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jueves, 4 de febrero de 2021

'Deepfakes', 'cheapfakes' y apocalipsis informativo

La mentira es todo un clásico entre los humanos desde la noche de los tiempos y, en cualquier época, los individuos -y sociedades- han sido rehenes y víctimas al mismo tiempo de mentiras, falsedades, medias verdades o falta de transparencia. Últimamente, las mentiras de estado de las primeras potencias mundiales, difundidas por las redes sociales (RS), ponen de manifiesto su capacidad de socavamiento, erosión y desestabilización, condiciones que, en la aldea global, tienen un alcance planetario. Cuando unos estornudan, otros se contagian. Esta es hoy una realidad palmaria y no figurada en sociedades que forman parte de una red de vasos comunicantes. Los informadores somos ahora más necesarios que nunca.

Este post revisa los conceptos de ‘cheapfake’ (noticias falsas grotescas), ‘deepfake’ (noticias falsas elaboradas) y su deriva hacia una apocalipsis informativa (‘infocalipsis’), situación instigada por singulares actores de RS (en algunos casos perfiles políticos de relieve, que ya se conocen como ‘Twiplomats’ o diplomáticos de Twitter). Apuntamos asimismo el impacto de nuevas tecnologías como la IA (Inteligencia Artificial) en el ‘totum revolutum’ de la mentira contemporánea y global, y el papel de la información veraz como garante de unas condiciones aceptables de paz y libertad en tiempos inestables.


La ‘twiplomacia’ china o el estilo barato ‘cheapfake’
Las ‘cheapfake’ (literalmente, mentiras baratas) son un recurso predilecto de intoxicación de la diplomacia china. Mientras las plataformas de redes sociales occidentales están prohibidas en China, el gobierno chino saca provecho (especialmente de Twitter) para promocionar la idílica narrativa china en el mundo e influir en la opinión pública. Desde las protestas de 2019 en Hong Kong, el estado chino ha reforzado su presencia en Twitter (a través de cuentas falsas, secuestradas, y también de miembros del gobierno) creando una poderosa máquina propagandística que es apoyada por diplomáticos, embajadas y consulados en todo el mundo, con la misión ‘diplomática’, en expresión literal, “de explicar bien las historias de China”. Esto conlleva en paralelo explicar mal otras historias ajenas a la realidad china, o vinculadas al mundo occidental. Todo ello configura un escenario mundial de lucha dialéctica basada en narrativa y contra-narrativa, siendo los EE.UU. (y aliados) el principal ‘enemigo’ en el punto de mira del gigante asiático.

Las mentiras en red de China son una mezcla de propaganda y de desinformación. Ejemplo de lo primero lo tenemos en la actitud china ante la pandemia mundial del coronavirus. Dada su ventaja temporal en la reacción contra la enfermedad, China puso en valor el ofrecimiento de ayuda a otros países (Italia entre ellos), haciendo circular una campaña propagandística para moldear las percepciones en el mundo, explotar las tensiones políticas y el vacío en el liderazgo global que se derivaron de la coyuntura de crisis. Impulsando su macro-narrativa doméstica e internacional, China se ha querido mostrar al mundo como el campeón solidario y victorioso (el ejemplo de echarse flores uno mismo es un clásico de narrativas de ficción como ‘Rebelión en la granja’ - ‘Animals Farm’, donde el líder, Napoleón, se auto-condecora con medallas varias de animal heroico, pese a no haber hecho nada por la colectividad). El intento de propaganda de China sólo esconde el deseo de ocultar su condición de mero superviviente de la crisis sanitaria existente, además de crear una cortina de humo sobre el origen y el inicio del brote pandémico. A pesar de los esfuerzos, ha quedado constancia de la censura china a los medios de comunicación y los médicos ‘soplones’ (confidentes), que fueron silenciados como suele hacer cualquier régimen autoritario.

El falso liderazgo pandémico de China es un ejemplo de ‘cheapfake’. Pero aún hay otras intoxicaciones de peor pronóstico en cuanto a su intención y potenciales consecuencias. Nos referimos, por ejemplo, a la publicación en Twitter, hecha por el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de China, Lijian Zhao, de una imagen manipulada. Se ve un soldado sosteniendo un cuchillo ensangrentado contra la garganta de un niño afgano sobre la bandera australiana. El niño, con la cara oculta detrás de un velo semi-transparente, coge un cordero. Al pie se ha incluido una frase con intención sardónica que dice literalmente: “¡No te preocupes. Hemos venido a traerte la paz!”. Para más escarnio, Zhao tuiteó: “Conmocionado por el asesinato de civiles y prisioneros afganos por parte de los soldados australianos. Condenamos enérgicamente estos actos y pedimos responsabilidades”.

La imagen, que ni siquiera es convincente, podría haber sido el ejercicio de un primerizo con Photoshop. Se trata de una falsificación barata (manipulada, editada, etiquetada y contextualizada inadecuadamente) para difundir desinformación. La protesta del primer ministro australiano, Scott Morrison, quien tildó la imagen de “repugnante”, no fue atendida por el gobierno chino. 

La intoxicación en la red con noticias falsas hace presagiar dos realidades emergentes: China estaría cambiando el papel de potencia benigna y responsable por el nuevo rol de agitador que difunde desinformación de forma activa en las RS. Otra realidad emergente es la de la importancia que va alcanzando la desinformación visual (manipulación al alcance de niños de parvulario con la app adecuada) como herramienta política y mecanismo de desestabilización.


Mentiras premium, elaboradas o ‘deepfakes’
Lo vivido en EEUU las últimas semanas es un ejemplo de cómo la mentira pertinaz puede conducir a la insurrección, revuelta o intento de subversión. La ‘deepfake’ (mentira profunda, literalmente) no es sino una ‘cheepfake premium’ o mentira de nivel avanzado. Nina Schick, comentarista política, asesora  y especialista en el efecto de la tecnología sobre la política actual, en su reciente libro, ‘Deepfakes: The Coming Infocalypse’, la define como “una ‘ultra-falsificación’, un ‘contenido sintético’ que ha sido manipulado o creado con inteligencia artificial”. Hace años que periodistas y tecnólogos advierten contra este fenómeno en expansión que crea narrativas distorsionadas para envenenar la opinión pública. Y Schick dice al respecto que “los avances tecnológicos están mejorando en paralelo a la calidad de la desinformación visual y la facilidad de que cualquiera la genere. Desde el momento que es posible crear ‘deepfakes’ utilizando sencillas apps, prácticamente cualquier persona podrá crear desinformación visual sofisticada con un coste ínfimo”.

Las ‘deepfakes’ alcanzaron su cénit justo en la campaña de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Son ejemplos de esta intoxicación informativa, entre otros, una creación irónica de la cadena estatal Russia Today (RT) presentando un falso Donald Trump derrotado y admitiendo ser un títere de Vladimir Putin. También apareció lo que Nina Schick califica como “el infame video manipulado de la presidenta de la Cámara de Representantes de EE.UU, Nancy Pelosi”. La desinformación se abonó también con constantes acusaciones de Trump y sus partidarios de un hipotético fraude electoral generalizado, que nunca se pudo probar. Todo ello, fueron intentos de enrarecer el aire político del contexto electoral que, aparentemente, no prosperaron. De hecho, a primeros de diciembre, el Fiscal General, Bill Barr, admitió que el Departamento de Justicia no había descubierto evidencia de fraude. Igualmente, la autora Nina Schick, admitía en un artículo publicado por el MIT, que “no se materializó nada que se pueda considerar que influyó objetivamente en el resultado electoral”. Schick lo justificaba en el hecho de que “las ‘deepfake’ aún no se han convertido en armas de desinformación masiva”. Lo que sí empezaba a hacerse evidente es que un presunto ‘gangster’, con incontinencia verbal y mentiras de alcance patológico en las RS, apoyado por una cadena ultraconservadora de medios (Fox), se alzaba (por auto-proclamación) como un salvador de la República, como una especie de mesías a quien le querían robar la Casablanca (y la salvación de la patria), siendo culpable una ‘mano negra’ que habría tejido una trama oculta para socavar los cimientos de la nación. Esta narrativa -elemental y sin pruebas- había sido condimentada con ingredientes nocivos (casi inflamables), agitada y ultra-divulgada por todo el país. ¿Daría fruto? 


Infocalipsis 1.0
El apocalipsis informativo que vivieron los Estados Unidos después del proceso electoral maceró entre recuentos de votos, falsas denuncias de fraude y vehementes ‘tuits’ de Trump afirmando que no se dejaría defenestrar de la Casa Blanca, porque había sido víctima de un robo electoral. En suma, una narrativa esperpéntica, impropia de una democracia decana que, durante meses, ha adoptado comportamientos propios de repúblicas bananeras. Este apocalipsis informativo (tóxico) fue degenerando, haciendo aflorar resultados malignos. Los agitadores políticos hacen circular las mentiras, repetidas como una letanía interminable, hasta que son aceptadas como verdades. Siempre hay alguien, cercano ideológicamente, que acabará ‘comprando’ aquella ‘verdad’.
Las noticias falsas mediáticas, que nacieron con el experimento ‘gracioso’ de Orson Welles con “The war of the worlds”, ahora circulan por todas partes, porque la tecnología nos lo permite

Los correligionarios de Trump estaban exaltados: el desalojo de su líder de la presidencia de la Unión tenía consecuencias apocalípticas para los votantes conservadores, depositarios -según ellos mismos- de los valores fundamentales de la democracia estadounidense. Y el fundamentalismo nunca retrocede si no le cortan el paso.

El 6 de enero de 2021, el mundo asistía atónito al asalto al Capitolio de Washington, icono de la democracia y sede de las dos cámaras del Congreso de la Unión. Los exaltados partidarios de Trump escenificaron sus protestas por el supuesto engaño electoral, perturbando la paz del país al ocupar de forma violenta (e intenciones todavía poco claras) el Capitolio. El incidente se saldó con 6 muertos, conmoción en todo el país y unas medidas de seguridad de estado de guerra para la ceremonia de investidura del presidente entrante, Joe Biden, el 20 de enero. Será la investidura más atípica de la historia de los EE.UU, de la que son culpables el virus de la Covid-19 y el virus de la desinformación con intencionalidad política.

Las noticias falsas mediáticas, que nacieron con el experimento ‘gracioso’ de Orson Welles con “The war of the worlds”, ahora circulan por todas partes -porque la tecnología nos lo permite- con falsificaciones caseras masivas de alcance inesperado. Es la tormenta perfecta: todo el mundo puede ‘infoxicar’, estamos en la era del infocalipsis... El Capitolio ha mostrado la facilidad con que el apocalipsis informativo puede dar paso a un apocalipsis real capaz de volatilizar el orden y conmover la seguridad.

El infocalipsis 1.0 de la era Trump nos ha ofrecido una visión de conjunto, con rasgos destacables, como los siguientes: las ‘cheap-deepfakes’ del presidente ‘tuitero’ (o gorjeador), más allá de la ‘infoxicación’, han exasperado el discurso del odio con un populismo radical que tiene capacidad de provocar la crispación y la polarización (rotura y enfrentamiento) de la sociedad norteamericana. Asimismo, las ‘cheap-deepfakes’ del que ha sido el peor presidente de EEUU, según los analistas, han constituido un peligro más que evidente para la democracia, donde no tienen cabida ‘caudillos’ fundamentalistas que se creen imprescindibles y se atreven a embarcarse, sin auto-crítica, en procesos subversivos del orden.

En general, todas las ‘fakenews’ generan efectos indeseables en la economía, como ya hace años había pronosticado el Premio Nobel de Economía 2013, Robert J. Shiller. Es necesario que las RS moderen la difusión de discursos incendiarios. Y el periodismo informativo, independiente y veraz sigue siendo el primer valedor de la libertad y el freno contras los abusos.

Adicionalmente, el asalto al bastión de la democracia norteamericana nos deja instantáneas históricas, como ‘el espectáculo’ de los ultramontanos de la América profunda dejándose ver campar como bárbaros en el Capitolio, encabezados por el extremista Jake Angeli, caracterizado para ese evento ‘golpista’ con un casco de bisonte en la cabeza. También recordaremos la imagen de un patético Donald Trump que sólo pisa el freno cuando ha consumado su caída y teme ser incapacitado (Enmienda 25) los últimos diez días de su mandato. Retendremos la imagen de un incendiario de las redes, con personalidad psico-patológica y acceso al botón nuclear (pasando -menos mal- por la Junta de Jefes de Estado Mayor), que se ha rodeado con todos los ingredientes del esperpento para continuar ‘gobernando’ a su manera. Como abanderado de las ‘fakenews’, Donald Trump pasará con méritos ganados a pulso al desván de la historia.

La pesadilla del Infocalipsis 1.0 de Donald Trump ha pasado esta vez. Pero, es probable que, de ahora en adelante, las ‘fakenews’ continúen. Y así seguiremos bordeando los riesgos del apocalipsis informativo (para sufrir nuevos accidentes-incidentes). Con la idea de que ‘lo mejor aún no ha llegado’ (‘The best is yet to come’), horas antes de dejar la Casa Blanca, Trump ponía fin (o no) a un mandato-culebrón.

viernes, 24 de abril de 2020

Dame con la porra...

Las manifestaciones callejeras forman parte del paisaje urbano. La tendencia es airear y amplificar los problemas en la calle, hay que darles dimensión pública e, incluso, hacer rehenes a otros, así los reivindicantes se hacen notar. Supongo que es una disciplina de la guerrilla urbana que va adquiriendo predicamento en las últimas décadas. 

Bien mirado, a la postre todo es ruido y desorden y, como siempre ha pasado con casi todos los manifestantes, a las hordas vociferantes se les va la fuerza precisamente por el ‘vociferio’ o por la boca. Y, con el tiempo, nada queda de su reivindicación, sino un vago recuerdo o las fotos, notarios fieles de momentos estelares y avatares patéticos; en fin, las luces y las sombras que acompañan la existencia de todo ser humano.

La foto adjunta, “Dame con la porra” entró en mi vida por el whatsapp. En primera instancia pensé tirarla, pero antes de hacerlo reparé en que la instantánea tenía tirón semántico (para mí) y que, como en los tiempos de Facultad, analizaría aquella composición y bucearía en sus significados. Es decir lo que me sugería. Y no fueron pocas las evocaciones que me pasaron por la cabeza, que apunté, a modo de etiquetas en un trozo de papel de reciclaje. Hoy todo lo etiquetamos, y éstos que siguen fueron algunos de los ‘hashtags’ que se me ocurrieron para esta foto de guerreros urbanitas: mayo francés, algarada callejera, hippies (ociosos, acomodados), progres de salón, manipulación, tarro de las esencias, espigadas figuras, ocio urbano...

No hace falta ser muy detallista para captar que el eslogan completo, “Dame con la porra hasta que me corra”, es un pareado sencillo y funcional. Aunque su ideador/a no se devanó lo sesos pensando una máxima que pasara a los anales de la historia revolucionaria de los pueblos, sí que esconde un cierto matiz de humor negro, adobado con leve connotación sexual. Es cierto que una ‘mani’ acompañada con destellos de humor y alusiones sexuales es menos aburrida que una ‘mani’ protagonizada por robots gritando consignas machaconas y mecánicas. Por tanto, puestos a hacer lecturas significantes y significativas, considero que la foto tiene contenido humorístico, invita al humor e, incluso, podría haber sido hecha en clave humorística.

Cuando los protagonistas de estas fotos (o sus familias) las vuelvan a ver dentro de una década no tendrán más remedio que volver a reír o sonreír (quizás con nostalgia) 

Estos jóvenes manifestantes coinciden en varios aspectos con los manifestantes del mayor francés (1968). Además de la juventud, difunden unos ideales y, con el correr de los años, el germen pseudo-revolucionario se adocenará, como pasó con los revoltosillos de Francia, que fueron serenándose a medida que maduraban, echaban las primeras canitas, se casaban, montaban negocios o, en definitiva, se aburguesaban, porque siempre estos abanderados de los movimientos sociales suelen tener orígenes acomodados (pocas veces son lumpen-proletariado). A buen seguro, en una década, la niña del “dame con la porra” estará cursando un máster en el extranjero, opositando a un cuerpo de alta gestión del Estado, o mirando de casarse bien y que la mantengan. Lo de las “manis” con consignas subversivas, pancartas mitad humor y mitad provocación y el devaneo ocioso por los campus universitarios habrá sido un episodio -convulso y divertido- de juventud; agua pasada que ya sólo mueve el molino del recuerdo.

La algarada callejera ya no es la seña de identidad de una clase oprimida, más bien todo lo contrario. Hoy, los “revolu-hippies” del iphone (revolu-pijos) se vierten por la calles de forma lúdica como una marea que todo lo inunda; es decir, se divierten, rompen sus monótonas existencias de ciber-agobio, relaciones virtuales y presencia en redes sociales (RRSS) saliendo a las calles a dar lecciones de democracia impostada, cuando muchos de ellos no saben por qué están en las calles, desconociéndolo todo de la democracia, desde el aspecto etimológico al empírico. En el mejor de los casos, una mayoría de jóvenes revoltosos asocian democracia con su propio libertinaje, que les sale a coste cero.  Por supuesto, estas jóvenes hornadas de revolu-pijos del iphone (véase el dispositivo al cinto, adherido a la barriguita) están a la olla y a las tajadas, viven su “revolución de la señorita Pepis” y su adicción tecnológica y tecno-dependiente de forma simultánea. Por eso, avanzando el mediodía, se volatilizan de la mani (hacen un break), pues toca ir a casita a cargar el iphone y, de paso, tomar una ducha refrescante, cambiarse los jeans, almorzar y, cómo no, tener una necesaria sesión de asueto en su doméstica “rest-room”; es decir, sestear al menos una horita, concepto que parece menos revolucionario que el de pasar por la “rest-room” a cuidar el ‘body’.

Dueños de la calle
Y es que las “manis” causan agotamiento físico a estos progres de salón. Hijos de la España opulenta de principios del milenio, son más hábiles con la dialéctica que doblando el espinazo, más diestros haciendo revoluciones sobre el papel (con sus tesis, antítesis y síntesis de la dinámica histórica) que sudando la camiseta como precio simbólico pagado por sus causas. Los progres de salón se manejan bien en el terreno de las ideas, pero dejan la carga de trabajo para las bases proletarias.
Definitivamente, la foto tiene mucha carga humorística e ironía. Los que aluden a la porra no son mejores que los que golpean (aporrean). Hay mucha manipulación en todo: la violencia emana de las porras, pero también de grupos de jóvenes manifestantes que, de forma lúdica y festiva, cortan calles, tráfico… coartan la libertad de otros ciudadanos para reivindicar la suya (y la de otros convidados de piedra). Se puede ejercer la violencia sin blandir la porra, sólo con la actitud, con pasear las calles al estilo del mayo francés, a cuerpo gentil y con pancartas tan absurdas como pesudo-revolucionarias.


En estos días, por política o por pura comedia, buena parte del tarro de las esencias de nuestra población está revuelta, se ha puesto en modo contestatario (y temporal, pues la constancia no suele ser la virtud de los más jóvenes). Ahora es muy ‘trendy’ hacer ruido, protestar…, y estas espigadas figuras, que crecen en altura gracias a su buena alimentación, a que jamás pegaron sello y, en algunos casos, al liviano peso de sus cerebros, aprovechan su toma de las calles para hacerse ‘selfies’ conmemorativas y otras fotos humorísticas que pasarán a la historia de la guerrilla urbana con vocación de charlotada de calle.
También tiene humor (posiblemente negro) que estas generaciones jóvenes, que nacieron entre algodones y han sido beneficiarias netas del Estado del Bienestar, se muestren como auténticos represaliados resentidos, cuando sólo recibieron mimos de la cuna a la Universidad. Pareciera que esta sociedad ha creado monstruos y verdugos, una generación maligna que, a golpe de juventud e inconsciencia, se dispone a devolver los golpes de porra (a razón de 2 x 1, si es posible y después de haber experimentado algún hipotético orgasmo, por aquello de la forzada rima entre ‘porra’ y ‘corra’).

A los ojos de sus familias esta generación, que irónicamente insinúa capacidad de gozarse con golpes de porra, también arranca sonrisas que, probablemente, mezcladas con lágrimas, serán sonrisas de estupefacción. Cuando los protagonistas de estas fotos (o sus familias) las vuelvan a ver dentro de una década no tendrán más remedio que volver a reír o sonreír (quizás con nostalgia). Hasta que la sonrisa se les quede helada y se pregunten ¿pero ése/ésa era yo? (o… aquesta era la nena?). Éramos los dueños de la calle. Lo dicho: la foto rezuma humor intrínseco, con efectos inmediatos y diferidos, humor que podrán evaluar generaciones venideras; juicios que llegarán. La foto es humorística; no podría ser de otra manera siendo una foto de la llamada ‘revolución de la sonrisa’. Ojalá esta sonrisa no se troque en algo menos festivo.

La vida cambia con velocidad y compromete nuestra felicidad. Puedes leer mi artículo adhoc: La ‘felocidad’, neologismo imposible, tan imposible como volver a ver la Avinguda Meridiana con esa densidad de almas. En adelante, el distanciamiento social podría ser nuestro virus más mortal.

viernes, 20 de diciembre de 2019

Libertad de expresión: ¡Maurice puede cantar!



En la canción ‘Al alba’, su cantautor decía: “Quiero que no me abandones, amor mío, al alba”. En ningún caso se decía “no me despiertes”. El despertar temprano (involuntario) incomoda a algunas personas. Este texto se va a ocupar, con ánimo reivindicativo y festivo, de algunos ruidos naturales (y connaturales a la propia humanidad) que pueden hacernos despertar cuando se insinúa el lucero pero domina aún la negrura. Sustanciaremos estas tesis en el derecho de un gallo francés, de nombre Maurice, a seguir anunciando las primeras luces del alba porque nació gallo, en su naturaleza está el quiquiriquí como una seña de identidad genuina y, mal que nos pese, la civilización urbanita (distanciada de todo lo natural por definición) no puede permitirse la tiranía de amordazar a los gallos porque cantan, domesticar (o castrar) la naturaleza o poner puertas al campo para hacerlo más ‘amistoso’.

Se da la curiosa circunstancia de que nuestro gallo comparte el nombre con su compatriota, Maurice Chevalier, quien cantó –como nadie- a la lluvia (The rythm of the rain), a los gatos (Aristogatos) y a una gallina (Si vous connaissiez ma ‘poule’); si bien esta ‘gallina’ no era ave sino un mamífero del género humano. Lo cierto es que el gallo responde al nombre de Maurice, aunque ignoro si la coincidencia onomástica con el cantante fue intencionada o casual. Tanto Chevalier como el gallo Maurice nacieron para cantar.

No hace falta ser del partido animalista para reconocer a los gallos el derecho a cantar cuando deseen, especialmente cuando el canto cuestionado es ese ancestral prolegómeno del día que despunta, que convierte al gallo en el despertador por excelencia.
Tenemos un patrimonio sonoro en el mundo rural que debe ser protegido. Ya hemos citado el canto del gallo, al que podemos agregar las manifestaciones sonoras de otras aves (gallinas, patos, ocas), el canto o trino de los pájaros, cada uno con su singularidad acústica. Hay quien denigrará sin duda por cansina a la tórtola, pero esa avecilla canora (sin t) hace lo que la naturaleza le ha encomendado, que es poner banda sonora al campo con su zureo. Pero hay más ruidos rurales que integran nuestro patrimonio sonoro en franca decadencia. Tenemos el ruido de las cigarras o chirrido, metáfora del éxtasis estival, la auto-complacencia y el carpe diem, el canto de los grillos en las primeras horas de la noche (cuando el jazmín empieza a embriagar el aire), imagen de solaz al concluir la jornada. No podemos olvidar las reminiscencias bucólicas que hay detrás del mugido de las vacas, el rebuzno de los burros, el balido de las ovejas o el ladrido de los perros. 
Y todavía hay más elementos sonoros que reivindicar en el entorno rural, por ejemplo, el ruido del viento (a veces tenue y, otras, amenazador), el ruido de la lluvia que repiquetea estridente en suelos de piedra y contraventanas, el eco de las aguas cantarinas en los cursos altos de los ríos. Tenemos también los sonidos del silencio. Toda una paradoja pero, por lógica, el no-ruido es un ruido (inexistente), que no puede ser excluido del mundo de los sonidos. 

Tradicionalmente asociamos el silencio con los cementerios, también con la caída de la nieve. Sin embargo, aguzando el oído, es posible escuchar la sinfonía discreta que crean los copos de nieve cuando van depositándose sobre el suelo ya cubierto con un manto blanco. Incluso el natural envaramiento de los cementerios se ve quebrado en la noche por la manifestación vital, el ululato (derivado de ulular) de los búhos, mochuelos, autillos, lechuzas y otras pequeñas rapaces que, en su vida nocturna por camposantos, bancales de cuatro esquinas y sus aledaños, crean una ambientación sonora de chirridos (lechuza), chucheos y graznidos (búho). Y es más que evidente que ningún morador de cementerio se ha quejado jamás de las aves canoras, que seguramente han encontrado entre los muertos la paz que les negamos los vivos.

La animalidad emerge
Y, por seguir reivindicando la libertad de expresión de los animales, recordemos el derecho de las abejas a emitir su zumbido, la potestad de los cerdos de gruñir, o la prerrogativa de los gatos de despachar sus maullidos y bufidos; las gaviotas sus graznidos; los pavos sus gugluteos; y las ranas su croar. Estamos ante un mundo sonoro desconocido por olvidado, que nos indica que el planeta azul que habitamos es una casa compartida con otras especies animales, capaces todas ellas de emitir sonidos naturales más cultivados, originales y hermosos que los que generamos los herederos del supuesto ‘homo sapiens’. 
Maurice, protagonista involuntario de un circo mediático, fue llevado a juicio por cantar. Finalmente, el gallo ha visto reconocidos sus derechos naturales por un juez
¿Qué pensará el gallo Maurice de los ruidos que hacemos los humanos cuando él se entrega a su descanso nocturno en el gallinero? Sin duda, molestamos a los animales con nuestros gritos, diversiones, música, los motores de explosión, la actividad frenética, etc. Eso sí que constituye un auténtico perjuicio sonoro, que es fuente de tensión y enfermedad para nosotros mismos. El ruido es un auténtico contaminante físico, razón por la cual se entiende que los mochuelos se vuelvan ‘góticos’ y busquen la paz de los cementerios, huyendo del mundanal ruido, el descomunal ruido que acompaña a los humanos (añádele a eso la contaminación lumínica).

Si el caso del gallo Maurice ha llegado a la prensa y, posteriormente, a la opinión pública, es por la proliferación de los turistas rurales de pacotilla, esos que buscan entornos de ‘campo’ pero sin campo, un campo descafeinado y sucedáneo, de decorado de attrezzo y cartón piedra, en el que no pueden faltar el internet de alta velocidad (¡por favor!), TV por satélite con tropecientos canales, sala multi-cines y espacio de ocio cercana (con centro comercial anexo). Son estos pseudo-turistas rurales desnaturalizados e info-tecnificados, que sólo conciben un modelo de campo urbanizado, los que quieren imponer el toque de queda en el entorno rural: que las campanas no repiquen, las abejas no zumben y los gatos enmudezcan. Eso en el aspecto acústico, porque a los urbanitas ‘perdidos’ en el campo también les molestan los olores campestres, o los suelos carentes de asfalto, entre otras cosas. Este es un despropósito más del ser humano, el mayor depredador del planeta, el peor escollo y estorbo para el resto de insuperables habitantes de la nave tierra. Todos los animales expresamos lo que llevamos dentro.

Por lo dicho, hay que aplaudir la sabia decisión del juez francés que falló a favor de que Maurice, un gallo genuino, de pro e inmutable en su naturaleza aviar, cante sin restricción siempre que le venga en gana, y sin responsabilidad penal alguna por despertar a urbanitas que olvidaron que la naturaleza tiene sus propias reglas. Justa es la sentencia, pues los animales tienen derechos, y el de expresión es uno de ellos. Maurice, con la actuación consecuente de su dueña, los hizo valer en el Palacio de Justicia.
En lo sucesivo, el urbanita que experimente molestia por el mugido de unas vacas que vuelva a su entorno urbano, donde la leche no mana de ubres poderosas y calientes, sino de asépticos y aburridos envases de cartón; donde no se oye el canto del gallo sino el runrún insufrible del ‘homo sapiens’ bajo mil formas.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Drones y ‘La-Drones’ gestionando el tráfico

El radar que más multa (y recauda, según parece) del mundo mundial está en una pequeña población de 120 habitantes y, según los datos, ha registrado picos de producción de hasta 58.000 multas en 2 semanas. La eficaz pieza (y la concentración de infractores) están en la localidad italiana de Pieve di Teco, donde diariamente se empapela a unos 4.000 contribuyentes.


En España, a respetuosa distancia de aquel titán de la expedición de ‘recetas’, tampoco vamos muy a la zaga en materia de exacciones fiscales por la vía del cinemómetro de carretera. Según la DGT, los radares fijos recaudaron el año pasado más de 75 millones de euros (que no es poco) sólo por exceso de velocidad. La recaudación por el total de sanciones de los radares se cifró en la nada desdeñable cifra de 241 millones de euros (más de 40.000 millones de pesetas).

Llegados a este punto, asalta inmediatamente la duda (razonable) de si la autoridad de tráfico (Ministerio del Interior y Gobierno de turno, subsidiariamente) concibe el uso de los radares como una función social de prevenir la siniestralidad vial o, por el contrario, concibe los radares como unas maquinitas incansables de recaudar dinero (a costa de la pésima disciplina de tráfico que domina en nuestro país).
La argumentación buenista y facilona es que los políticos (al final son ellos los que están ‘agazapados’ en la caja del cinemómetro) se preocupan por nuestra seguridad y vida en el asfalto. La realidad, no obstante, no es tan cándida ni bien intencionada: a los políticos les interesa su propia seguridad y la de los suyos; la seguridad ajena es un mantra tan políticamente correcto como falso. Lo que interesa a los políticos, sin distinción de color u orientación ideológica, es recaudar. Se ha de recaudar mucho para pagar sueldos y sueldazos a 470.000 individuos aferrados, mes tras mes, a la teta de mamá-Estado o mamá-Administraciones varias (autonómicas y locales).
Bueno, hecho está el alegato. Pero, ¿dónde se habla de los drones y los ‘la-drones’ que gestionan el tráfico? Vamos a ello.

Hace unas semanas, justo al inicio del mes de agosto, tiempo vacacional por excelencia, la DGT sacaba pecho a través de los medios de comunicación de masas para recordarnos que, desde el cielo, nos vigila Pegasus, el helicóptero con ojo de lince; y recordarnos que ahora también nos vigilan los drones, esas miniaturas voladoras que llegaron para quedarse, y lo mismo llevan una cámara de alta resolución que retransmite las imágenes en tiempo real, que entrega un paquete en un lugar remoto, o que suelta un salvavidas a alguien que corre riesgo de ahogamiento en una playa…
No es que le falte razón a la DGT: los drones son muy capaces y harán que el director general de tráfico pueda, un día, leer la portada de una revista que un automovilista pueda llevar a bordo de su vehículo. Eso llegará. De momento, la tecnología es más modesta y la DGT adolece de un exceso de propagandismo y auto-bombo, algo comprensible si tenemos en cuenta que la lideran personajes que se han formado en el activismo, la agitación, el ansia de prohibir y las ganas de meter el miedo en el cuerpo a justos y pecadores indiscriminadamente. Además, al final de cada ejercicio fiscal, luce mucho airear los logros de gestión en la doble vertiente de porcentaje de reducción de la siniestralidad y recaudación para el Estado por las sanciones.
No es lo mismo que te coja ‘in fraganti’ un agente a que lo haga el tele-objetivo de la cámara de un dron manejado a distancia por un técnico de la Dirección General de Tráfico
Sí, seguramente algunos drones han patrullado este verano, pero con una pobre autonomía de 20 minutos por aparato. Además, no está claro que sus sanciones (si las han impuesto) puedan considerarse legales (coercitivas en cuanto al pago). Fuentes de la Asociación Europea de Automovilistas no perdieron tiempo en señalar que dichas sanciones van a carecer de la presunción de verosimilitud (o veracidad) que tienen las denuncias efectuadas por los agentes de la autoridad de tráfico a pie de carretera. En otras palabras, no es lo mismo que te coja ‘in fraganti’ un agente a que lo haga el tele-objetivo  de la cámara de un dron manejado a distancia por un técnico de la DGT (o subcontratado), que no es agente de tráfico, sino piloto de dron o empleado técnico-administrativo.

Por tanto, el sueño de la maquinaria recaudadora del Estado de meter la mano en el bolsillo del ciudadano haciendo volar drones, con falsos agentes de tráfico, que mueven joysticks a distancia, todavía tiene que madurar algunos años hasta poder, finalmente, hacerse realidad. La DGT no desespera pues sabe que, a la postre, todo es una cuestión de tiempo.
A la espera de que los drones sean más eficaces, los controladores de tráfico cuentan con el socorrido recurso de los ‘la-drones’, una especie no voladora, que, a pie de carretera, expide sanciones a destajo, con motivo, pero también sin él. Obviamente no todas las sanciones impuestas por los agentes de tráfico son un robo. Hay conductores y actitudes que son sancionables, y deben ser sancionados por el bien común. Pero también sabemos que los agentes tienen unos baremos de productividad (número de multas) que, si no cubren, influyen negativamente en su sueldo final, su carrera profesional o promoción laboral.

Así, sea por el motivo que sea, siempre se expiden denuncias falsas (inventadas) por ‘la-drones’ empleados en las distintas Administraciones, y que pagamos entre todos con nuestros impuestos. Puede sonar duro, pero es así. Una denuncia falsa (inventada) es un delito, tipificado en el Código Penal Español, que habría de sancionar gravemente a quien expida un boletín de denuncia falsa, documento que tiene la consideración de documento oficial. En la práctica –mal que nos pese- se expiden documentos de falsas denuncias (es imposible cuantificar su número) que llegan a sus destinatarios y, por diversas circunstancias, acaban generando una exacción fiscal a favor del Estado.

Sí, pero nos ofrecen la posibilidad de formular alegaciones a la denuncia en caso de desacuerdo. Cierto. Pero son alegaciones que sólo dan una apariencia de garantía legal al asunto, alegaciones que los organismos concernidos se pasan siempre por el arco del triunfo. Conservo escritos varios en que he agotado la vía administrativa comunicando a la Jefatura correspondiente, una y otra vez (mientras te dejan), que la denuncia es falsa, que los datos que aporta el agente no se corresponden con la realidad, que únicamente pasaste por allí, que no te diste a la fuga (como dice el agente), ni hiciste caso omiso a las señales que dice que te hizo (porque no hizo ninguna señal). Además, si tal fue el comportamiento del conductor, ¿por qué no se le persiguió, o se le interceptó por una patrulla que le esperase por donde había de pasar? ¡Es muy grave no atender el alto de una patrulla de carreteras! Pero los señores denunciantes no persiguieron nada, se limitaron a apuntar una matrícula al más puro estilo ‘la-dron’. Son boletines de denuncia instruidos con el culo, y con afán de guindarte unos cientos de euros para las arcas públicas y cubrir el expediente del mes (en algunos casos, hoja de servicios brillante).

Se puede caer en la pamplina tramposa del recurso, pero la respuesta de la mamá Administración es siempre la misma (sea la DGT o tu ayuntamiento), y es ésta: “consultado el agente denunciante, éste se ratifica en la denuncia efectuada”. Y, claro, para acabar de sumirte en la frustración, la Administración correspondiente añade que “el agente tiene la presunción de veracidad”, y eso incluso aunque sea un auténtico facineroso.
Alegar y recurrir sólo sirve para perder el tiempo y llevarse un calentón comprobando que no estamos tan lejos como creemos de las ‘repúblicas bananeras’. Las Administraciones saben que la multa (real o falsa) siempre se convertirá en ‘cash’, porque muchos sancionados no la recurren, y los que la recurren lo hacen en vía administrativa. Todos acabamos desistiendo de ir a la vía contencioso-administrativa porque su coste es superior al beneficio. Cuesta más pleitear con una Administración tramposa que pagar una multa injusta (por falsedad) de 300 euros.
Las Administraciones saben que juegan con ventaja en materia de desacuerdo fiscal (si no pagas, te embargarán lo que sea, con el concurso de bancos y la Agencia Tributaria).

Lo de menos es la gestión del tráfico. Lo que prima para estos dechados de virtudes que nos pastorean es recaudar. La excusa-coartada, nuestra seguridad en la carretera. Y, mientras no puedan servirse de los drones para aligerarnos el bolsillo, se servirán de los ‘la-drones’ que, con presunción de veracidad, saldrán a saltear los caminos y, según se tercie, inventar denuncias (fuga incluida del presunto infractor) que –mire usted por donde- sólo cuestan 300 euros, con rebaja del 50% por pronto pago. Realmente sale barato darle morcilla a una patrulla. Y los pobrecitos se quedan allí resignados, porque no tienen vehículos potentes con los que interceptar al presunto infractor. ¡Qué vergüenza mentir con semejante descaro! ¡Qué vergüenza amparar a semejantes mentirosos!


Para consolarnos, pensemos que estamos ante un mal general: en Francia, ahora parece que colocan los radares camuflados con la forma de un mini-contenedor de basura. Las carreteras son una pura trampa para el automovilista europeo. El fin último es hacer ‘cash’, que –volviendo a España- 470.000 almas dedicadas a la política (‘arte’ de no hacer nada, fingiendo luchar a muerte por la sociedad) fagocitan cantidades ingentes de recursos.
Yo tengo una solución diferente y radical: pongamos a las 470.000 almas en el paro y enviémoslas, por un subsidio de 430 euros, a limpiar bosques y cauces ribereños (los incendios y las avenidas de la gota fría se previenen anticipadamente). Con los 470.000 bajo control daríamos un respiro a los drones y a los ‘la-drones’, obligados a recaudar a mansalva y a toda costa para el Estado, con la engañosa pretensión de que están gestionando el tráfico y nuestra seguridad vial.

lunes, 31 de diciembre de 2018

No todo lo que reluce (en Facebook) es oro


Hemos oído tantas veces el refrán “dime de qué presumes y te diré…, que ya no captamos su fondo de sabiduría ancestral. Seguramente existen las vidas perfectas. Pero, cuando alguien tiene una vida perfecta no necesita lucirla en redes sociales. La mayoría de las veces, las ‘vidas perfectas’ de Facebook son pura ilusión, maquillaje y postureo. "Todo el mundo miente", afirman algunos sin rodeos. Quizás solo Internet diga la verdad, poniendo a cada uno en el lugar que se ha ganado.



El Big Data (la ingente cantidad de información que recopilan las plataformas) confirma que las redes sociales nos están deprimiendo. Sabemos que la vida es cicatera y, por tanto, que los otros seres no pueden ser tan exitosos, ricos, atractivos, relajados, intelectuales, admirados o dichosos como dicen ser en Facebook. Sin embargo, no podemos evitar comparar nuestra vida interior con las vidas maquilladas (y elevadas a la enésima potencia) de nuestros semejantes.
Esta digresión, o breve píldora dialéctica, pretende ser una terapia de choque para quien se siente intimidado al visualizar las ‘vidas perfectas’ de Facebook de sus conocidos o amigos.

Las palabras que tecleamos en los buscadores suelen son más honestas que las imágenes que presentamos en Facebook. Un experto (*) recomienda el sencillo ejercicio de escribir en nuestro navegador de internet “Yo siempre…”. El sistema nos mostrará opciones que fueron objeto de búsquedas ajenas, como “estoy cansado” o “tengo diarrea”, etc. Esta realidad menos bucólica de las búsquedas por Internet ofrece un contrapunto drástico a la vida edulcorada de las redes sociales, donde todos parecen estar de vacaciones perpetuas en el Caribe. Seguramente Facebook sea la feria de las vanidades, una monumental mentira, o un muro de las lamentaciones, camuflado de bendición y bienestar.

(*) Stephens-Davidowitz es autor de “Everybody Lies: Big Data, New Data, and What the Internet Can Tell Us About Who We Really Are” (Todos mienten y lo que Internet dice sobre quiénes somos realmente).

jueves, 6 de septiembre de 2018

La ‘llamada de Dios’ no entra por el móvil


Un cartel de un tablón de anuncios de una parroquia dice así:
“Cuando entres a esta iglesia, es posible que escuches la ‘llamada de Dios’. Sin embargo, es poco probable que te llame al móvil.
¡Gracias por apagar tu teléfono!
Si quieres hablar con Dios, entra, elige un lugar tranquilo y conversa con Él.
Y… si quieres verlo, envíale un mensaje de texto mientras conduces”.

Una película nos convenció de que el cartero siempre llamaba dos veces, al menos por aquellos lares. Ahora, un anuncio parroquial trata de convencer a sus feligreses y visitantes de que apaguen el móvil porque, en este caso, aseguran que “es poco probable que Dios les llame por el móvil”.


Varias son las consideraciones en torno al asunto que ha elegido el humor como vía de conectar con su público-diana y conseguir una modificación de la conducta en un lugar de pública concurrencia. En primer lugar que el móvil no sólo le hace una enorme ‘competencia’ a Dios, sino que además empieza a tener alguna analogía con Dios (ubicuidad). El móvil está en todas partes y, además, delata su presencia. La evidencia diaria es que los móviles raramente están en modo silencio, por lo que la fatalidad hace que suenen en momentos inoportunos: en la consulta del médico, el abogado, el notario, en el coche mientras conducimos, cuando tomamos una ducha, miramos de conciliar una breve siesta, al pedir un aumento de sueldo al jefe, etc. Y en las iglesias, los móviles pueden sonar en cualquier momento, siendo particularmente disruptores durante la homilía o el sermón, cuando el oficiante está haciendo trabajar su materia gris con mayor intensidad para instruir y edificar a sus ‘tutelandos’ (tómese el palabro como “los que han de ser tutelados”). El ruido multiforme (cada usuario lo tiene personalizado) de una llamada entrante tiene, muchas veces, el efecto de un jarro de agua fría, hecho que corta el rollo y que hace que no pocos predicadores pierdan los papeles, la inspiración y hasta el oremus. Además, casi todo el auditorio (unos porque seguían al orador y otros porque estaban enfrascados en sus propios pensamientos), reacciona con molestia ante la agresión sonora de la campanita, el timbre, la melodía, la canción pegadiza o la sinfonía, ruidos que emergen de un sujeto/a de aquel lugar, creando un momento de cierto caos, que nos agrede a través del tímpano.

Paradójicamente, es el sujeto/a sinfónico accidental quien parece no alterarse especialmente y, para sorpresa y reproche general de los reunidos, se eterniza en la acción necesaria de sofocar aquel ruido perturbador. Hay ocasiones en que el incidente adquiere proporciones cómicas, incluso tragicómicas. Recuerdo un día en que el recogimiento y la concentración de los fieles fue interrumpido por el canto de un gallo. Pero no era un gallo de corral, sino su canto enlatado en un móvil. El quiquiriquí inesperado y sorpresivo fue seguido por una andanada de risas, ya que la situación tenía mucho de cómica. Por suerte aquel ‘gallo’ con batería de litio y sin plumas fue silenciado para que no tuviese oportunidad de cantar tres veces, hecho que habría adquirido una gravedad bíblica.

En segundo lugar, volver a recordar que vivimos pendientes del móvil y que no sabemos poner distancia con el aparato, que más que un accesorio parece ser un salvoconducto en sí mismo. Algunas personas son verdaderas adictas/dependientes (¡No sin mi móvil!). Es lo que los psicólogos denominan “adicción sin sustancia”. Sin embargo, en mi ignorancia superlativa, yo me atrevo a decir que sí hay sustancia (endógena, en este caso). Está comprobado que el uso del móvil hace que el cerebro del adicto segregue las sustancias (por tanto, hay sustancia). La dopamina, oxitocina y otros humores bioquímicos que se vierten en el torrente sanguíneo modifican el estado anímico del adicto al móvil. De ahí que el móvil (sin sustancia exterior visible) lleve a algunos a experimentar excitación, euforia; o, en caso de privación, mono de móvil o síndrome de abstinencia. Solo con disciplina (sufrimiento psíquico) pueden los adictos dejar el móvil atrás cuando lo exigen las circunstancias.

Por tanto, no es fácil para una iglesia (espacio público de culto religioso que nunca supera su aforo máximo ni de lejos) pedir a los congregantes que prescindan del móvil por poco más de una hora. Así, el mensaje del principio, expuesto en una parroquia española, invitando a desconectar el móvil, ha optado por ‘atacar’ de una manera inteligente y sutil. Lejos de recurrir al imperativo brusco de “apaguen el móvil, respeten el culto”, elige una vía amable y jocosa, que supone un encomiable acierto en mi opinión. Quizás sea la última parte del anuncio la que rompe el buen rollito del discurso al pasarse un poco en la ironía (el último aserto advirtiendo que los mensajes de texto pueden ser la manera de irse con Dios por la vía rápida tiene ya una cierta carga de sarcasmo, que es una ironía pasada de tuerca).

Con todo, no tengo nada en contra del chistecito. Empezaron con ironía y lo acabaron con un toque de sarcasmo. Puestos a buscar los tres pies al gato, diré que puede objetarse que la broma final le resta fuerza, autoridad y predicamento al primer mensaje en que se pide la desconexión del móvil. ¿Por qué? Porque hay que mantener la coherencia. Por tanto, pedir algo (que queremos que la gente cumpla sí o sí) y acabar el mensaje con un chistecito sarcástico nos hace correr el riesgo de que no nos tomen en serio. Vamos, que el humor es efectivo para conseguir una moción de ánimo en las personas. Pasarse de humor (sarcasmo) puede cosechar el fracaso para nuestra proposición. Delicada como es, la comunicación exige del comunicador un uso apropiado del tono, porque la broma excesiva puede cosechar el mismo resultado negativo que la actitud imperativa a la hora de pedir al público que siga cierta conducta.

En cualquier caso, lo que no tiene controversia es que apagar el móvil es un gesto siempre beneficioso, incluso cuando se espera recibir la palabra de Dios, o precisamente en tales ocasiones. Seguramente, silenciar el móvil es como darle una ‘oportunidad’ a Dios. Es quitar el ‘ruido’ del ‘canal’ y correr la ventura –quizás el riesgo- de conectar con otra dimensión. Silenciar el móvil es buscar nuestra propia paz, auto-concedernos una oportunidad; es un acto de fe en sí mismo, porque toda nuestra vida no puede orbitar en torno a cuatro chips por útiles que sean para el día a día. ¡Se puede vivir sin móvil; lo que no se puede es vivir sin Dios!

martes, 4 de septiembre de 2018

El Dúo Sacatumbas


En la década de los 80 se dio a conocer una pareja cómica que adoptó el nombre de Dúo Sacapuntas. Uno era alto, el otro bajito. El primero iba de sabihondo. Su compañero adoptaba el papel de simplón de luces escasas, actitud que tenía más que ver con una pose de conveniencia que con la largura intelectual del sujeto. La pareja humorística estuvo unida hasta la muerte prematura del ‘simplón’.

El humor patrio que circula por las redes sociales ha querido rescatar el nombre del Dúo y, adaptándolo a las circunstancias de la coyuntura, ha dado vida a una nueva pareja que trapichea en el serio negocio del humor (y la política). Su nombre “artístico” es Dúo Sacatumbas, y apuntan muy buenas maneras en el cuestionable arte del humor negro. Por tanto, no hay duda de que estamos ante dos “artistas” que prometen generar momentos de decadencia esplendorosa en el circo de la política española.





El Dúo Sacatumbas condensa la psicología aviesa de dos personajes ambiciosos, que no confían excesivamente en su arte ni sus tablas, pero que saben crearse oportunidades para su brillo y notoriedad personal. Y, sobre todo, destacan en que, descubierta la oportunidad de provecho personal, se fajan a tope en su ambición de convertir el sueño en realidad. Se diría que son muestras vivientes de la ambición primaria de todo ser humano, según describe la Pirámide de Maslow. En fin, esa clase de personas que no reparan en precio, siendo capaces de vender su alma con tal de alcanzar sus quimeras y dar tangibilidad a sus sueños. Pero no sólo se venden a sí mismos, también están dispuestos a despejar el camino de obstáculos, aunque estos obstáculos sean varios millones de personas que no les votaron (ni les votarían) y que representan, por lo menos, a la mitad numérica del país.

La obsesión del Dúo –que es lo que les ha dado su nombre- es hacer aflorar las tumbas, que yacen bajo el polvo y las criptas de un país que derramó su sangre décadas atrás. Sacar las tumbas es justo. Ningún cadáver debe estar en una fosa común en una cuneta perdida de una carretera infame; ni el techo de un golpista prevaricador puede ser una basílica o lugar consagrado. Humanamente, el agravio comparativo expuesto (tumbas de primera e infra-tumbas) atenta contra la decencia, la equidad y la dignidad humana. Pero convendría pensar más en los vivos que en los muertos. En términos trascendentales, los restos mortales (depositados en fosas comunes perdidas, o en fosos basilicales) han vuelto al polvo del que un día se formaron.

Hecha la precisión sobre la importancia de preservar la dignidad humana, retomo lo de sacar las tumbas para meterlas de lleno en el circo mediático. Poner a los muertos en el primer plano de la actualidad demuestra un dudoso gusto por el humor negro, o que se carece de mejores ideas para ejercer la política de la España del 2018. Y es que el Dúo Sacatumbas se ha percatado de que andan muy escasos de inspiración, que el auditorio (país) está cansado, expectante, crítico y hasta exasperado con el espectáculo y panorama nacional. Así, carentes de mejores y más inspiradas ideas, han optado por el circo, un circo sin pan, deslucido y patético que no satisface a nadie. Y ya que he mencionado el pan (eran los ciudadanos romanos los que reclamaban a sus gobernantes pan y circo), conviene apuntar aquí que el circo del Dúo Sacatumbas lo único que va a conseguir es que suba el pan, simbolismo de un empeoramiento de las condiciones económicas del país. Una crisis cerrada en falso, que arrastra más de tres millones de parados, puede provocar un enfriamiento de la economía española, un dañino repunte del paro. De hecho, estos días el humor – sorna – cabreo patrio ha puesto en circulación una especie de eslogan que dice: “No se trata de sacar muertos de las tumbas, sino vivos del paro”.

No le falta razón a la criatura que ha acuñado la frase. Quizás habría que priorizar las vidas de los vivos por delante de las muertes de los muertos. El sentido común pide que no nos hipotequemos más a cuenta de un pasado que no tiene remedio. Sin embargo, el Dúo Sacatumbas se debe a su quimérica función y a su público, compuesto por los correligionarios de sus respectivos partidos y la adhesión temporal y condicionada de algunos colectivos de vascos, nacionalistas e independentistas catalanes. Todos se caracterizan por un gusto en materia humorística más que censurable. De ahí que el espectáculo que nos han preparado tenga poco de humor y mucho de entraña negra y visceralidad.

El Dúo Sacatumbas no tiene la capacidad humorística a la altura de su ambición. Confían en obtener un beneplácito efímero de su público y jaleadores. No están en política para redimir a sus compatriotas dolientes. Están en política porque se han hecho devotos del “Ande yo caliente, y ríase la gente”. Tanto es así que el alto cambió su coche –con el que iba a recorrer toda España buscando concordia- por una ‘okupación’ interina de la Moncloa y el uso a hurtadillas del avión oficial. El bajito, comedido por el momento, cambió una tienda de campaña de “indignado” por un chalet de alto standing al más puro estilo “casta”.

Sin duda, este par de bromistas –que no humoristas- se han asegurado el confort temporal, dentro de un espectáculo triste y patético que pretendería el contento y la risa de la gente con algo tan poco chistoso como son las tumbas. El circo de las tumbas  es algo macabro, deprimente, un paripé de humor negro que no busca tanto la paz de los muertos como el goce de dos vivos. El alto y el bajo, el listillo y el corto (en apariencia), humoristas de saldo, temen el fracaso de su ‘performance’. Ellos saben que están torturando con un ‘espectáculo’ bronco a todo un país, gentes sufridas que casi nunca nos hemos desternillado de risa con políticos o con payasos, ni con la síntesis de ambos. Lejos de hacernos reír, el Dúo Sacatumbas induce el llanto de un país que ve cómo lo introducen y  pierden en nuevos laberintos. Este país no necesita más oportunistas que instrumentalicen causas dolorosas. Hemos pasado página. Ahora nos conviene un poquito de buen humor y risa, que es el amortiguador de la vida.