¡Cuántas personas se pasan parte de sus vidas soñando con su jubilación! Pensando en lo que harán y dejarán
de hacer.
Unos llegan a saborear su anhelo; otros ni eso, se quedan a medio camino y, como tamo, vuelven al polvo del que
fueron hechos, antes de haber tenido la oportunidad de peinar canas. Así es la vida, una especie de ruleta rusa sobre la que tenemos escaso
o nulo control.
Si no podemos elegir el momento en que seremos segados, ¿por qué no
elegir lo que haremos mientras alentamos vida? Una opción posible es apuntarse al modo
FIRE. Hay muchas razones para
ello. Voy a intentar explicitarlas de manera inversa; es decir, mostrando la
conducta opuesta, o anti-FIRE, que también denominaré conducta de hormiga-obrera.
La hormiga obrera vive para
trabajar, y los humanos que adoptan el patrón del citado insecto suelen
formarse bajo el influjo de familias hacendosas, en las que se forja su
carácter. Son familias que, por un sinfín de razones, prefieren acumular en
lugar de disfrutar-gastar (aunque sea con moderación). Siempre temerosos de
malas contingencias, carestías y plagas recurrentes de vacas flacas, estos
acumuladores de excedente sienten una compulsión
excesiva hacia el ahorro previsor. Ello les lleva a aplazar el disfrute,
sueñan su vida a muy largo plazo. Y no se dan cuenta de que la vida es lo que ocurre cada día, y no
lo que ellos avizoran para su futuro teórico. En definitiva, viven vidas de
privación, vidas incompletas, truncadas, en las que solo se prima el ahorro
para hacer frente al incógnito devenir.
Buscando ese futuro perfecto, muy frecuentemente conjugan sus vidas
como presentes imperfectos, auto-damnificándose y damnificando a las personas
de su entorno. Quien haya tenido un avaro (ahorrador, rata, etc.) cerca sabrá
muy bien a lo que me refiero.
Los años pasan con esa dinámica
de economía de guerra y las hormigas-obreras
envejecen y llegan a jubilarse. Es ése el momento de vivir los sueños que
dejaron aparcados mientras acumulaban los oportunos recursos. Pero, ¡ay!, la
práctica difiere de aquella teoría urdida décadas antes. Con sesenta y cinco o más años, las
personas-hormiga están llenas de achaques
y problemas de salud que indican un proceso degenerativo con un final más o
menos cercano. Las fuerzas les flaquean, carecen de ganas, no tienen el humor
ni la disposición de ánimo adecuados, están absorbidos por los contratiempos
–pequeños o grandes- de su envejecimiento
biológico, condición inexorable para los seres vivos. Por demás, empiezan a
ver que su autonomía está sufriendo recortes que van en aumento, y que se
adentran por una espiral de dependencia.
Un FIRE-man retirado que se precie no especula en Bolsa ni por hobby. Eso está reservado a los jóvenes, los pre-FIRE, pues los FIRE-men, por definición, huimos del estrés
Cuando afrontan estos sinsabores y sus malos presagios, las personas
hormigas-obreras –en situación de excedente forzoso abocado al desahucio-
descubren el error que cometieron en
sus vidas, en los años mozos, y la falacia
de su filosofía espartana de la existencia, modelo que copiaron de sus
ancestros.
Así las cosas, un buen día, la hormiga-obrera retirada, en un impulso
de sinceridad consigo misma, se dice: “¿para
qué escatimé y ahorré tanto en la vida? No he conseguido ser millonario, ni
falta que me hacía. Pero es que los bienes y el patrimonio que he acumulado en
esta vida me permiten vivir –sin dar palo al agua ni pegar sello- una segunda
vida…”.
El problema está en que, a esas alturas, la esperanza de vida de la hormiga-obrera jubilada es más bien
limitada, y no hay una segunda vida.
¡Qué paradoja: tanto ahorrar para el futuro y, en última instancia, se acaba
descubriendo que no hay futuro, o éste va a ser muy breve! La moraleja cae por
su propio peso: atesorar bienes-recursos
sin vivir en plenitud carece de sentido. No tiene objeto guardar algo que
no se ha de usar.
Por lo dicho, creo que la conducta de hormiga-obrera es la antítesis
de la conducta FIRE, que es la que yo propongo. Más vale ser independiente,
aunque los recursos sean limitados, y vivir
un poco la vida desde la edad media (los
40 años) que esperar a los 65 para acabar vegetando, sin hacer lo que se
pretendía hacer, mientras el dinero solo aprovecha a los bancos y a los futuros
herederos.
He compartido la reflexión con uno de mis hijos y, como ‘millennial’ que es, me ha dicho:
-Podrías aprovechar para aprender sobre mercados financieros y Bolsa,
y sacar provecho a tus ahorros.
-Error. Eso es totalmente anti-FIRE –le he respondido.
-Sacar provecho del dinero dudo que sea anti-FIRE –ha replicado.
-A mi edad sí lo es –he terciado. A
partir de los cincuenta hay que huir del estrés como del azúcar o las grasas.
Dinero sin vida es lo mismo que nada.
-Sin presión, ni estrés, como un ‘hibby’ no muy exigente –ha
propuesto.
No he entendido la expresión ‘hibby’. He pensado que tal vez formara
parte de algún argot urbano; por eso, le he respondido: “Ya veremos”.
Al acabar de escribir este texto (en mi ‘oficina outdoor’ del Mirador
de Horta, viendo a algunos pasar con manojos de espárragos trigueros silvestres
a mediados de febrero), he concluido que mi hijo se refería a ‘hobby’, pero las
premuras del whatsapp introdujeron el error.
Disiento de la idea que propone mi hijo. Un FIRE-man retirado que se precie no especula en Bolsa ni por hobby. Eso
está reservado a los jóvenes, los pre-FIRE, pues los FIRE-men, por definición, huimos del estrés en pos de una vida
apacible. En tanto que recurso limitado, la vida debe ser aprovechada, y las actividades deben adecuarse a
nuestro ciclo biológico, primando ocio
sobre “negocio” tan pronto como sea posible. ¿De qué les sirve el dinero a
los ‘ricos’ del cementerio?
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