¿Somos felices hoy (2015)? ¿Estamos mejor que otras generaciones que nos
precedieron?
Nos vamos a dormir con el móvil
(comprobando whatsapp, correo u otros); quizás ha sido la tableta –más raramente el ordenador
portátil- los que nos han dado las ‘buenas noches’ con el titilar de sus pantallas y el
afloramiento incansable de datos. Vivimos poli-informados
y poli-violentados.
El wi-fi de nuestro
dispositivo detecta en la cabecera de la cama ‘tropecientas’ redes; algunas
tienen incluso mayor intensidad de señal que nuestra propia red doméstica. Las radiaciones electromagnéticas de ese
entramado invisible de electricidad sucia son las que “velarán nuestro sueño”. Por supuesto, nos cuesta conciliarlo, y ya
sabemos por experiencia que no va a ser reparador.
Despertamos
cansados. El despertador se jubiló gracias al móvil. Paramos la alarma y, como
tenemos nuestro Smartphone en la
mano, lo consultamos. No sabemos exactamente qué buscamos; es una inercia compulsiva la que nos impele
por aplicaciones y pantallas sin haber puesto los pies en el suelo.
Estamos en el trabajo. El ordenador
nos mantiene comunicados con el ciber-mundo.
Entran y salen correos electrónicos
mientras trabajamos –o lo intentamos- con nuestra aplicación principal. Recibimos
notificaciones de Facebook y de Linkedin
y, casi sin querer, nos salimos de nuestro guión y ya estamos leyendo comentarios y contestando comentarios
como posesos. “La gente debe aburrirse
mucho, para estar siempre emitiendo y re-emitiendo en las redes…”, pensamos.
Pero el dedo se nos desliza en el ratón.
Mientras tanto nuestro Smartphone no permanece ocioso, la aplicación de whatsapp está abierta y han entrado
varios mensajes de nuestros contactos,
junto con una ración extra de mensajes de nuestro grupo preferido… Además, alguno de los corresponsales es de los impacientes
y pretende que lo pospongamos todo para contestar
a la velocidad del rayo. Los efectos de la cafeína empiezan a diluirse y
sentimos que navegamos en un mar
proceloso de bits y que no sabemos exactamente qué hacemos, ni por qué
estamos enfrascados en una batalla tan desigual, además de estéril.
“¿Se
acabaría el mundo si practicase un mutis digital?”. Pero no nos atrevemos. Seguimos on-line mientras
intentamos hacer algo de trabajo productivo en nuestro ordenador. El síndrome de las ventanas abiertas
(diversas aplicaciones de Windows ejecutándose en paralelo) ya no es nada en
comparación con nuestro síndrome actual
de la multi-conexión (multi-dispositivo) permanente y poli-tóxica. Siempre tenemos que estar disponibles:
nos sentimos víctimas, pero somos incapaces de abortar el flujo de megabytes en
circulación.
Hemos caído en el “Phubbing” y estamos ignorando a los que comparten nuestro entorno físico para prestar atención a otros seres ‘autistas’
Adicción-frustración
La compulsión digital deja
paso a la frustración: nuestro
trabajo real no avanzó mucho, pero nos sentimos terriblemente cansados y nuestra cabeza está próxima
a la ebullición. Nos resistimos a
creer que nos hemos convertido en adictos
a la comunicación por internet, pero hay signos evidentes:
-Dependemos de los
dispositivos electrónicos, en especial el Smartphone. Ya dudamos de la
viabilidad de la vida sin él.
-Nos pone de los
nervios quedarnos sin batería, lo que provocaría la caída de todas las
comunicaciones y el vínculo con el ciber-mundo.
-Lejos de mejorar, nuestra
relación social real se estanca o retrocede. Hemos caído en el “Phubbing” y estamos
ignorando a los que comparten nuestro entorno físico para prestar atención a
otros seres ‘autistas’ y situados lejos de nuestro espacio físico. Antes en una
reunión, en torno a la mesa, por ejemplo, solíamos disfrutar de una
conversación con los otros comensales. Ahora cada uno departe con fruición con lejanos partners, totalmente ajeno al
amigo-compañero que tiene a su lado.
En definitiva, estamos
sustituyendo los amigos reales por los partners digitales. En plena revolución
de las comunicaciones hemos caído en el aislamiento
autista (eso sí, un aislamiento en comunicación permanente con el
ciber-mundo).
Pero, ¿tiene todo esto algo que ver con la salud laboral? Sin duda: todo lo que afecta a nuestra salud –sólo
hay una- afecta al rendimiento laboral,
la satisfacción personal y la calidad de vida, que se encuentra en
retroceso. No es alarmismo pronosticar que, dentro de poco, los hospitales de
referencia van a tener que abrir unidades
especiales para el tratamiento de la adicción digital, igual que existen
las unidades de ludopatía, deshabituación tabáquica o alcoholismo.
El ‘asalto
digital’ de cada día
La adicción
digital es un ‘ladrón’. Nos roba tiempo y salud. Nuestra jornada laboral fue poco productiva y,
además, estresante. Las maquinitas nos
han dominado y coartado la libertad. No hemos hecho lo que queríamos hacer, ni
todo lo que teníamos que hacer… Nuestras cervicales
están rígidas, los ojos resecos y cansados, los dedos (o zonas de la mano) empiezan a
sufrir parestesias (entumecimiento y
hormigueo). “¿Qué estoy haciendo con mi
salud?” –nos preguntamos entre whatsapp y whatsapp.
Al día siguiente vuelta a
empezar. Nos preparamos sin fuerzas para un nuevo ‘asalto digital’. Este tóxico
conductual que está imponiendo la ‘sociedad de la información’ mal
entendida puede acabar con nosotros, y ya lo vamos captando. La noche anterior,
mientras esperábamos que el sueño
nos liberase de nosotros mismos, llegamos a pensar que, en cualquier época
pasada, la humanidad fue más libre
que ahora –y puede que hasta más feliz.
¿Hasta cuándo podremos
hacer frente al ‘asalto digital’ diario?
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