Tenemos al minero como el paradigma del trabajador en el límite de lo
humano, pero hay muchos otros trabajos, que sin parecerlo, se equiparan en
dureza al del minero. Entre los muchos oficios en que el padecimiento laboral
no está claramente reconocido nos referiremos en esta ocasión a las encajadoras
de fruta y, por ser la estación, a las encajadoras de naranjas.
Si los valencianos contaran con un
“Víctor Manuel” local tal vez cantarían algo así: “La abuela fue encajadora, allá en la cooperativa / Y encajando
sazonadas frutas / se dejó la vida”. Naranjas, sudor y miedo forman parte de
la realidad cotidiana de los almacenes horto-frutícolas valencianos y
españoles.
Encajadora de
naranjas
Las naranjas pasan por muchas manos antes de llegar a la mesa. Pero nos
fijaremos en las ‘triadoras’-encajadoras, cuyo cometido es trabajar en una
‘cadena’, que funciona a una velocidad inmisericorde, seleccionando las
naranjas y acomodándolas en cajas para su viaje final.
Se estima que una encajadora de naranjas suele manejar unos 150 kilos
por hora, lo que representa unas 775 naranjas, que acaban siendo más de 6.000
en una jornada de ocho horas. En plena temporada, con jornadas de 10 o 12
horas, pasarán por las manos de la encajadora entre 8.000 y 9.000 naranjas cada
día.
Es un trabajo duro del que nadie quiere hablar porque, como denuncian
algunos, “hay mucho miedo... A que no te llamen, a que te tomen manía. A no
tener trabajo…”.
Las condiciones de trabajo están empeorando en todos los sectores, por lo que avanzamos del trabajo en precario puntual de ciertas actividades y grupos de edad a un precariado estructural o generalizado
Las encajadoras de naranjas sufren un desgaste multi-causal. Mantienen posturas
estáticas durante periodos prolongados; efectúan movimientos repetitivos con
las manos, utilizando pocos músculos o utilizándolos a gran velocidad; sufren
cansancio visual por la atención que han de prestar en la selección.
Seguramente están soportando el ruido que conlleva el funcionamiento de la
cadena. En la mayoría de los casos el microclima no es el adecuado, con frío o
calor excesivos. Todo esto actúa a la vez sobre la persona y desencadena no ya
patologías concretas que podamos definir clínicamente, sino lo que podemos
definir como desgaste de la salud por el trabajo.
Junto al riesgo ergonómico podemos también considerar otros como cortes
y pinchazos, golpes por objetos móviles, proyección de partículas, golpes y
caídas (al mismo o a distinto nivel), caídas de materiales, vuelco, atropello,
auto-atropello por maquinarias, ruidos, explosiones e incendios, quemaduras,
atrapamientos, contacto con productos tóxicos, agentes biológicos, inhalación
de humos y gases tóxicos. Y no son desdeñables los riesgos psicosociales:
estrés, ansiedad, depresión, trastornos del sueño, acoso sexual, violencia
laboral, insatisfacción profesional / burn-out, etc.
Junto a esas condiciones
desafiantes, que ponen a prueba la salud psico-física, hay que tener en cuenta
la monotonía de las encajadoras al efectuar las mismas operaciones durante
horas, en jornadas de trabajo que pueden hacerse interminables. No todas las
personas lo resisten, como lo prueba el hecho de que, con frecuencia, se
publiquen anuncios solicitando personal.
Precariado
estructural
Salta a la vista que las condiciones de trabajo están empeorando en
todos los sectores, por lo que avanzamos del trabajo en precario puntual de
ciertas actividades y grupos de edad a un precariado estructural o
generalizado.
El peor enemigo de la salud laboral, en un sentido amplio y transversal,
es la codicia de quienes poseen los medios de producción. En ocasiones para
hablar de PRL, no queda más remedio que recurrir a la teoría económica.
Mientras la maximización de la plusvalía esté sacralizada y sea el fin único de
la actividad económica, la calidad de vida laboral retrocederá a contextos
sociales que creíamos erróneamente superados. Una de las contradicciones
profundas de nuestra economía es la simultánea producción de bienes de consumo
y de pobreza. Lo uno no casa bien con lo otro. Las relaciones sociales se
tensan y, por ende, la calidad de vida laboral retrocede.
Manuel Domene. Periodista