¿Hacia dónde va el mundo del trabajo? El destino final no lo conocemos. Lo que sí podemos contestar es que la tendencia del trabajo es hacia la precarización, y los médicos no escapan a tal circunstancia. “El médico a palos”, comedia de Molière (Le médecin malgré lui), pudiera parecer un anticipo premonitorio de la suerte de este colectivo, necesario para la sociedad, pero infravalorado (cuando no apaleado). Los médicos no paran de protestar y denunciar su situación, que les perjudica a ellos como trabajadores, y al resto de la sociedad como usuarios de los servicios de salud.
Si el personaje de Molière fue
médico a su pesar, los galenos de hoy día son médicos a pesar de todo, lo
que habla de vocación, algo que no
tenía el médico de la ficción. Solo por vocación
se puede cursar una carrera larga,
que exige mucho sacrificio y entrega,
y que ofrece a quienes la completan con éxito incertidumbre, infra-empleo, precariedad, estrés y exposición a las
explosiones de violencia de algunos usuarios. Y, lejos de serlo a su pesar,
estos profesionales aman lo que hacen
y, en su inmensa mayoría, no entienden la vida sin ejercer la medicina.
Veamos algunas de las cruces de la profesión médica en tanto que trabajadores a través de
la problemática de los médicos (y
personal sanitario en general) de los servicios
de urgencias (intra y extra-hospitalarias), esa primera línea de trato con el usuario, que a veces es como un frente donde se libran ‘batallas’ a diario.
Estrés postraumático entre trabajadores de urgencias
Uno de los riesgos psicosociales de los
trabajadores de servicios de urgencias
es el de la agresión física o verbal
(normalmente protagonizada por pacientes o familiares). Dichas agresiones dejan
un rosario de secuelas. Un estudio –pionero- conducido por la
Universidad Complutense de Madrid (UCM), y con el foco puesto en los profesionales de urgencias
extra-hospitalarias, ha revelado que el 89% de los trabajadores del SUMMA
112 (Madrid) que habían sufrido agresiones presentó síntomas de estrés postraumático con posterioridad.
La muestra del estudio
abarcó a los profesionales que intervienen fuera
de los hospitales, como son los domicilios,
la vía urbana y los Servicios de Urgencias de Atención
Primaria. Contempló 358 casos (médicos, enfermeros y técnicos) que
refirieron haber experimentado alguna agresión a lo largo de su vida
profesional. La mayoría tenía un contrato de trabajo estable y una media de
experiencia de 18 años. El 63,7% eran hombres, el 36,3%, mujeres y la media de
edad era de 44 años.
Convivir
con el insulto
Según el estudio de la
UCM, el 34,5% de las víctimas había sufrido algún tipo de agresión física, y el 76,2% había sido objeto de insultos o calumnias. “Este hecho se considera como un aspecto más de su
trabajo”, admite Mónica Bernaldo de Quirós, investigadora y profesora de la
Facultad de Psicología de la UCM.
Los autores del trabajo alertan de que la mayor parte de las agresiones no son denunciadas por no
ser consideradas graves, al tiempo que advierten de que “la atención psicológica a los
profesionales es prácticamente inexistente”.
Es obvio que un trabajo en semejantes circunstancias no
es saludable. “Las amenazas, insultos y comportamientos desafiantes
–corrobora el estudio- fueron las que más angustia
originaron, constatándose en un 85% de los casos”. El desarrollo de un
trastorno de estrés postraumático
parecía estar relacionado con la
percepción de severidad de la agresión. El estudio no identificó ningún
perfil que se asocie a un mayor riesgo de padecer la patología.
El 76,2% del personal sanitario agredido ha sido objeto de insultos o calumnias, un hecho que se considera como un aspecto más de su trabajo
Pese a no ser agresiones
graves, son situaciones habituales
–y hasta reiterativas- para estos trabajadores, susceptibles de desarrollar
cuadros de estrés postraumático. La
Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS) considera
que el mismo se origina “tras haber sufrido u observado un acontecimiento altamente traumático (atentado, violación, asalto,
secuestro, accidente, etc.), en el que está en juego la vida de las personas. Las imágenes de la situación traumática
vuelven a re-experimentarse una y otra vez (flashback), en contra de la
propia voluntad, a pesar del paso del tiempo, imaginándolo con todo lujo de
detalles, acompañado de intensas reacciones de ansiedad (preocupación, miedo intenso, falta de control, alta
activación fisiológica, evitación de situaciones relacionadas, etc.)”.
El daño se intensifica
cuando la víctima no puede pasar página
y cerrar el suceso lesivo. Al respecto, SEAS advierte que “las imágenes y las sensaciones pueden volverse
intrusivas (vuelven una y otra vez a la mente, produciendo malestar),
especialmente si se pretende evitarlas”.
De producirse las
situaciones descritas, la calidad de la
vida laboral de las víctimas se derrumba, pudiendo abrir la puerta a
situaciones diversas de estrés, alteración
de la conducta, psicosis y desequilibrios mentales. Según SEAS, “se produce
un estado emocional en el que predominan la ansiedad, la culpa, la ira, la rabia, la hostilidad, a veces la vergüenza,
y con mucha frecuencia la tristeza e
incluso la depresión. Este estado
emocional produce un fuerte malestar
psicológico, alta activación fisiológica y problemas de conducta a la hora
de re-adaptarse a las distintas facetas de la vida cotidiana”.
Como corolario, basta
apuntar que el colectivo de profesionales
de la sanidad –encargado de velar por la salud de los usuarios- se ve
abocado a situaciones en que hace abstracción
de su propia salud. Lo vemos en el riesgo de las agresiones, la exposición al contagio
a partir de los pacientes, las infrahumanas y anti-ergonómicas jornadas de guardia, etc. No es de
recibo, porque el derecho que asiste a todo trabajador es el de no perder su
salud a causa del trabajo que desempeña como medio de vida.
En España tenemos 4 políticos por cada médico, lo que
condiciona la calidad del servicio asistencial. ¿Por dónde recortarías tú?
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