Algunas series
televisivas han conseguido hacernos convivir con lo que vamos a llamar ‘dimensión necrológica’ con aparente
normalidad. Nunca han faltado en las pantallas seriales de ‘zombies’ y muertos
vivientes, que pasean por ciudades desiertas, u otras aproximaciones
cinematográficas al trabajo de los
patólogos (forenses o clínicos) que
practican –en las pelis- necropsias
a cadáveres con el mismo entusiasmo que un chef podría poner en la preparación
de un plato-delicatessen.
No cuestionamos que muchos patólogos puedan
disfrutar con su trabajo científico al desentrañar
los secretos de la muerte que se encuentran ocultos en un cuerpo sin vida.
En cualquier caso, lejos de los edulcorados modelos de cartón-piedra
televisivos, las necropsias (o
autopsias) no tienen ningún encanto, además de concentrar una lista de riesgos
que –cualitativa y cuantitativamente- provocan, en el mejor de los casos,
alarma y prevención.
Proceso
crítico
Entre los profesionales (médicos patólogos y
forenses) la idea más común es que “la
autopsia es uno de los procesos críticos desde el punto de vista de la
seguridad y salud”. Al llevar a cabo esta práctica, los médicos, técnicos y
personal subalterno que interviene está expuesto a riesgos como sobreesfuerzos, cortes con herramientas, contactos
eléctricos, caídas, exposición a agentes quimicobiológicos, y a radiaciones
ionizantes.
Desarrollarlos todos será objeto de un
reportaje extenso en la revista Protección
Laboral, por lo que este ‘post’ se limitará a dar unas pinceladas sobre los
riesgos químico-biológicos, además de querer combatir una imagen ‘glamourosa’,
que poco o nada se corresponde con la realidad.
Las exposiciones prolongadas a bajas concentraciones de formaldehido pueden provocar irritación ocular, inflamación palpebral y erupciones
·Contaminantes quimicobiológicos en las
autopsias
Los cadáveres sometidos a la necropsia
ocasionan el derrame abundante de
fluidos biológicos que, además de contaminar el área de trabajo, pueden
provocar resbalones y caídas. Sin embargo, su carga más nociva es la biológica,
con la posible transmisión de
enfermedades como la hepatitis B o C, tuberculosis, SIDA, etc. Por citar
algún ejemplo, en España tenemos que lamentar la muerte de un patólogo que
contrajo en la mesa de disección la enfermedad de las vacas locas. En el caso
de los misioneros muertos recientemente por ébola, no se practicaron las
autopsias porque los protocolos de bioseguridad lo prohíben expresamente.
El responsable del riesgo químico en las autopsias es el formaldehido, parte constituyente de las soluciones de formol. Este
clásico, omnipresente en los ambientes medico-científicos, se emplea para conservar tejidos u órganos; además de
inyectarse directamente en los cadáveres para enlentecer la putrefacción.
Basta decir que dicha sustancia tiene la
consideración de carcinógeno por
parte de la Organización Mundial de
la Salud, si bien no existe un amplio consenso al respecto. Al margen de las
clasificaciones, el hecho concluyente es que las exposiciones prolongadas a bajas concentraciones de formaldehido pueden provocar irritación ocular, inflamación palpebral y
erupciones. La inhalación de vapores puede ocasionar tumores en las vías respiratorias. Las soluciones acuosas son muy
irritantes, siendo la causa de dermatitis
y quemaduras.
Como ocurre con los fluidos biológicos, un cadáver también puede liberar efluentes
químicos. Pensemos en el potencial tóxico (en la sala de autopsias) de un
cuerpo que haya sido envenenado con cianuro.
Los agentes quimicobiológicos asociados a las
necropsias pueden contaminar a los patólogos y resto de personal por contacto e inhalación,
fundamentalmente. De ahí la importancia de contar con salas equipadas con sistemas de ventilación y extracción del
aire, ‘arte’ que –como ya hemos dicho en alguna ocasión- no consiste en la
mera instalación de ventiladores. Otras medidas complementarias son: empleo de recipientes herméticos para el formaldehido,
reducción al mínimo de los niveles de
exposición (excesivamente altos, según estudios), y control médico del personal expuesto. Por cierto, la mascarilla quirúrgica que usa el médico
protege, en todo caso, al cadáver, pero no a su portador, por lo que no sirve de nada.
Ante la banalización de la dimensión
necrológica en nuestra sociedad, nos sumamos a la línea de pensamiento que
reivindica unas condiciones de seguridad
y salubridad para quienes deben hurgar en las entrañas de la muerte por motivos
laborales.
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