En momentos electorales es coherente pensar en los robots. Vamos a decirlo sin rodeos: si los robots y la inteligencia artificial pueden sustituir a los humanos en el desempeño de sus trabajos, ¿por qué no crear robots que ejerzan de
políticos y sustituyan a los políticos de carne y hueso? Dicho está. La
idea seguramente contaría con una aprobación mayoritaria, exceptuando la de los
propios políticos.
El relevo de los políticos por 'personas electrónicas' no es ciencia ficción |
La ciudadanía medianamente informada sabe que los políticos –hoy más que nunca- forman parte del problema, nunca de la solución. Los políticos son –sin importar orientación ideológica- una clase pasiva, consumidora de recursos, beneficiarios de dádivas y regalías inmerecidas; son los zánganos de la colmena.
Actualmente los robots
pueden sustituir el trabajo de muchos humanos. Encontramos robots en la tele-asistencia cuando llamamos a
nuestro banco, operador de telefonía, etc., que atienden en tareas sencillas o
rutinarias y, si es el caso, transfieren nuestra llamada a un agente humano
para resolver tareas más complejas. Encontramos robots colaboradores (‘cobots’) que prestan asistencia a
trabajadores humanos en cadenas de
montaje fabriles. Hay robots en mostradores de recepción de hoteles, o dando orientación al ciudadano en grandes
espacios públicos (centros comerciales, aeropuertos, macro-oficinas, etc.). Hay
robots procesando datos en medios de
comunicación y ejerciendo un periodismo sencillo, que algunos han bautizado
como ‘periodismo de algoritmo’. Lo último son los ‘sexbots’, o robots sexuales (hablamos de ello en otros
textos). Sí, la previsión es que, a la vuelta de unos años, los robots accedan
a nuestros mismísimos tálamos (y no para dormir precisamente). Los más
visionarios ya profetizan sobre la existencia del robot multi-usos que, por la tarde, podrá ayudar a los niños a
hacer sus tareas escolares y, por la noche, atenderá las solicitudes sexuales
de los mayores. En Houston (EEUU) ya han denegado el permiso para la apertura
de un burdel atendido por sexbots.
Vemos pues que la revolución tecnológica es real y que los robots, merced a la inteligencia
artificial, pueden ejecutar cualquier
trabajo, y aprender –de ahí lo
de la inteligencia- como lo hacemos los humanos, desarrollando por tanto, sus
capacidades como nosotros.
Así las cosas, no parece ningún exceso proponer que se
desarrollen robots para sustituir a los
políticos. No veo más que ventajas,
por ejemplo: prestación laboral/contribución al fondo de pensiones, ventajas en
cuanto al cumplimiento de las promesas electorales, ahorro, paz social, etc.
Vamos a soltar un poco las riendas de la imaginación:
-Sin contrapartidas de ningún tipo, los robots cumplen con sus jornadas laborales. No tienen bajas
(salvo avería). Tampoco se ausentan de su puesto de trabajo, como, por ejemplo,
los diputados del Congreso, que hurtan tiempo a su función institucional para
dedicarlo a la gestión de asuntos y negocios privados. Dicho de otro modo, los robots no se escaquean, porque en su
lógica matemática implacable (ceros y unos) no cabe el defraudar, como hacen
algunos políticos, mantenidos con los presupuestos generales del Estado, que
costeamos los ciudadanos con nuestros impuestos.
Como quiera que sea, lo importante, lo que produciría no poco placer en este país, es acabar con la inflación de zánganos en la colmena
-Además de respetar su horario laboral, el ‘polbot’ o robot político cotizaría a la Seguridad Social en tanto que trabajador. Se asegura así un ingreso para el sistema de pensiones, con la ventaja añadida de que el ‘polbot’ no cobrará ninguna pensión de jubilación. Cuando abandone la vida activa, ese robot se reciclará o, en el peor de los casos, se convertirá en chatarra electrónica. Es genial, el robot (‘persona electrónica’, dicen algunos) habrá trabajado, cumpliendo jornada laboral con exquisitez matemática, cotizando a la Seguridad Social y, una vez retirado, no cobrará una pensión vitalicia. ¿Puede existir un ahorro más optimizado que éste?
Pero no se acaban aquí las ventajas. Estamos demasiado
dolidos con políticos que, en campaña electoral, se hacen los encontradizos y se dan baños de multitudes en mercados y otros
espacios públicos para pedirnos el voto.
Nos conquistan (o lo intentan) con sus zalamerías
con fecha de caducidad y sus efervescentes
promesas electorales. Pero, cuando comienza la legislatura, los políticos,
que ya firmaron su “contrato” de
trabajo por cuatro años de vida muelle y regalada, se olvidan del ciudadano. Sus soflamas pre-electorales efervescentes
se disipan, volatilizándose. “A la hora
de meter, todo es prometer. Pero una vez metido, nada de lo prometido”. Esa
era la reflexión sesuda que escuché repetidamente entre mis mayores. Y no hay
duda de que les asistía la razón. ¿Acaso no son falsos, traidores y corruptos
esos miembros de la casta sin importar su signo político?
Ahora pensemos en un ‘polbot’
último modelo que accede a la presidencia
del Gobierno. En su software se ha incluido punto por punto el programa con el que conquistó al
electorado… ¿Puede dicho ‘polbot’ –robot
a fin de cuentas- dejar de ejecutar (boicotear) el programa que se le ha
instalado? No, salvo manipulación externa.
Ante la evidencia de políticos descaradamente mentirosos es preferible contar con inteligencia
artificial, cuya lógica será “lo
prometido es deuda”. Ruboriza pensar que pueda gobernarnos un robot. Sin
embargo, es una alternativa válida,
que podría estar controlada por un ‘comité
de sabios’, élite o breve aristocracia de políticos humanos, que serían los
garantes de esa democracia de lógica matemática ejecutada por robots, o personas
electrónicas.
Como quiera que sea, lo importante –lo que produciría no
poco placer en este país- es acabar con la inflación de zánganos en
la colmena. Ya tenemos constancia por nuestra historia reciente de que el país
funciona incluso durante meses sin Gobierno. Así pues, ¿por qué no reducir
todas las Administraciones (estatal, autonómicas, locales) de este país inflado
(y harto) de políticos a su mínima expresión con ‘polbots’, o robots ejerciendo
fielmente de políticos?
Definitivamente, propongo una clase política nueva, basada en el chip de silicio y la Inteligencia Artificial.
Michihito Matsuda, un robot como puede apreciarse, ha participado con notable éxito en las elecciones municipales de Tokio, señal de que tuvo sus votantes |
De ese modo podríamos evitar a tanto advenedizo –sin oficio ni beneficio conocido-, que se ha hecho notorio –pero no notable- a base de propalar ideas atolondradas, proclamas incendiarias y mensajes vomitivos a través de las redes sociales. Y huelga decir que tales advenedizos parasitan en todos los partidos del arco parlamentario, ni uno queda libre.
Al mismo tiempo, sugiero que se establezcan unos mínimos formativos para acceder a ostentar
un cargo público (en la empresa privada, a un barrendero ya se le está
exigiendo un máster en gestión medio-ambiental/uso del espacio público). Es
legítimo frenar el acceso de los ‘analfa-bestias’ a la política. Finalmente,
recomiendo que los políticos de
carne y hueso encargados de moderar-vigilar a sus colegas de chip o ‘polbots’
estén a sueldo de sus partidos y no con
cargo al bolsillo de los sufridos ciudadanos, auténticos padres nutricios
de los presupuestos generales del Estado (PGE). Sin duda, cuando el partido político tenga que rascarse su
propio bolsillo para pagar nóminas, exigirá
a los beneficiarios las correspondientes contrapartidas.
¡Quien predica en política, viva de la política (y de sus propios
correligionarios)! Este sistema es infalible para acabar con el lastre inservible y pernicioso de una clase política pasiva,
ociosa, depredadora y propensa a la corrupción, como hemos visto. Para
regenerar la política de verdad hay que hacer que los políticos vivan las
mismas circunstancias que sus conciudadanos. Eso implica que los políticos ineptos también vayan al paro, y conozcan de cerca las oficinas del SEPE (antiguo INEM) donde
podrán darse sus baños de multitudes.
Sí, decididamente, la ciudadanía
está cansada y apuesta por los ‘polbots’. Cuando se sustancia un manifiesto,
todos llegamos a imaginar, soñamos,
acariciamos utopías… con fecha de caducidad. La imaginación es libre, y
quien no sueña no transforma.
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