Desde que, en marzo de 2011, un tsunami afectó seriamente a los
reactores nucleares de Fukushima, el rosario de incidentes no ha cesado, provocando la inquietud de propios y extraños. Se han producido filtraciones de agua contaminada hacia
el mar, o escapes de los depósitos que la almacenan. Frecuentemente saltan las
alarmas sobre los niveles de contaminación del área de Fukushima, sus zonas
adyacentes y otras remotas.
Con independencia del valor de dichos niveles, lo que parece
incontrovertible es que, casi tres años después del accidente, el problema del agua radiactiva no sólo no mejora, sino
que va a peor.
Grupos contrarios a la energía nuclear (y evidencias científicas) señalan
que la contaminación liberada por el accidente de Fukushima representa una amenaza para futuras generaciones. Los
hechos parecen abonar dichas hipótesis.
Zona de riesgo
Las soluciones son lentas. Eso significa que una gran parte de la población sigue expuesta a la radiación
(niveles nocivos) en la prefectura de Fukushima y otras zonas, mientras que áreas
con una contaminación similar fueron rápidamente evacuadas en la antigua URSS
tras el accidente
de Chernobil.
La ocultación está siendo la norma, pues los médicos japoneses
recibieron la consigna de no informar a sus pacientes sobre los problemas de salud
vinculados con la radiación.
Los elementos radiactivos, cuya vida se prolonga durante cientos o miles
de años, como el tritio, el cesio o gases nobles como el xenón, kriptón y argón,
afectan al ADN causando mutaciones
genéticas, patologías congénitas, cánceres en diversos órganos y retrasos
en el desarrollo mental.
Otra de las amenazas evidentes es la contaminación del Océano Pacífico por el agua radiactiva del
reactor, almacenada en más de 1.000 depósitos, cuya resistencia está en
entredicho. Algunas fuentes llegan a denunciar que la central habría “vertido
cada día en el Océano Pacífico 300 toneladas de agua radiactiva durante los
últimos dos años y medio”.
El Portal Euronews menciona un informe sobre la incidencia del cáncer
de tiroides en menores de edad residentes en la prefectura de
Fukushima. Según el mismo, “hay dieciocho casos confirmados y veinticinco
sospechosos sobre una muestra de trescientos sesenta mil niños y adolescentes.
Ninguno de los estudios realizados previamente había arrojado cifras tan
elevadas”.
Son muchos los ciudadanos del mundo que, pensando en Cipango, parafrasean el aforismo de Krishnamurti que sentencia “no es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”
Constatación del
daño
Un estudio exhaustivo recogería muchos daños colaterales de Fukushima.
Aquí citaremos sólo dos.
·La evidencia de las mariposas
Con un ciclo de vida corto, la mariposa permite una rápida
observación de la evolución en sus generaciones. Han podido observarse anomalías
en las alas (más pequeñas y dobladas), deformidades en las antenas, patas más
cortas y ojos dañados. Los investigadores de la Universidad de Okinawa informan
que las mutaciones se multiplican
rápidamente entre generaciones, y el daño no remite, sino que se hereda aunque
uno de los progenitores esté sano.
·Patologías mentales al alza
A los humanos no les va mejor, y a los problemas
fisiológicos hay que añadir los de salud
mental. Las tasas de alcoholismo
para combatir la ansiedad se han disparado. Los que no beben corren el riesgo
de caer en depresión, y crece el estrés por el miedo a enfermar, entre
otros motivos, por comer alimentos contaminados.
Los daños son evidentes, aunque no acaban de trascender en
una sociedad resignada y sufrida como la nipona. Por eso, son muchos los ciudadanos
del mundo que, pensando en Cipango, parafrasean el aforismo de Krishnamurti que sentencia “no es saludable estar bien adaptado a una
sociedad profundamente enferma”.