El ocaso de los 'machos'

Creado el jueves, 30 de abril de 1998

En el día internacional de la salud laboral, celebrado recientemente, los sindicatos reiteraban su discurso machacón de que la alta siniestralidad española -triplicamos la media europea- se debe a "incumplimientos de la L.P.R.L. por parte de los empresarios, que se conducen con desidia en este asunto". Nada se decía -ni en esa ocasión ni casi nunca- de la desidia de los trabajadores, esta reticencia que muestran muchos a emplear las protecciones adecuadas o seguir la medidas de seguridad más elementales.

No queremos polemizar sobre quién tiene la razón. Aunque las tesis sindicales adolecen de anacronismo y necesitan una actualización argumental, no es menos cierto que algunos accidentes ocurren por la cicatería o la desidia de algún patrono. Tampoco es menos cierto, y así lo demuestran las estadísticas, que la mayoría de los accidentes laborales se deben a una falta del trabajador. Los motivos de éste para contravenir las normas pueden ser muy diversos; sin embargo, nos centraremos sólo en una: la presión del entorno.

Es de sobra conocido el rechazo -mayor cuanto más nos retrotraemos en el tiempo- de los trabajadores a emplear elementos de protección. Llevar EPI era como aceptar una merma de la propia hombría. Los auténticos "machos" no necesitaban protegerse como párvulos timoratos. Los años de oficio eran su seguro contra todo. Creían conocerlo todo de su trabajo y no iban a ser ellos los que sufrieran un percance. No iban a ponerse en ridículo delante de los aprendices utilizando unos artefactos incómodos y de dudosa utilidad. Las versiones de estos "valientes" para justificar su rechazo a las medidas de protección darían para una novela. Estas actitudes, por extraño que parezca, aún existen y, lo más grave, es que ejercen una presión en el entorno, condicionando el comportamiento de la mayoría de trabajadores que, contra su voluntad, se ven abocados a incumplimientos para no ser diferentes, no ser señalados con el dedo o ridiculizados con saña por observar las medidas de seguridad. ¡Cuántas lesiones o accidentes se han producido porque la víctima quería ser uno más del grupo, comportarse como el grupo, ser tan "macho" como el que más, estar en comunión, en definitiva, a través de usos y costumbres, con ese cuerpo social al que se obstinaba en pertenecer! Ya sabemos: la ignorancia es atrevida.

Hasta hace poco el trabajador accidentado podía ufanarse de sus heridas, que eran percibidas como 'trofeos', o 'expertise' profesional

Por fortuna, las cosas están cambiando y podemos saludar con alborozo que esa especie de ignorantes esté cada día más cerca de su extinción. A ello contribuyen -a nuestro pesar- los propios accidentes que los diezman, el compromiso inexcusable de las empresas con la seguridad y las aportaciones de la psico-pedagogía laboral. Hasta hace poco el trabajador accidentado podía ufanarse de sus heridas, que eran percibidas como "trofeos", la cosecha de una "dura" vida de trabajo. Las heridas daban status, y la vanagloria era la actitud más frecuente. Con la nueva mentalidad que han ido trabajando las empresas y los responsables de seguridad, el accidentado aparece ante los ojos de sus compañeros como poco menos que torpe o incompetente, no se les niega la benevolencia, pero han perdido por completo la aureola de "héroe" que se les regalaba antaño.

El ocaso de los "machos" se precipita cuando, para conseguir su participación en los planes de seguridad, se les invita a que rubriquen acuerdos públicos en el entorno laboral para la salvaguarda de la salud. Por coherencia, ya no pueden ridiculizar algo que han firmado. De este modo se consigue transformar la dictadura del entorno: la presión negativa es ahora positiva y trabaja en beneficio del conjunto de trabajadores.

 Manuel Domene Cintas ©