Elogio de la mujer fue un artículo de opinión, que tuvo en mente a las
mujeres trabajadoras, y se publicó mucho tiempo atrás en este blog (el artículo
está al pie). Hoy se complementa dicho artículo de opinión con unos breves
apuntes sobre conciliación y techo de cristal que no son opinión, sino la
constatación de una realidad tozuda que se resiste a cambiar mientras se nos llena la boca de proclamas vacías y declaraciones de intenciones carentes de sustancia.
Conciliación y ‘techo de cristal’
En las sociedades occidentales gran parte de la población femenina trabaja fuera y dentro del hogar, lo que provoca frustración y dificultades para conseguir la conciliación laboral-familiar. Compatibilizar el trabajo remunerado, fuera de casa, y el trabajo doméstico es una tarea difícil, que exige no poco esfuerzo por parte de las mujeres. Normalmente, la situación se salda con el problema conocido como la “doble presencia”. La conciliación laboral-familiar aporta a la mujer algo tan satisfactorio como un ‘salario emocional’ o compensación moral, que premia su dedicación natural al cuidado de la familia.
En las sociedades occidentales gran parte de la población femenina trabaja fuera y dentro del hogar, lo que provoca frustración y dificultades para conseguir la conciliación laboral-familiar. Compatibilizar el trabajo remunerado, fuera de casa, y el trabajo doméstico es una tarea difícil, que exige no poco esfuerzo por parte de las mujeres. Normalmente, la situación se salda con el problema conocido como la “doble presencia”. La conciliación laboral-familiar aporta a la mujer algo tan satisfactorio como un ‘salario emocional’ o compensación moral, que premia su dedicación natural al cuidado de la familia.
En efemérides reivindicativas como el 8 de marzo, conviene seguir
insistiendo en la necesidad –que
tienen tanto las mujeres como los hombres- de compatibilizar trabajo y vida cotidiana dentro de una nueva cultura organizativa del trabajo. Por
ello, es necesario vencer prejuicios
y mitos anticuados, pues conciliar no es
una cosa de mujeres para mujeres, sino de trabajadores en general. Otro
mito a desterrar es el del trabajo productivo (supuestamente lo ejecutan los
hombres) y el trabajo reproductivo (lo ejecutan las mujeres). La modernidad de los tiempos reclama la corresponsabilidad en el intercambio de roles, hasta donde sea
posible.
Artículo de Opinión. Manuel Domene. Palabras: 733
Elogio de la mujer trabajadora
El concepto de los tiempos modernos sobre la “incorporación de la mujer al mundo del trabajo” adolece de miopía histórica. La mujer ha trabajado desde la noche de los tiempos: mientras el hombre cazaba, la mujer recolectaba frutos silvestres y, a lo largo de la historia, su trabajo ha complementado al del hombre, o ha sido aún más importante que el de éste.
Cuando el hombre se ha dedicado a sus veleidades personales, sus ‘obligaciones sociales’ o devociones de género, la mujer ha sido el pilar de la familia educando a los hijos y dando cohesión al grupo doméstico. ¡Cuántos seres humanos no han aprendido sus primeras canciones, cuentos, o a garabatear las primeras letras conducidos por una mujer –su madre, su abuela, o una hermana mayor! Es absurdo tener que pedir que la mujer sea aceptada en el mundo del trabajo –y reconocida su especificidad de género-, cuando la mujer ha trabajado siempre, y ha sido el engranaje imprescindible para el avance de las civilizaciones.
Todo elogio de la mujer es una pretensión vana, pues siempre nos quedaremos cortos en el reconocimiento. La mujer es un ser frugífero (literalmente, significa que da fruto). Da el fruto de sus entrañas, crea la vida, y la trae al mundo pariendo con dolor, pero con valentía y entereza.
Nacer y, sobre todo, crecer sano (física y espiritualmente) depende de una madre que, cuando se ve desbordada en su ingente labor, echa mano de la abuela, esa especie de ‘super-madre’ decana y con ‘expertise’
En cambio, no es extraño el caso de hombres (colaboradores necesarios en el hecho de procrear) que acompañan a sus mujeres en el trance melodramático del parto, y acaban por perder el conocimiento en el paritorio. Bajo su apariencia de fragilidad, la mujer derrocha fuerza, coraje y amor, porque no es sino amor el hecho de perpetuar la vida aun con riesgo de la propia, adquiriendo una carga vitalicia como es la crianza y posterior cuidado de los hijos.
Tal es la importancia de la mujer en la civilización que ya en el libro de libros un proverbio afirma literalmente: “la mujer sabia edifica su casa, mas la necia con sus manos la derriba”. No toca aquí valorar la necedad porque, como seres humanos, las mujeres también están sujetas al error. Sin embargo, cuando compiten, las mujeres se convierten en campeonas (medallero olímpico), eruditas, heroínas o pioneras. El tesón y la tenacidad las lleva a la excelencia, a derribar los muros que les ha impuesto la sociedad a lo largo de los siglos para convertirlos en meros peldaños.
Volviendo a la frase con que iniciábamos este artículo, creemos que lo
correcto es hablar de la ‘incorporación de la mujer al mundo laboral retribuido
y con el correspondiente reconocimiento social’. Claramente, este aspecto
poliédrico tiene muchos vértices mejorables. Compatibilizar el trabajo
remunerado, fuera de casa, y el trabajo doméstico es una tarea difícil, que
exige no poco esfuerzo por parte de las mujeres. Normalmente la situación se
salda con el problema conocido como la “doble jornada”.
La sociedad es un agregado de familias, cada una de las cuales orbita en torno a una mujer. Y, contra lo que el lector pudiera pensar, este artículo no lo ha escrito una mujer auto-reivindicando al género, sino un hombre que lo ha tenido muy fácil. Bastándole con rememorar la vida de su propia madre. ¿Acaso no es la madre el ser más importante, la condición ‘sine qua non’ de la existencia de todo sujeto? Nacer y, sobre todo, crecer sano (física y espiritualmente) depende de una madre que, cuando se ve desbordada en su ingente labor, echa mano de la abuela, esa especie de ‘super-madre’, igualmente sabia y solícita.
Así pues, ¿qué sería del mundo sin la mujer? No es justo que se las ignore o margine. Por eso, más que elogios, las mujeres se merecen el reconocimiento de su papel como pilares imprescindibles de la sociedad (en el pasado, en el presente y en el futuro). Justo es también que se ‘feminice la ergonomía’, contemplando la especificidad de la mujeres insertas en el mundo laboral, esos seres del mal llamado ‘sexo débil’ que, cada día, nos regalan las pruebas diáfanas de su fortaleza. El mundo orbita en torno a la mujer, no puede haber mejor elogio.
Totalmente cierto todo lo que comentas. Artículo muy acertado, como todos los que escribes! Saludos
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