martes, 25 de septiembre de 2018

Esclavos en bicicleta

Van arriba y abajo en un trasiego que no cesa, incluso por barrios trabajadores. El vehículo más habitual suele ser una bicicleta de montaña, barata, comprada las más de las veces de oferta en una gran superficie. Los más pudientes de esta casta del nuevo lumpen-proletariado usan un ciclomotor de baja cilindrada (50 o 125 cc). Incluso creo haber visto alguno “a lomos” de una bicicleta btt, pero con ayuda eléctrica. Puede que ese ciclista-esclavo (pedalea por necesidad) ame la movilidad sostenible o haya pensado que, con el tiempo, sufragará el sobrecoste que ha tenido su vehículo eléctrico. Ahora, que eclosiona la moda del patinete eléctrico, me falta por ver alguno de estos esclavos modernos trabajar a bordo de uno de ellos. Seguro que ya los hay “trotando” por Barcelona, y no precisamente para pasear ociosos por la fachada marítima, o ir a reunirse con los amigos en el centro haciendo alarde de no se sabe bien qué cosa (¿ecología, alternatividad, esnobismo imitador?). 

La "Economía GIG", colaborativa o de los free-lance esconde frecuentemente formas de explotación



Bien, ya sabemos que utilizan un medio de transporte barato y que están trabajando. El rasgo distintivo de este colectivo, que los señala como quasi-marginales, es un mochilón cuadrado colgando de su espalda. Tiene unas dimensiones infrahumanas e infra-lógicas a efectos de transporte, ergonomía y aerodinámica. El cajón suspendido no solo canta por su tamaño, también lo hace su color chillón, donde se recorta con tipografía harto visible el nombre de la empresa, aunque omitiré referencias que son de sobra conocidas. Son empresas de la era de las start-up, una invención moderna que, sin embargo, sigue explotando viejísimos conceptos, en algunos casos. La entraña de estas sociedades de servicios es tan vieja como la sempiterna explotación del hombre por el hombre; pero son empresas con una envoltura moderna, una reinvención de las formas pero no del fondo. En algunos casos, sus artífices, iluminados de la economía digital y mal llamada colaborativa, las han creado ante un ordenador. Y más de uno de estos empresarios digitales ha ganado su primer millón de dólares (dicen que es el más costoso, después funciona la economía de escala) sin ni siquiera salir de una habitación. Les ha bastado dar unos clics de ratón aquí y allá, que siempre es más fácil que tener que bajar a la arena y cambiar los toques de ratón por golpes de látigo. 

Estas modernas empresas han cambiado las apariencias, pero el fondo sigue siendo el más crudo y mísero que ha conocido la humanidad a lo largo de su historia. Antes, los empresarios ganaban su plusvalía con el sudor de la frente de los demás… y una pequeña contribución de su propio sudor. Si era una persona díscola, podía incluso verse acosado por un piquete de trabajadores. Ahora, en cambio, en la época de la economía digital, cualquier emprendedor del tres al cuarto puede decidir sobre vidas ajenas “on-line” y en la distancia. Estos modernos explotadores del talento y la fuerza ajena no necesitan personarse en la oficina para recoger, por ejemplo, la recaudación de su negocio. Los fondos que obtienen con su ejercicio –quizás rapiña- llegan directamente a su cuenta bancaria, lo que minimiza el riesgo de malos encuentros. Los genios de estas start-up han instituido el negocio on-line, que incluye obviamente que la posible explotación se ejerza –si existe explotación- de modo on-line. Justo es reconocer que no son todos los que están (hay honrosas excepciones), pero tampoco están todos los que son. 

Y quienes trabajan en este sistema precario, la fuerza laboral que alimenta a esta modalidad explotadora, son esclavos de la bicicleta. La cultura del ‘low cost’, que todos conocemos y alentamos, junto con la aparición del empresariado multimedia y remoto, han propiciado esta situación. Es muy típico desear una pizza y tener pereza de ir a buscarla a la calle. No hay problema. Llamamos, y un esclavo nos la trae en su bici. En principio, estaríamos ante un nicho de mercado como cualquier otro, determinado por el “rey” mercado. El problema viene por las condiciones leoninas e insostenibles que imponen a los ciclistas del reparto a domicilio. 

Quizás estoy dramatizando en exceso. Seguro que son “almas libres” que se sienten bien haciendo este tipo de trabajo, desbocados en la vorágine de una ciudad medio jungla. Seguro que son atletas de la bicicleta y disfrutan pedaleando 8, 10 o más horas porque ello va con su estilo de vida. Seguro que jamás podrían soportar 8 horas de trabajo encerrados en una oficina, fábrica o taller… Quizás. Todo ello es posible. Hasta encontraríamos alguno de estos atletas-repartidores-ciclistas contento con su suerte. Sin embargo, no dejan de ser falsos autónomos sujetos a la disciplina de un patrón, que trabajan jornadas impensables e insostenibles para poder cumplir con sus obligaciones fiscales y mantener la costumbre de hacer 3 comidas diarias aceptables. Pedalear es sano, pero hacerlo envuelto de coches, y con la calidad del aire en mínimos, no lo es. Eso por no hablar de las elevadas posibilidades de sufrir un accidente de tráfico (accidente vial-laboral, en este caso) por estar moviéndose todo el día entre coches, arriba y abajo. 

Quienes así obtienen su carísimo sustento son esclavos –en libertad- pero esclavos sujetos a incertidumbres y miedos. ¿Durante cuánto tiempo podrán ganarse el pan con el “sudor de la bicicleta”? Son esclavos como los afro-americanos de las plantaciones de algodón, que eran retenidos por la “blackberry” (bola irregular y pesada unida por un grillete, que impedía la huida). Los esclavos modernos de la sociedad multi-servicios de ‘low cost’ utilizan la bicicleta, que se pagan ellos mismos; y su blackberry ha sido sustituida, por una cuestión de mercado, por un Smartphone (también suele ir por cuenta del usuario y no de la empresa). 

El Smartphone, que no deja de ser una herramienta de trabajo, simboliza aquí el lazo, un nexo opresor-explotador de una start-up que va dirigiendo a una nueva especie de ‘marionetas’ sin derechos laborales a través del móvil. 
La tecnología (los móviles, en este caso) es neutra, ni buena ni mala en sí misma, dependiendo ello del uso que se hace. Pero la condición humana consigue transformar un móvil en una suerte de cadena, y un ratón informático en un implacable y eficaz látigo. Homo homini lupus! 
¡Ciclistas del ‘low cost’ y la economía digital, uníos. Solo tenéis una cosa que perder! (El móvil… y las cadenas, que son la misma cosa, una sola cosa). Ésa podría ser la consigna. Pero, y los sindicatos... ¿duermen en el confort de sus laureles ya marchitos? 
Acabaré con otra pregunta retórica. ¿Por qué no trabaja el del ratón? Al fin de cuentas pedalear es sano, y la calle aporta una visión multifactorial y enriquecedora del negocio. Quizás desarrollara nuevas ideas exitosas o, como mínimo, pudiera visualizar mejoras en su ‘modus operandi’, o gestión de esclavos modernos de la economía digital.  

jueves, 6 de septiembre de 2018

La ‘llamada de Dios’ no entra por el móvil


Un cartel de un tablón de anuncios de una parroquia dice así:
“Cuando entres a esta iglesia, es posible que escuches la ‘llamada de Dios’. Sin embargo, es poco probable que te llame al móvil.
¡Gracias por apagar tu teléfono!
Si quieres hablar con Dios, entra, elige un lugar tranquilo y conversa con Él.
Y… si quieres verlo, envíale un mensaje de texto mientras conduces”.

Una película nos convenció de que el cartero siempre llamaba dos veces, al menos por aquellos lares. Ahora, un anuncio parroquial trata de convencer a sus feligreses y visitantes de que apaguen el móvil porque, en este caso, aseguran que “es poco probable que Dios les llame por el móvil”.


Varias son las consideraciones en torno al asunto que ha elegido el humor como vía de conectar con su público-diana y conseguir una modificación de la conducta en un lugar de pública concurrencia. En primer lugar que el móvil no sólo le hace una enorme ‘competencia’ a Dios, sino que además empieza a tener alguna analogía con Dios (ubicuidad). El móvil está en todas partes y, además, delata su presencia. La evidencia diaria es que los móviles raramente están en modo silencio, por lo que la fatalidad hace que suenen en momentos inoportunos: en la consulta del médico, el abogado, el notario, en el coche mientras conducimos, cuando tomamos una ducha, miramos de conciliar una breve siesta, al pedir un aumento de sueldo al jefe, etc. Y en las iglesias, los móviles pueden sonar en cualquier momento, siendo particularmente disruptores durante la homilía o el sermón, cuando el oficiante está haciendo trabajar su materia gris con mayor intensidad para instruir y edificar a sus ‘tutelandos’ (tómese el palabro como “los que han de ser tutelados”). El ruido multiforme (cada usuario lo tiene personalizado) de una llamada entrante tiene, muchas veces, el efecto de un jarro de agua fría, hecho que corta el rollo y que hace que no pocos predicadores pierdan los papeles, la inspiración y hasta el oremus. Además, casi todo el auditorio (unos porque seguían al orador y otros porque estaban enfrascados en sus propios pensamientos), reacciona con molestia ante la agresión sonora de la campanita, el timbre, la melodía, la canción pegadiza o la sinfonía, ruidos que emergen de un sujeto/a de aquel lugar, creando un momento de cierto caos, que nos agrede a través del tímpano.

Paradójicamente, es el sujeto/a sinfónico accidental quien parece no alterarse especialmente y, para sorpresa y reproche general de los reunidos, se eterniza en la acción necesaria de sofocar aquel ruido perturbador. Hay ocasiones en que el incidente adquiere proporciones cómicas, incluso tragicómicas. Recuerdo un día en que el recogimiento y la concentración de los fieles fue interrumpido por el canto de un gallo. Pero no era un gallo de corral, sino su canto enlatado en un móvil. El quiquiriquí inesperado y sorpresivo fue seguido por una andanada de risas, ya que la situación tenía mucho de cómica. Por suerte aquel ‘gallo’ con batería de litio y sin plumas fue silenciado para que no tuviese oportunidad de cantar tres veces, hecho que habría adquirido una gravedad bíblica.

En segundo lugar, volver a recordar que vivimos pendientes del móvil y que no sabemos poner distancia con el aparato, que más que un accesorio parece ser un salvoconducto en sí mismo. Algunas personas son verdaderas adictas/dependientes (¡No sin mi móvil!). Es lo que los psicólogos denominan “adicción sin sustancia”. Sin embargo, en mi ignorancia superlativa, yo me atrevo a decir que sí hay sustancia (endógena, en este caso). Está comprobado que el uso del móvil hace que el cerebro del adicto segregue las sustancias (por tanto, hay sustancia). La dopamina, oxitocina y otros humores bioquímicos que se vierten en el torrente sanguíneo modifican el estado anímico del adicto al móvil. De ahí que el móvil (sin sustancia exterior visible) lleve a algunos a experimentar excitación, euforia; o, en caso de privación, mono de móvil o síndrome de abstinencia. Solo con disciplina (sufrimiento psíquico) pueden los adictos dejar el móvil atrás cuando lo exigen las circunstancias.

Por tanto, no es fácil para una iglesia (espacio público de culto religioso que nunca supera su aforo máximo ni de lejos) pedir a los congregantes que prescindan del móvil por poco más de una hora. Así, el mensaje del principio, expuesto en una parroquia española, invitando a desconectar el móvil, ha optado por ‘atacar’ de una manera inteligente y sutil. Lejos de recurrir al imperativo brusco de “apaguen el móvil, respeten el culto”, elige una vía amable y jocosa, que supone un encomiable acierto en mi opinión. Quizás sea la última parte del anuncio la que rompe el buen rollito del discurso al pasarse un poco en la ironía (el último aserto advirtiendo que los mensajes de texto pueden ser la manera de irse con Dios por la vía rápida tiene ya una cierta carga de sarcasmo, que es una ironía pasada de tuerca).

Con todo, no tengo nada en contra del chistecito. Empezaron con ironía y lo acabaron con un toque de sarcasmo. Puestos a buscar los tres pies al gato, diré que puede objetarse que la broma final le resta fuerza, autoridad y predicamento al primer mensaje en que se pide la desconexión del móvil. ¿Por qué? Porque hay que mantener la coherencia. Por tanto, pedir algo (que queremos que la gente cumpla sí o sí) y acabar el mensaje con un chistecito sarcástico nos hace correr el riesgo de que no nos tomen en serio. Vamos, que el humor es efectivo para conseguir una moción de ánimo en las personas. Pasarse de humor (sarcasmo) puede cosechar el fracaso para nuestra proposición. Delicada como es, la comunicación exige del comunicador un uso apropiado del tono, porque la broma excesiva puede cosechar el mismo resultado negativo que la actitud imperativa a la hora de pedir al público que siga cierta conducta.

En cualquier caso, lo que no tiene controversia es que apagar el móvil es un gesto siempre beneficioso, incluso cuando se espera recibir la palabra de Dios, o precisamente en tales ocasiones. Seguramente, silenciar el móvil es como darle una ‘oportunidad’ a Dios. Es quitar el ‘ruido’ del ‘canal’ y correr la ventura –quizás el riesgo- de conectar con otra dimensión. Silenciar el móvil es buscar nuestra propia paz, auto-concedernos una oportunidad; es un acto de fe en sí mismo, porque toda nuestra vida no puede orbitar en torno a cuatro chips por útiles que sean para el día a día. ¡Se puede vivir sin móvil; lo que no se puede es vivir sin Dios!

martes, 4 de septiembre de 2018

El Dúo Sacatumbas


En la década de los 80 se dio a conocer una pareja cómica que adoptó el nombre de Dúo Sacapuntas. Uno era alto, el otro bajito. El primero iba de sabihondo. Su compañero adoptaba el papel de simplón de luces escasas, actitud que tenía más que ver con una pose de conveniencia que con la largura intelectual del sujeto. La pareja humorística estuvo unida hasta la muerte prematura del ‘simplón’.

El humor patrio que circula por las redes sociales ha querido rescatar el nombre del Dúo y, adaptándolo a las circunstancias de la coyuntura, ha dado vida a una nueva pareja que trapichea en el serio negocio del humor (y la política). Su nombre “artístico” es Dúo Sacatumbas, y apuntan muy buenas maneras en el cuestionable arte del humor negro. Por tanto, no hay duda de que estamos ante dos “artistas” que prometen generar momentos de decadencia esplendorosa en el circo de la política española.





El Dúo Sacatumbas condensa la psicología aviesa de dos personajes ambiciosos, que no confían excesivamente en su arte ni sus tablas, pero que saben crearse oportunidades para su brillo y notoriedad personal. Y, sobre todo, destacan en que, descubierta la oportunidad de provecho personal, se fajan a tope en su ambición de convertir el sueño en realidad. Se diría que son muestras vivientes de la ambición primaria de todo ser humano, según describe la Pirámide de Maslow. En fin, esa clase de personas que no reparan en precio, siendo capaces de vender su alma con tal de alcanzar sus quimeras y dar tangibilidad a sus sueños. Pero no sólo se venden a sí mismos, también están dispuestos a despejar el camino de obstáculos, aunque estos obstáculos sean varios millones de personas que no les votaron (ni les votarían) y que representan, por lo menos, a la mitad numérica del país.

La obsesión del Dúo –que es lo que les ha dado su nombre- es hacer aflorar las tumbas, que yacen bajo el polvo y las criptas de un país que derramó su sangre décadas atrás. Sacar las tumbas es justo. Ningún cadáver debe estar en una fosa común en una cuneta perdida de una carretera infame; ni el techo de un golpista prevaricador puede ser una basílica o lugar consagrado. Humanamente, el agravio comparativo expuesto (tumbas de primera e infra-tumbas) atenta contra la decencia, la equidad y la dignidad humana. Pero convendría pensar más en los vivos que en los muertos. En términos trascendentales, los restos mortales (depositados en fosas comunes perdidas, o en fosos basilicales) han vuelto al polvo del que un día se formaron.

Hecha la precisión sobre la importancia de preservar la dignidad humana, retomo lo de sacar las tumbas para meterlas de lleno en el circo mediático. Poner a los muertos en el primer plano de la actualidad demuestra un dudoso gusto por el humor negro, o que se carece de mejores ideas para ejercer la política de la España del 2018. Y es que el Dúo Sacatumbas se ha percatado de que andan muy escasos de inspiración, que el auditorio (país) está cansado, expectante, crítico y hasta exasperado con el espectáculo y panorama nacional. Así, carentes de mejores y más inspiradas ideas, han optado por el circo, un circo sin pan, deslucido y patético que no satisface a nadie. Y ya que he mencionado el pan (eran los ciudadanos romanos los que reclamaban a sus gobernantes pan y circo), conviene apuntar aquí que el circo del Dúo Sacatumbas lo único que va a conseguir es que suba el pan, simbolismo de un empeoramiento de las condiciones económicas del país. Una crisis cerrada en falso, que arrastra más de tres millones de parados, puede provocar un enfriamiento de la economía española, un dañino repunte del paro. De hecho, estos días el humor – sorna – cabreo patrio ha puesto en circulación una especie de eslogan que dice: “No se trata de sacar muertos de las tumbas, sino vivos del paro”.

No le falta razón a la criatura que ha acuñado la frase. Quizás habría que priorizar las vidas de los vivos por delante de las muertes de los muertos. El sentido común pide que no nos hipotequemos más a cuenta de un pasado que no tiene remedio. Sin embargo, el Dúo Sacatumbas se debe a su quimérica función y a su público, compuesto por los correligionarios de sus respectivos partidos y la adhesión temporal y condicionada de algunos colectivos de vascos, nacionalistas e independentistas catalanes. Todos se caracterizan por un gusto en materia humorística más que censurable. De ahí que el espectáculo que nos han preparado tenga poco de humor y mucho de entraña negra y visceralidad.

El Dúo Sacatumbas no tiene la capacidad humorística a la altura de su ambición. Confían en obtener un beneplácito efímero de su público y jaleadores. No están en política para redimir a sus compatriotas dolientes. Están en política porque se han hecho devotos del “Ande yo caliente, y ríase la gente”. Tanto es así que el alto cambió su coche –con el que iba a recorrer toda España buscando concordia- por una ‘okupación’ interina de la Moncloa y el uso a hurtadillas del avión oficial. El bajito, comedido por el momento, cambió una tienda de campaña de “indignado” por un chalet de alto standing al más puro estilo “casta”.

Sin duda, este par de bromistas –que no humoristas- se han asegurado el confort temporal, dentro de un espectáculo triste y patético que pretendería el contento y la risa de la gente con algo tan poco chistoso como son las tumbas. El circo de las tumbas  es algo macabro, deprimente, un paripé de humor negro que no busca tanto la paz de los muertos como el goce de dos vivos. El alto y el bajo, el listillo y el corto (en apariencia), humoristas de saldo, temen el fracaso de su ‘performance’. Ellos saben que están torturando con un ‘espectáculo’ bronco a todo un país, gentes sufridas que casi nunca nos hemos desternillado de risa con políticos o con payasos, ni con la síntesis de ambos. Lejos de hacernos reír, el Dúo Sacatumbas induce el llanto de un país que ve cómo lo introducen y  pierden en nuevos laberintos. Este país no necesita más oportunistas que instrumentalicen causas dolorosas. Hemos pasado página. Ahora nos conviene un poquito de buen humor y risa, que es el amortiguador de la vida.