Las personas tóxicas resultan
nocivas para los que les rodean, en
el ámbito laboral o en cualquier
otro. Con frecuencia, los espacios laborales negativos resultan del contagio que disgregan los ‘tóxicos’.
La adecuada gestión de estas personas
preservará la salud de la organización.
Los tóxicos se delatan por su
propio comportamiento: el patrón general de estas personas es
hablar excesivamente de sí mismas olvidando a su interlocutor. Con una tendencia
a la queja, difunden un discurso
pesimista y negativo. Acostumbran a convertir en un drama las situaciones más cotidianas.
Los compañeros tóxicos se arrogan el papel de víctima, en una actitud de creerse el centro del mundo y llamar la
atención de los demás. Creen que
todo va en su contra sin practicar la auto-crítica de su propia conducta.
Actúan como ‘vampiros emocionales’
robando la energía a las personas de su entorno. Envidian los posibles logros de los demás, sin capacidad de sentir y compartir las alegrías del compañero.
Con frecuencia, los ‘tóxicos’ observan un comportamiento autoritario que les lleva a corregir a los demás
–incluso equivocadamente-, porque llegan a creerse
en posesión de la verdad. Aunque su actitud
vital les provoca sufrimiento, no
lo admiten, generando únicamente una ola
de energía negativa a su alrededor. El estrés
será directamente proporcional a la intensidad del contacto con los ‘tóxicos’. Cuando
no sea posible reconducir la situación,
la mejor auto-defensa será marcar las distancias
y nunca caer en su juego.
Pero, todos somos
tóxicos…
No siempre es tan sencillo como identificar y re-educar
a los tóxicos. Todos acarreamos una
carga de toxicidad que, en mayor o menor medida, genera lastres y es nociva para la organización. Nuestro cerebro procesa miles de pensamientos
diarios, y el 85% de éstos son negativos.
En cierta manera somos nuestro mayor
enemigo, estando sometidos a nuestro yo
interior. Los expertos en conducta humana y adiestramiento sostienen que la mente consciente y analítica
corresponde a un 5%; el otro 95% es mente
subconsciente e inconsciente. A medida que crecemos, y por influencia de
nuestro entorno, creamos una imagen
mental de lo que creemos ser, que condiciona la forma en que vemos el
mundo. Esa programación, derivada de
nuestras creencias, emociones, normas, ideas preconcebidas, inercias y miedos,
funciona en modo automático y toma
decisiones por nosotros. Digamos que somos
esclavos de nuestro personaje. Para revertir
esta situación es necesario un trabajo de autoconocimiento
y transformación personal, para poder reprogramar
a partir de nuestros valores esenciales. Si no, el resultado siempre será el
mismo: insatisfacción e infelicidad
(para nosotros y nuestro entorno).
Nuestro cerebro procesa miles de pensamientos diarios, y el 85% de éstos son negativos. En cierta manera somos nuestro mayor enemigo
El líder
rehabilitador de ‘tóxicos’
El líder genuino llega a conocer y –sobre todo- a actuar sobre los estados de ánimo y, por lo tanto, la motivación de cada uno de los miembros de su equipo. En última
instancia es sólo una cuestión de
psicología (fina) aplicada, y a la medida de las situaciones / individuos.
Para obtener el éxito gestionando la toxicidad en la organización, la praxis del líder debe primar ciertos aspectos sensibles. Curiosamente, la
mayoría de estos aspectos tienen más que ver con la cualificación del propio
líder que con las condiciones de las personas que deben ser rehabilitadas. Éste
sería el decálogo del líder con
aptitudes rehabilitadoras.
-Comunicación. Un directivo debe
saber transmitir la estrategia de la
compañía, por lo que debe ser claro y conciso. El flujo informativo no puede ser unilateral, también ha de admitir el
retorno.
-Predicar con el
ejemplo. Siendo objeto de observación, el directivo es considerado
frecuentemente como un modelo a seguir,
lo que exige mucha coherencia.
¿Puede un líder tóxico intentar atajar la toxicidad ajena?
-Auto-reflexión. Antes de juzgar a
terceros, el líder debe conocer sus fortalezas y debilidades (Conócete
a ti mismo).
-Autenticidad. No valen las imposturas ni la ocultación de la personalidad, que generan desconfianza. El directivo debe hallar su estilo de liderazgo y ser
consecuente con éste.
-Reconocer e
incentivar el talento. Supone valorar
las aptitudes de los colaboradores. Incluso las personas tóxicas tienen buenas aptitudes, que deben ser reconocidas
-Tolerar errores. Errar es humano.
No es líder quien no es capaz de aceptar el error y mostrar, pese a todo, capacidad de reacción.
-Empatizar. El líder no puede
ser distante, sino ‘ponerse en la piel’
de los otros (en este caso las personas tóxicas) y conectar para interactuar.
-Establecer metas y expectativas
(realistas). Los objetivos inalcanzables
sólo provocan desmotivación en
los colaboradores.
-Generar motivación. El líder espolea a su “tropa”, inspira y fomenta el entusiasmo. Lo cual es válido también
para los tóxicos.