lunes, 29 de junio de 2015

Gigantes con los pies de barro

Hace algunos meses se celebró en Barcelona el Mobile World Congress, con éxito de público y crítica, según la expresión ya clásica. Sin duda Internet está revolucionando la economía, además de nuestras vidas. Pero conviene recordar que, junto a los mundos virtuales, coexiste el mundo real, con problemas reales que acompañan a la humanidad desde la noche de los tiempos.
Los gurús de esta neo-ciencia que conocemos por la sigla TIC (Tecnologías de la Información y el Conocimiento) nos están vendiendo el ‘Internet de las cosas’. Hoy ya no eres nadie sin Internet. Incluso, las cosas para ser algo ya necesitan la conectividad con Internet, en caso contrario, ¿qué clase de cosa son, o aspiran a ser? Veamos algún ejemplo: en los coches solíamos valorar el par de giro del motor en función del régimen de revoluciones. Ahora eso está anticuado; los nuevos compradores eligen su vehículo en función de su conexión a Internet, y de su velocidad (en Kilobytes/segundo). Buscamos velocidades 3G, 4G, o superiores.



El ‘Internet de las cosas’ también hace campaña a favor de la nevera conectada a la red de redes. En la sociedad cibernáutica no hay tiempo para mirar si se agotó la provisión de jamón de pavo en nuestra nevera. Por tanto, necesitamos que ésta sea inteligente y evite la rotura de stock conectándose con nuestro supermercado y cursando los pedidos pertinentes.
Todo esto es fantástico y, aunque lo contemplamos con cierta hilaridad, creemos que contribuye al progreso de la civilización. Sin embargo, es deseable que no nos dejemos embriagar por la tecnología y relajemos el estado de alerta permanente.
Entrando en el terreno preventivo, entendemos que la nevera –o cámara frigorífica industrial- conectada a Internet puede simplificar enormemente la gestión, por ejemplo, de una industria de transformación alimentaria (un fabricante de ensaladas preparadas, para mayor concreción), optimizándola para los requerimientos de logística, u otros. Pero, ¿de qué le sirve a cualquier industria alimentaria tener una cámara cibernáutica si ésta almacena productos contaminados debido a una pobre o deficiente manipulación?
La tecnología (Internet de las cosas) y los mundos virtuales no pueden hacernos olvidar que unos minúsculos corpúsculos moleculares (bacterias) tienen poder suficiente para tumbarnos, demostrándonos que, si se cruzan en nuestro camino, pueden truncar nuestra carrera de alocados gigantes con los pies de barro. Dicho de otra manera, toda industria alimentaria que se precie se preocupará exhaustivamente por la salubridad de su producto. La salud de sus trabajadores y la de los consumidores está en juego por las posibles toxiinfecciones. Solucionado ese aspecto, siempre les quedará el Internet de las cosas como una opción más.


Inermes ante las bacterias
Las bacterias –en su variedad bio-diversa- matan seres humanos en el mundo real. El paradigma –reciente y despiadado- lo tenemos en la muerte de Pau, el niño de seis años, de Olot (Girona – Spain), vencido por la difteria después de su lucha infructuosa de un mes. Y es que las bacterias existen, y también matan en los tiempos de internet.

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