la cafeína, nicotina, el alcohol o, simplemente, las preocupaciones. La mala calidad del sueño será el inicio de muchos problemas de salud, entre ellos –y nada desdeñable- la obesidad. Dormir poco engorda: se reduce el gasto energético, aumentando paralelamente la ansiedad y, como consecuencia, la ingesta calórica.
Son muchos los miles de víctimas del insomnio tecnológico. Según explica Manel Salamero (Área de Psicología del Hospital Clínic de Barcelona), “la exposición a la luz artificial de las pantallas de estos dispositivos antes de dormir inhibe la liberación de melatonina, la hormona que fomenta el sueño, provocando cambios en el ritmo cardíaco y dificultando así el sueño”.
El problema deriva de una mala conducta que afecta por igual a hombres y mujeres desde la adolescencia. Según los estudios del Hospital Clínic, los hombres usan más los videojuegos antes de ir a dormir, mientras que las mujeres se comunican por Whatsapp y envían sms. Esta problemática no existía cuando la humanidad no dominaba la iluminación artificial y estaba, por tanto, supeditada a seguir y respetar los ciclos circadianos en función de la luz, un reloj interno al que no solemos hacer caso por el ocio digital y la tecnología que imperan en nuestros días.
“Un aspecto importante –afirma Salamero– es que para poder dormir profundamente necesitamos disminuir la actividad cerebral una hora antes de irnos a la cama”. Por ello recomienda una serie de rutinas que faciliten la desconexión, primando el hecho que “los seres humanos son animales diurnos, y es el cambio de rutinas el que lo vuelve nocturno”.
En palabras de la doctora Wyse (Universidad de Aberdeen. Reino Unido): “la luz eléctrica permitió a los humanos infringir la antigua sincronización entre el ritmo del reloj biológico humano y el entorno. Durante el último siglo, los ritmos diarios en los horarios de comidas, sueño y trabajo han desaparecido gradualmente de nuestra vida. El reloj biológico apenas puede seguir el patrón de nuestro estilo de vida, muy irregular. Esto provoca problemas metabólicos y de otros tipos en la salud, al tiempo que incrementa la probabilidad de padecer obesidad”.

No se puede pasar de un estado de excitación sensorial al sueño reparador en unos minutos. Nuestro cerebro necesita –utilizando un símil automovilístico- ir ‘bajando de vueltas’ antes de ‘desconectarse’.

Epilepsia fotosensible
Los expertos están relacionando las TIC con los desórdenes del sueño (insomnio), epilepsia fotosensible, estrés y depresión. Los usuarios deben ser conscientes que necesitan un tiempo de recuperación después de un uso intensivo de la aparatología que usamos a diario, que excita nuestro cerebro y carga de electricidad nuestro cuerpo.
El cerebro es un órgano sensible, bombardeado a diario por ‘bits’ de información en formas diversas, una de ellas la luz. Las PVDs centellean o parpadean de una forma imperceptible al ojo humano, aunque no al cerebro, que se encarga de conectar los impulsos o parpadeos para crear una imagen fija. ¿Cuántos ‘inputs’ ha recibido un cerebro después de permanecer 8 horas frente a una pantalla? Sin duda, muchos. Más estímulos visuales de los que son convenientes para considerarnos a salvo (no agredidos por la tecnología).
Muchas personas tolerarán esta exposición sin problemas aparentes. Otras no. Las personas con epilepsia fotosensible desarrollan ataques de epilepsia tras ser expuestos a ciertos estímulos visuales que producen nuestros aparatos tecnológicos. Luces intermitentes, alternancia o cambio de imágenes (como en discotecas, vehículos de emergencia, películas de acción, programas de televisión, videojuegos, etc.) pueden provocar la crisis epiléptica en personas predispuestas, y agotamiento visual, en cualquiera.
El síndrome viene determinado por la sensibilidad a la intensidad de la luz, frecuencia en el destello, nivel de iluminación, longitud de onda y nivel de parpadeo de la persona afectada. El sentido común recomienda la prevención, basada en sencillas pautas: 
-Mantener una distancia de seguridad con respecto a la pantalla/monitor.
-Controlar el tiempo de exposición y hacer pausas regulares para descansar la vista.
-Reducir el brillo de las pantallas, evitando parpadeos excesivos y exposiciones a este tipo de estímulos en lugares poco iluminados.

La sociedad de la información y sus tecnologías generan adicción y dependencia

Los culpables: ‘infobesidad’ y tecno-adicción
Estudiadas algunas de las consecuencias, conviene apuntar las causas: encontramos una causa social (exógena a la persona, como es la sociedad de la información y su carga de info-inflación, que suele ser info-basura), y otra causa personal, relacionada con los hábitos y la conducta (la tecno-adicción).
·La sociedad de la infobesidad (o info-basura…)
Vivimos info-agobiados (mucha información que procesar en poco tiempo). Así, la infobesidad sería la compulsión por responder a los estímulos que llegan hasta nosotros vía TIC. Dicho en términos prácticos, la obsesión de mirar –y gestionar- el correo electrónico.
Es obvio que el infobeso se ve saturado en su capacidad y lo que debiera de ser un medio de trabajo, tristemente acaba convirtiéndose en un fin en sí mismo, un círculo vicioso tan improductivo como pernicioso para la salud mental y el llevar una vida equilibrada.
Entonces, ¿qué hacer ante la recepción masiva de e-mails? Pues actuar con realismo: es imposible controlarlos. Por tanto, hay que saber cuándo mirar el correo, que, según los expertos, no debe pasar de 2 o 3 veces al día. No hay que obsesionarse, pues, en la mayoría de los casos, estar pendiente del correo nos robaría todo el tiempo que necesitamos para nuestro trabajo productivo.
La info-inflación de info-basura no sabe de horarios. Por eso es triste encontrar a personas que, sentadas a la mesa, deben ignorar la comida y al resto de comensales, mientras deslizan presurosos pulgares sobre las pantallas táctiles de sus dispositivos móviles. La infobesidad puede llegar a ser extenuante y convertirse en un enemigo (te mata, si la trabajas; y si no la trabajas, también te mata por el efecto ‘mono’. Hay quien siente frustración si no recibe un mínimo de mensajes diarios…). No es exagerado comparar la infobesidad con una epidemia que va dejando info-agobiados por doquier.
Thierry Venin, investigador del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS), indica que “la urgencia sucede a la urgencia”. Y aclara que “nada más recibir un email hay que responderlo, o el remitente nos llama para preguntarnos si lo recibimos. Además, cuando tenemos un minuto libre vamos al buzón de correo para ver si hay algo nuevo. Es como una adicción”.
Los infobesos se hallan prendidos en una espiral de ansia por leer, abrir correos, categorizarlos, contestar… lo que acaba generando un caos contrario a la intención de sus víctimas, que sería gestionar el correo con eficiencia. Pero, hemos de conocer nuestros propios límites, sin sobrepasarlos.
Los que han desarrollado este padecimiento acusan elevado nivel de estrés, angustia, ansiedad y frustración por la avalancha de información, es decir su triste infobesidad que, poco a poco, adquiere tintes dramáticos.
La pérdida de talento y de tiempo es evidente: según ORSE, “más del 56% de los usuarios de correo electrónico emplean dos horas al día como mínimo administrando el buzón; y cerca del 38% recibe más de 100 emails”.
La infobesidad tiene solución: hay que poner límite a la entrada de inputs. Seguramente el mundo no cambiará por leer –o dejar de leer- un correo.
·La tecno o TIC-adicción
Cuando una persona consulta su buzón continuamente, contesta de inmediato, se estresa si la respuesta se demora, o consulta su móvil en todo momento y lugar… puede decirse que ha caído en las garras de la sociedad de la información, en la infobesidad. Se ha convertido en un tecno-adicto o TIC-adicto.
Se le conoce también como síndrome de fatiga informativa. Surgido en la era digital, inicialmente sólo afectaba a ejecutivos, profesionales y personas que trabajaban habitualmente con estas herramientas y que sentían, cada vez más, la carga excesiva de información.
Ahora la tecno-adicción se ha generalizado. Millones de usuarios (incluso niños) tienen a su alcance smartphones y otros juguetes tecnológicos sin los que ya no se atreven a concebir la vida (¡antes muertos que salir de casa sin el móvil!). A estos dependientes hay que explicarles que la vida es perfectamente posible fuera de internet, incluso más rica. Estamos asistiendo al empobrecimiento palpable del lenguaje tanto escrito como hablado, que se traduce en la creación de códigos de palabras sincopadas y jergas particulares; o la utilización de la tecnología durante gran parte del día como sustitutivo de las relaciones personales (sin máquina interpuesta). Internet no puede ser nuestra única forma de comunicación, porque las relaciones virtuales, o dejan de ser virtuales, o dejan de ser relaciones. No hay solución de continuidad en esa materia. Hacerlo todo por internet supone el aislamiento y hasta la auto-liquidación.
La tecno-adicción genera tecno-estrés, que convierte la multi-tarea (multi-tasking o síndrome de las ventanas) en un hábito caótico, y las fobias en una cruz del tecno-estresado. Entre los ‘demonios’ de los info-agobiados se cuentan: la velocidad del software (61% de los casos), la velocidad de la máquina (60%), que el sistema se cuelgue (54%), la pérdida de datos (46%), los errores de programación (45%), recibir mensajes no deseados (44%) y la dificultad para comprender el ‘interface’ o jerga informática (44%). No es extraño que muchos usuarios desarrollen sentimientos contradictorios de amor-odio por ciertos desarrolladores de software y hardware TIC.