Los EPI no sólo salvan vidas, también pueden salvar la
economía de nuestro país, siempre que se acometan las políticas e inversiones
necesarias; es decir, cambiemos la manera de pensar y actuar.
La inversión en PRL –y en el sector EPI- es un resorte
económico. Son muchas las voces que proclaman el mismo mensaje. La directora de
la Agencia Europea de Seguridad y Salud en el Trabajo, Christa Sedlatschek, ha
manifestado recientemente que la protección laboral
es un factor “clave para la recuperación económica en España y en el
resto de Europa”.
La Unión Europea promueve la prevención de riesgos laborales
como uno de los factores de recuperación, ya que anualmente se pierden 450 millones
de jornadas de trabajo, que representan un coste de más de 490.000 millones de
euros para la economía del continente. A lo que hay que añadir la pérdida de
vidas (y el talento humano), unas 5.500 víctimas mortales por accidente
laborales al año.
Además, a estas ‘rentabilidades’ indirectas habría que
añadir las directas, derivadas de la plusvalía generada por la PRL en tanto que
modelo productivo alternativo a los existentes (y agotados). Y, entre las
plusvalías derivadas, toda la ‘política de intenciones’ de lo políticamente
correcto, que señala que “una de las aportaciones cruciales de la seguridad y
la salud laboral se producen en el ‘crecimiento sostenible e inteligente’ a
través de los ‘empleos verdes’ y la ‘mano de obra sana y motivada’.
Al margen de lo políticamente correcto, centrándonos en lo
económico, basta señalar que una inversión de 1 euro en prevención puede
generar un rendimiento económico de 2,20 euros, según diversas fuentes, entre
las que se encuentra la Asociación Internacional de la Seguridad Social (AISS).
Los resultados del estudio (retorno de 2,20 x 1) avalan el argumento
microeconómico para incentivar la inversión empresarial en prevención. Y el
término ‘empresarial’ tiene aquí una doble vertiente: pueden –o deberían-
invertir en prevención las empresas consumidoras y, por supuesto, las empresas
productoras.
Los gurús de la ‘nueva economía’ –que es tan vieja como el
mundo- ofrecen unas fórmulas magistrales recurrentes: identificar nuevas propuestas de valor para clientes de un mundo globalizado,
descubrir otros segmentos de consumidores, buscar el hecho diferencial,
establecer nuevos canales de comunicación con el consumidor.
Por más que pudiéramos creer que estas soluciones
constituyen la quintaesencia del pensamiento económico, no son más que buenas
ideas que, con sentido común, ha aplicado la humanidad con el devenir de las
civilizaciones. No es más que rectificar cuando un camino se agota: cuando
nuestros antepasados, los homínidos, descubrieron que el nomadismo era una lata
(el problema y no la solución de sus necesidades) se hicieron sedentarios y
descubrieron la agricultura. ¿Qué consiguieron con aquel avance? Sencillamente,
cambiaron el modelo productivo.
Del mismo modo, el sector español de los EPI debe aprender
de los ciclos de la historia, e introducir los cambios que sean pertinentes,
verdad de perogrullo que podemos resumir en dos ideas clave: encontrar nuevos clientes, y crear productos
y soluciones inéditas. Encontrar nuevos clientes, ya es un avance. Si
además creamos productos-soluciones inéditos, es más que probable que los
nuevos clientes aparezcan solos. Una tendencia-demanda que crece sin cesar es
la que pide EPI específicamente diseñados para la mujer. ¿No ofrece esta
demanda una oportunidad para desarrollar soluciones inéditas para clientes
nuevos? El diseño y las nuevas tecnologías pueden dar mucho de sí (app’s para
controlar el estrés usando el móvil…). Hay otras aplicaciones y las que nos
‘lloverán’. El límite está en la imaginación.
España ha dado avances técnico-científicos históricos al
mundo. De pretenderlo, ¿no nos podríamos convertir en los administradores y
gestores del nuevo maná con el que hacer la travesía del ‘desierto económico’?
Sin duda, capacidad y capital humano-económico no nos faltan. Pero, para forzar
el cambio primero hemos de creer que éste es posible y de que el nuevo maná
viene bajo la forma del modelo económico EPI, un nuevo estadio que se sumará a
la edad del bronce, y otras que fueron. ¡Vivan los EPI!
© Manuel Domene Cintas. Periodista.
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