Este post revisa los conceptos de ‘cheapfake’ (noticias falsas grotescas), ‘deepfake’ (noticias falsas elaboradas) y su deriva hacia una apocalipsis informativa (‘infocalipsis’), situación instigada por singulares actores de RS (en algunos casos perfiles políticos de relieve, que ya se conocen como ‘Twiplomats’ o diplomáticos de Twitter). Apuntamos asimismo el impacto de nuevas tecnologías como la IA (Inteligencia Artificial) en el ‘totum revolutum’ de la mentira contemporánea y global, y el papel de la información veraz como garante de unas condiciones aceptables de paz y libertad en tiempos inestables.
Las mentiras en red de China son una mezcla de propaganda y de
desinformación. Ejemplo de lo primero lo tenemos en la actitud china ante la
pandemia mundial del coronavirus. Dada su ventaja temporal en la reacción
contra la enfermedad, China puso en valor el ofrecimiento de ayuda a otros
países (Italia entre ellos), haciendo circular una campaña propagandística para
moldear las percepciones en el mundo, explotar las tensiones políticas y el
vacío en el liderazgo global que se derivaron de la coyuntura de crisis.
Impulsando su macro-narrativa doméstica e internacional, China se ha querido
mostrar al mundo como el campeón solidario y victorioso (el ejemplo de echarse
flores uno mismo es un clásico de narrativas de ficción como ‘Rebelión en la granja’ - ‘Animals Farm’,
donde el líder, Napoleón, se auto-condecora con medallas varias de animal
heroico, pese a no haber hecho nada por la colectividad). El intento de
propaganda de China sólo esconde el deseo de ocultar su condición de mero
superviviente de la crisis sanitaria existente, además de crear una cortina de
humo sobre el origen y el inicio del brote pandémico. A pesar de los esfuerzos,
ha quedado constancia de la censura china a los medios de comunicación y los
médicos ‘soplones’ (confidentes), que fueron silenciados como suele hacer
cualquier régimen autoritario.
El falso liderazgo pandémico de China es un ejemplo de ‘cheapfake’. Pero aún hay otras intoxicaciones de peor pronóstico en cuanto a su intención y potenciales consecuencias. Nos referimos, por ejemplo, a la publicación en Twitter, hecha por el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de China, Lijian Zhao, de una imagen manipulada. Se ve un soldado sosteniendo un cuchillo ensangrentado contra la garganta de un niño afgano sobre la bandera australiana. El niño, con la cara oculta detrás de un velo semi-transparente, coge un cordero. Al pie se ha incluido una frase con intención sardónica que dice literalmente: “¡No te preocupes. Hemos venido a traerte la paz!”. Para más escarnio, Zhao tuiteó: “Conmocionado por el asesinato de civiles y prisioneros afganos por parte de los soldados australianos. Condenamos enérgicamente estos actos y pedimos responsabilidades”.
La imagen, que ni siquiera es convincente, podría haber sido el ejercicio de un primerizo con Photoshop. Se trata de una falsificación barata (manipulada, editada, etiquetada y contextualizada inadecuadamente) para difundir desinformación. La protesta del primer ministro australiano, Scott Morrison, quien tildó la imagen de “repugnante”, no fue atendida por el gobierno chino.
La intoxicación en la red con noticias falsas hace presagiar dos realidades emergentes: China estaría cambiando el papel de potencia benigna y responsable por el nuevo rol de agitador que difunde desinformación de forma activa en las RS. Otra realidad emergente es la de la importancia que va alcanzando la desinformación visual (manipulación al alcance de niños de parvulario con la app adecuada) como herramienta política y mecanismo de desestabilización.
Las ‘deepfakes’ alcanzaron su cénit justo en la campaña de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Son ejemplos de esta intoxicación informativa, entre otros, una creación irónica de la cadena estatal Russia Today (RT) presentando un falso Donald Trump derrotado y admitiendo ser un títere de Vladimir Putin. También apareció lo que Nina Schick califica como “el infame video manipulado de la presidenta de la Cámara de Representantes de EE.UU, Nancy Pelosi”. La desinformación se abonó también con constantes acusaciones de Trump y sus partidarios de un hipotético fraude electoral generalizado, que nunca se pudo probar. Todo ello, fueron intentos de enrarecer el aire político del contexto electoral que, aparentemente, no prosperaron. De hecho, a primeros de diciembre, el Fiscal General, Bill Barr, admitió que el Departamento de Justicia no había descubierto evidencia de fraude. Igualmente, la autora Nina Schick, admitía en un artículo publicado por el MIT, que “no se materializó nada que se pueda considerar que influyó objetivamente en el resultado electoral”. Schick lo justificaba en el hecho de que “las ‘deepfake’ aún no se han convertido en armas de desinformación masiva”. Lo que sí empezaba a hacerse evidente es que un presunto ‘gangster’, con incontinencia verbal y mentiras de alcance patológico en las RS, apoyado por una cadena ultraconservadora de medios (Fox), se alzaba (por auto-proclamación) como un salvador de la República, como una especie de mesías a quien le querían robar la Casablanca (y la salvación de la patria), siendo culpable una ‘mano negra’ que habría tejido una trama oculta para socavar los cimientos de la nación. Esta narrativa -elemental y sin pruebas- había sido condimentada con ingredientes nocivos (casi inflamables), agitada y ultra-divulgada por todo el país. ¿Daría fruto?
Las noticias falsas mediáticas, que nacieron con el experimento ‘gracioso’ de Orson Welles con “The war of the worlds”, ahora circulan por todas partes, porque la tecnología nos lo permite
Los correligionarios de Trump estaban exaltados: el desalojo de su
líder de la presidencia de la Unión tenía consecuencias apocalípticas para los
votantes conservadores, depositarios -según ellos mismos- de los valores
fundamentales de la democracia estadounidense. Y el fundamentalismo nunca
retrocede si no le cortan el paso.
El 6 de enero de 2021, el mundo asistía atónito al asalto al Capitolio
de Washington, icono de la democracia y sede de las dos cámaras del Congreso de
la Unión. Los exaltados partidarios de Trump escenificaron sus protestas por el
supuesto engaño electoral, perturbando la paz del país al ocupar de forma
violenta (e intenciones todavía poco claras) el Capitolio. El incidente se
saldó con 6 muertos, conmoción en todo el país y unas medidas de seguridad de
estado de guerra para la ceremonia de investidura del presidente entrante, Joe
Biden, el 20 de enero. Será la investidura más atípica de la historia de los
EE.UU, de la que son culpables el virus de la Covid-19 y el virus de la
desinformación con intencionalidad política.
Las noticias falsas mediáticas, que nacieron con el experimento
‘gracioso’ de Orson Welles con “The war
of the worlds”, ahora circulan por todas partes -porque la tecnología nos
lo permite- con falsificaciones caseras masivas de alcance inesperado. Es la
tormenta perfecta: todo el mundo puede ‘infoxicar’, estamos en la era del
infocalipsis... El Capitolio ha mostrado la facilidad con que el apocalipsis
informativo puede dar paso a un apocalipsis real capaz de volatilizar el orden
y conmover la seguridad.
El infocalipsis 1.0 de la era Trump nos ha ofrecido una visión de
conjunto, con rasgos destacables, como los siguientes: las ‘cheap-deepfakes’
del presidente ‘tuitero’ (o gorjeador), más allá de la ‘infoxicación’, han exasperado
el discurso del odio con un populismo radical que tiene capacidad de provocar
la crispación y la polarización (rotura y enfrentamiento) de la sociedad
norteamericana. Asimismo, las ‘cheap-deepfakes’ del que ha sido el peor
presidente de EEUU, según los analistas, han constituido un peligro más que
evidente para la democracia, donde no tienen cabida ‘caudillos’
fundamentalistas que se creen imprescindibles y se atreven a embarcarse, sin
auto-crítica, en procesos subversivos del orden.
En general, todas las ‘fakenews’ generan efectos indeseables en la
economía, como ya hace años había pronosticado el Premio Nobel de Economía
2013, Robert J. Shiller. Es necesario que las RS moderen la difusión de
discursos incendiarios. Y el periodismo informativo, independiente y veraz
sigue siendo el primer valedor de la libertad y el freno contras los abusos.
Adicionalmente, el asalto al bastión de la democracia norteamericana
nos deja instantáneas históricas, como ‘el espectáculo’ de los ultramontanos de
la América profunda dejándose ver campar como bárbaros en el Capitolio,
encabezados por el extremista Jake Angeli, caracterizado para ese evento ‘golpista’
con un casco de bisonte en la cabeza. También recordaremos la imagen de un
patético Donald Trump que sólo pisa el freno cuando ha consumado su caída y
teme ser incapacitado (Enmienda 25) los últimos diez días de su mandato.
Retendremos la imagen de un incendiario de las redes, con personalidad
psico-patológica y acceso al botón nuclear (pasando -menos mal- por la Junta de
Jefes de Estado Mayor), que se ha rodeado con todos los ingredientes del
esperpento para continuar ‘gobernando’ a su manera. Como abanderado de las
‘fakenews’, Donald Trump pasará con méritos ganados a pulso al desván de la
historia.
La pesadilla del Infocalipsis 1.0 de Donald Trump ha pasado esta vez. Pero, es probable que, de ahora en adelante, las ‘fakenews’ continúen. Y así seguiremos bordeando los riesgos del apocalipsis informativo (para sufrir nuevos accidentes-incidentes). Con la idea de que ‘lo mejor aún no ha llegado’ (‘The best is yet to come’), horas antes de dejar la Casa Blanca, Trump ponía fin (o no) a un mandato-culebrón.