El discurso teórico es bien conocido: la salud mental es
vital para el bienestar del trabajador y la productividad de la empresa. Nadie
se atrevería en nuestros días a negar que la salud es un concepto transversal
e integral que abarca cuerpo y mente. Sin embargo, los prejuicios sociales han llevado
tradicionalmente a estigmatizar a
las personas con problemas de salud
mental, como si no tuvieran la misma legitimidad que la diabetes o la
hipertensión.
Los trastornos
mentales son una de las principales causas de incapacidad laboral en países desarrollados y, según un estudio de la
Asociación Europea para la Depresión (EDA), 1 de cada 10 empleados ha causado baja laboral por depresión. Esta
dolencia afecta actualmente a 300 millones de personas en el mundo y es la
primera causa de discapacidad, según
la OMS. Por tanto, gestionar los riesgos
psicosociales y promocionar la salud
mental en el trabajo (o a pesar del trabajo) son dos de los retos más importantes a la hora de
alcanzar una empresa saludable.
Desde la Unidad de Psicología de Mutua Universal advierten
que “las empresas tienen un papel
fundamental en la prevención y cuidado
de la salud mental de los trabajadores a través de la promoción de
ambientes de trabajo saludables. Aún existen prejuicios acerca de lo que puede
representar la depresión, lo que provoca que muchos casos no se diagnostiquen
ni reciban un tratamiento adecuado y se estigmatice, además, a las personas que
la padecen. Entre todos debemos contribuir a crear una cultura que entienda que la mayoría de las enfermedades mentales que existen en la población trabajadora son
tratables y en muchos casos pueden
prevenirse”.
A vueltas con la
salud mental
Ya hemos visto que el discurso
teórico anterior (o de lo políticamente correcto) se queda en una mera declaración de intenciones. La realidad
en la empresa es más dura: o no se hace nada por la salud mental, o –peor aún-
es la propia empresa la que atenta contra la salud mental de sus
trabajadores.
Dicen que los diamantes se hacen bajo presión; el oro limpia
sus impurezas con el fuego. Y, por analogía, la empresa tensiona la salud mental del activo humano sin que sepamos
bien en aras a qué proceso de mejora (si lo hubiere). Con las honrosas
excepciones de siempre, lo general es que las organizaciones que no atajan el desgaste profesional acaben afectando a
la salud física y mental de su personal.
En la empresa, o no se hace nada por la salud mental, o –peor aún- es la propia organización la que atenta contra la salud mental de sus trabajadores
Las nuevas condiciones de productividad y competitividad empresarial están reñidas con la salud mental porque son
generadoras de inseguridad, presión
laboral-carga mental, estrés y burnout (síndrome de estar quemado). Tanto
es así que el Pleno del Senado
aprobó en marzo una Declaración
Institucional proponiendo que el 2017
sea declarado Año de la Salud Mental en España. Justifican tal declaración
en el aserto de que “la salud mental es
un componente integral y esencial de la salud, y es uno de los principales
problemas que afectan a nuestro sistema sanitario, tanto a la economía en
general como al bienestar en particular”.
No podemos pronosticar el desarrollo y alcance de tal
posicionamiento, pero un detalle es evidente: las declaraciones de intenciones nos delatan, indicando que concebimos
la salud mental como una prioridad, aunque reconocemos que es una de nuestras múltiples asignaturas
pendientes, una actividad que casi siempre queda postergada.
La Promoción de la
Salud en el Lugar de Trabajo (PSLT) debe atender cuerpo y mente,
consiguiendo, como propone la OMS que la salud
mental sea “un estado de bienestar
en el que la persona desarrolla sus capacidades y es capaz de hacer frente al
estrés normal de la vida, de trabajar de
forma productiva y de contribuir a su comunidad”. Restar visibilidad al
problema de la salud mental laboral es insolidario, pero, además, un desperdicio
del talento humano.