Nada más aparecer, el ‘microchipping’,
o introducción de microchips en humanos, cobró protagonismo. El asunto, que tenía precedentes discretos en Europa,
de la mano de compañías como Biohax y Epicenter, se ha hecho ‘topic’ del Nuevo Orden Mundial (NWO por su sigla en inglés) con la iniciativa
de una empresa de Wisconsin (Estados
Unidos) de impulsar una campaña voluntaria de microchipado (o marcaje) entre sus empleados.
Discutible comodidad
La citada empresa,
llamada Three Square Market, argumenta que se adelanta al futuro mejorando la comodidad. Sus empleados, que
portan un microchip del tamaño de un
grano de arroz en la mano derecha, entre los dedos pulgar e índice, pueden abrir puertas, acceder al sistema informático de la empresa o pagar en la cafetería y máquinas de vending de la compañía con una
leve oscilación de la mano derecha cerca de los dispositivos lectores, que
utilizan la tecnología de la radio-frecuencia
(RFID). Una variante se basa en la tecnología NFC (Near Field Communications), utilizada en las tarjetas de crédito
sin contacto (contactless) o los pagos por móvil.
Sin embargo, la idea del ‘marcaje funcional’ no ha sido bien acogida en la sociedad,
especialmente en ámbitos religiosos, que apelan a los derechos de privacidad y las preocupaciones bíblicas del fin de los
tiempos. Básicamente, asocian este nuevo marcaje humano mediante microchips a
la ‘marca de la bestia’ del Libro de La Revelación o Apocalipsis
(capítulo 13, versículo 16).
Se estrecha el cerco
de control
Nadie duda que la irrupción de los móviles y smartphones nos quitó privacidad al poder ser ‘observada’ nuestra conducta a través del
uso de la tecnología. El móvil puede ‘silenciarse’ a voluntad del usuario con
sólo apagarlo. Sin embargo, el microchip
forma parte de la persona portadora,
a menos que se lo extirpe quirúrgicamente. En cuanto a la confidencialidad, el problema es que la persona microchipada se
pone en manos de quien tiene acceso al
código del microchip, un terreno que no está libre de posibles sorpresas
(hackeado, viruseado, manipulado).
La implantación del chip empieza con campañas voluntarias, pero ¿qué hará una minoría que se resista al
chip en la empresa de Wisconsin? ¿Se auto-marginarán? ¿Podrán desenvolverse con
normalidad en una empresa diseñada para empleados ‘marcados’ y sumisos? ¿Podrán
resistir la presión e, incluso, el acoso o persecución?
Más preguntas: ¿tiene
efectos secundarios el microchip inyectado para la salud del portador?
(nobody knows). ¿Qué pasa si un empleado deja la compañía y está microchipado?
¿No sería mejor usar una simple pulsera, anillo o pendiente RFID para abrir
puertas, ordenadores y máquinas de vending en Wisconsin? En Wisconsin y en
cualquier otro lugar donde tengan la ocurrencia de marcar al trabajador.
Tiene consecuencias imprevisibles que alguien pueda reprogramar los sistemas vivos, una fantasía orwelliana que entra en contradicción con el libre albedrío del ser humano
La ‘conspiranoia’
está servida
El microchipado
humano admite lecturas positivas,
que contemplan la funcionalidad y seguridad en el manejo de contraseñas o,
incluso, el tratamiento de algunas discapacidades y enfermedades. En el lado negativo hay que sospesar la pérdida de privacidad y sus posibles
consecuencias, como la discriminación,
o la posibilidad nada remota de manipulación
del cuerpo, la mente y las emociones a través de un microchip infiltrado.
El asunto del control
no acaba ahí. El año pasado, se desdibujó aún más la línea divisoria entre el hombre y la máquina, cuando la Universidad de Stanford anunció que sus
científicos habían creado el primer
transistor puramente biológico, creado completamente a partir de material
genético. Stanford describió el descubrimiento como el “componente final necesario para que una computadora biológica pueda
operar dentro de las células vivas y reprograme los sistemas vivos”.
Puestos a pensar mal, podemos ver que el camino hacia el Nuevo Orden Mundial –un concepto que
manejan los grandes líderes políticos- adquiere la forma de legiones de humanos robotizados, una
especie de zombies-microchipados,
abducidos, ciborgs reprogramados y, por tanto, sin capacidad para ejercer
su libertad, reaccionar u oponerse a quien mueve los hilos de semejantes marionetas. Puede que el Nuevo Orden
Mundial sea un ejército de robots
(robots humanos conviviendo con robots-máquina), algo que sería aceptable como fantasía orwelliana, pero no como
destino de la humanidad doliente,
aunque viva y dotada de libre albedrío,
según el principio de la Creación. Tiene consecuencias imprevisibles que
alguien pueda reprogramar los sistemas vivos (Stanford).
Ante el microchipado
humano pueden pensarse dos cosas: que las empresas post-tecnológicas se han
inspirado en el último libro de la Biblia para dar una forma chistosa a su ‘creatividad’, o que, realmente, el libro de la
Revelación se está sustanciando en
lo que es el signo de los últimos tiempos. Hay sabiduría en ello, y cada cual
es libre de pensar lo que prefiera mientras no tengamos más evidencias.
Ahora bien, podríamos temernos
lo peor el día que el Nuevo Orden Mundial aconsejara (y después, impusiera)
“que a todos, pequeños y grandes, ricos y
pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha o en la
frente. Y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la
marca…”.
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