Lo mollar en este artículo es que la
ingesta de grasas ayuda a frenar la ansiedad. La grasa aplasta la ansiedad. Pero
aún más: la grasa es el remedio contra
la obesidad-ansiedad (obesi-ansiedad), dos desórdenes que suelen hermanarse
para destruir tu físico y tu auto-estima.
Hay un repertorio de medidas
contra la ansiedad que, grosso modo, son: dormir bien, iniciar el día con moral de victoria (y la “V” de victoria), seguir una dieta cetogénica (“Keto”) pobre en
carbohidratos (alrededor del 5% de la ingesta total), y cambiar nuestra manera de pensar, evitando el pensamiento negativo,
que es el alimento de la ansiedad. Por supuesto, también nos ayudarán el ejercicio físico (moderado o intenso, según nuestra condición física), el ocio en contacto con la naturaleza, cualquier actividad que rompa el círculo vicioso del problema.
El lector avezado ya habrá intuido que la
intención de este artículo es mostrar cómo combatir
la ansiedad desde dos frentes: aplastándola con grasas (mejor si son
saludables) y matándola de hambre al privarla de su principal sustento, que es
el pensamiento negativo y los miedos/temores que nos atenazan a los humanos
(hay censados hasta unos 7.000). A tenor de lo que desarrollaremos, este
artículo bien podría haberse titulado cetogénesis
y pensamiento positivo. No nos confundamos, grasas hay muchas. Todas sirven
para nuestro propósito; si bien, ser un poquito escrupuloso y selectivo con los lípidos siempre será
un plus recomendable en cuanto a resultados y evitación de efectos paralelos no
deseados.
Cambios bioquímicos
Antes de entrar en materia, lo repetiré para quienes aún dudan: la ingesta de grasas induce cambios
bioquímicos en nuestro organismo, devolviéndolo a conductas alimentarias
del paleolítico que hemos abandonando erróneamente, lo que está redundando en
trastornos como la obesidad y la ansiedad, dos epidemias en expansión en el
ciclo evolutivo del hombre –que, en ocasiones, tiene más de involución que de
lo contrario.
Tu cerebro se nutrirá con la energía del azúcar (que es lo que le das), pero funcionaría mucho mejor si le dieras su combustible preferido, que son las grasas y las proteínas
Vamos al abc (abreviado y no
exclusivo) de la lucha contra la ansiedad (a veces obesi-ansiedad):
·La grasa, alimento del cerebro
Siempre me ocupé de que mis hijos fuesen bien alimentados al cole por
las mañanas. “La glucosa es el principal alimento del cerebro”, les decía,
llevado de mi propio error, un error que no era nada casual. Recuerdo un anuncio de las azucareras que, para
auto-reivindicarse y frenar la caída de ventas, proclamaba literalmente: “¡Que
no te amarguen la vida!”. Como enunciado de marketing, la frase no carece de
gancho. Pero hacerle caso (y dejar que las azucareras nos ‘endulcen’ la vida)
tiene consecuencias importantes para
la salud psicofísica de cualquiera.
Sigue siendo cierto que el cerebro
necesita energía debido a su elevado consumo. De hecho, nuestra hambrienta
CPU se alimentará de la energía más asequible, que pueden ser los azúcares y los carbohidratos (energía
rápida y de baja calidad), pero también puede alimentarse de grasas, que tienen un alto valor
energético y alimentan durante más tiempo (cadena larga). Precisamente, la
humanidad, en el remoto paleolítico, desarrolló el cerebro cuando abandonó la
dieta herbívora y adoptó la carnívora. Comer
carne nos hizo progresar en términos cognitivos. Básicamente la dieta era
proteica (carne y pescados), complementándose con fruta, frutos secos, raíces,
etc. Así vivieron nuestros antepasados durante varios millones de años, y hasta
mediados del siglo pasado (en muchos casos).
Nuestro cerebro y nuestro metabolismo se llevan bien con la ingesta de
grasas. Es más, la privación de la grasa
contraviene nuestra dinámica celular. Sin embargo, ni el cerebro ni el
metabolismo de los humanos son plenamente compatibles con la ingesta de
carbohidratos y azúcares procesados, que tanto deleitan a nuestro paladar (y
acaban convertidos en reservas de grasa que nunca podemos destruir).
¿Por qué grasas sí y carbohidratos no? Es una simple cuestión
evolutiva: durante millones de años hemos digerido y aprovechado las
grasas. Sin embargo, los hidratos de carbono (trigo, azúcar) apenas llevan unos
10.000 años en la dieta humana, desde la implantación de la agricultura.
Nuestro metabolismo, por tanto, está
especializado en extraer energía de las
grasas. En resumen, tu cerebro se nutrirá con la energía del azúcar (que es
lo que le das), pero funcionaría mucho mejor si le dieras su combustible preferido, que son las
grasas y las proteínas.
Si suena extraño cuanto digo en favor de las grasas es porque éstas han sido demonizadas desde mediados del siglo pasado por las conclusiones
sesgadas (y trucadas) de un científico norteamericano, que no citaré (ver
reportaje “The magic pill”, disponible en internet).
Durante décadas, la industria, medicina, sociedad de consumo han
aireado la presunta malignidad de las
grasas, haciendo que el mensaje calase tan hondo que nos convencieron, sin
motivo, de que los productos 0,0% de materia grasa o “light” eran la tabla
salvavidas de nuestra salud y buen porte. Pero, al ser productos bajos en
nutrientes, la industria se encargó de ‘enriquecer’ su potencial energético por
la vía rápida añadiendo azúcares. A la vista están los resultados: legiones de malnutridos que,
paradójicamente, están obesos, en
muchos casos, y que padecen, con más o menos virulencia, otros efectos
colaterales, entre los que están la ansiedad y diversos trastornos de la
personalidad.
Cerebro descuidado, cerebro enfermo
No es aventurado lanzar la hipótesis de que un cerebro mal alimentado está más propenso a enfermar (de cualquier
cosa) y, por supuesto, enfermar de ansiedad debido a la prevalencia de
estresores que nos ponen a prueba a diario y afectan a nuestra resiliencia.
Junto a la dieta grasa, pobre en carbohidratos, ¿qué más hay que hacer
para mantener a raya la ansiedad cuidando simultáneamente nuestro cerebro?
·Dormir bien
Cuando dormimos, el cerebro
mantiene una actividad básica, pero también descansa y se restaura. Hace desfragmentación, limpieza, resetea circuitos
neuronales. Dormir poco, o tener mala
calidad del sueño, es la condición más cercana a la contingencia de enfermar. Olvidemos tópicos falsos. Las
personas eficaces lo son porque, entre otras cosas, dominan la técnica de dormir bien. El sueño es
vida. Por tanto, huelga aclarar aquí qué representa la falta de sueño.
Saber ‘engañar’ o convencer al cerebro, con positivismo, tiene buenos dividendosSin duda, nuestro éxito personal es directamente proporcional a la calidad del sueño. Es el sueño de calidad lo que nos hace efectivos tanto física como intelectualmente. Ello queda probado al analizar los hábitos de sueño de personas de éxito. Si hace unos años se llegó a presentar el sueño como un hábito de cobardes, una debilidad y una pérdida de tiempo, en la actualidad se ha invertido la tendencia. Sabemos que el sueño es vida, por lo que los hábitos relacionados con el descanso interesan cada vez más a la población, que se preocupa por su higiene del sueño. La búsqueda del bienestar ha propiciado que valoremos el sueño y se publiquen libros como “El negocio del sueño: Cómo dormir mejor puede transformar tu carrera”, que investiga el impacto de las horas de sueño en la carrera laboral, ratificando la tesis de que “dormir poco afecta a nuestra memoria, empobrece la atención, la capacidad de toma de decisiones y la creatividad a corto plazo”.
·Levantarse en victoria
Después de un sueño
reparador conviene practicar una inocente (pero eficaz) auto-sugestión diciéndonos a nosotros mismos: “¡Qué bien te sientes hoy!”. Y para reforzar este pensamiento
positivo de vivir en victoria nada mejor que representar nosotros mismos la “V”
de victoria alzando los brazos. Cuando mantenemos la “V” por espacio de, al
menos, un minuto, mientras evocamos imágenes
positivas de bienestar, estamos proclamando que estamos bien y, con ello,
induciendo neuro-químicamente la sensación de bienestar. Bajo este estado mental de ‘felicidad’ nuestra
‘CPU’ no va a tener más remedio que ‘arrancar’ (como los ordenadores) redes neuronales relacionadas con el
bienestar y, como consecuencia de ello, la bioquímica de nuestro sistema endocrino empezará a secretar endorfinas y sustancias dopantes
naturales que producen calma, sedación, felicidad, positivismo. Para
entenderlo rápidamente, por la espiral de nuestro estado de ánimo viajará la
emoción que nosotros trabajamos en ese momento. Saber ‘engañar’ o convencer al cerebro, con positivismo, tiene buenos
dividendos. Por el contrario, al enfadarnos
o entristecernos, nuestro sistema endocrino genera bilis, que se traduce en mal humor y malestar, acompañado de
sentimientos de frustración, desesperación, hastío, agresividad, ira, miedo,
etc. Todo un cóctel indeseable de energía
negativa que nos fundirá los “plomos”.
·Evitar el pensamiento negativo
Como se ha esbozado en
el punto anterior, las emociones
disparan la secreción química de
sustancias de nuestro organismo. Las emociones
negativas, mal controladas, nos harán víctimas de recursos fisiológicos,
como la adrenalina y el cortisol,
concebidos para la auto-conservación. A nadie le conviene ir sufriendo en sus
carnes picos de adrenalina, porque
acabará con su tranquilidad, desquiciado de los nervios, a merced de la ansiedad y los ataques de pánico u otras fobias
varias. Recordemos nuevamente que la ansiedad se nutre del pensamiento
negativo. Así que empecemos a pensar en
positivo si no queremos ser víctimas de nuestro propio sabotaje. El
pesimista –muchas veces sin saberlo- se convierte en su propio peor enemigo.
Presentando batalla
Alimentación, sueño,
moral de victoria y pensamiento positivo son condiciones indispensables para
hacer frente a la ansiedad. Faltaría subrayar aquí el concepto de ‘hacer frente’, que no es otra cosa que
plantar cara al problema. La mejor
defensa es la que nos proporciona un ataque decidido. La ansiedad no se debe rehuir, pues sólo podremos derrotarla cuando
le hagamos frente con la determinación suficiente para vencerla. Cuando
retrocedemos, la ansiedad nos gana terreno. Por lo tanto, la táctica que recomiendan los neurólogos
y expertos en conducta cognitiva es la del afrontamiento,
algo así como un abordaje en una
especie de ‘huida’ que sólo puede
ser hacia delante.
Ratificamos, pues, la
tesis de inicio de que la “grasa aplasta
la ansiedad”, siendo condición necesaria otras medidas de complemento citadas, junto con el enfrentamiento directo del problema. Aunque no lo vamos a
tomar al pie de la letra, sí conviene que vayamos aceptando la idea de que el “progreso” tiene sus sombras, y que la ansiedad de los tiempos contemporáneos se combate mejor con un estilo de vida paleolítico (hoy día,
llega a estresar más un smartphone que una cacería de mamuts en la prehistoria).
Las aflicciones en nuestra lucha diaria, que soportamos todos, están garantizadas (los problemas son un motor de la historia). Sin embargo, en nuestro diario deambular por la cuerda floja, albergamos algunas certezas: vendrán días mejores y, a la espera de los mismos, nos podemos fortalecer peleando la buena batalla con conocimiento de causa: alimentar/cuidar bien nuestro cerebro nos evitará que alimentemos nuestra ansiedad.