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martes, 30 de diciembre de 2014

No es saludable transigir con la enfermedad (a propósito de Fukushima)

Desde que, en marzo de 2011, un tsunami afectó seriamente a los reactores nucleares de Fukushima, el rosario de incidentes no ha cesado, provocando la inquietud de propios y extraños. Se han producido filtraciones de agua contaminada hacia el mar, o escapes de los depósitos que la almacenan. Frecuentemente saltan las alarmas sobre los niveles de contaminación del área de Fukushima, sus zonas adyacentes y otras remotas.
Con independencia del valor de dichos niveles, lo que parece incontrovertible es que, casi tres años después del accidente, el problema del agua radiactiva no sólo no mejora, sino que va a peor.
Grupos contrarios a la energía nuclear (y evidencias científicas) señalan que la contaminación liberada por el accidente de Fukushima representa una amenaza para futuras generaciones. Los hechos parecen abonar dichas hipótesis.

Zona de riesgo
Las soluciones son lentas. Eso significa que una gran parte de la población sigue expuesta a la radiación (niveles nocivos) en la prefectura de Fukushima y otras zonas, mientras que áreas con una contaminación similar fueron rápidamente evacuadas en la antigua URSS tras el accidente de Chernobil.
La ocultación está siendo la norma, pues los médicos japoneses recibieron la consigna de no informar a sus pacientes sobre los problemas de salud vinculados con la radiación.
Los elementos radiactivos, cuya vida se prolonga durante cientos o miles de años, como el tritio, el cesio o gases nobles como el xenón, kriptón y argón, afectan al ADN causando mutaciones genéticas, patologías congénitas, cánceres en diversos órganos y retrasos en el desarrollo mental.
Otra de las amenazas evidentes es la contaminación del Océano Pacífico por el agua radiactiva del reactor, almacenada en más de 1.000 depósitos, cuya resistencia está en entredicho. Algunas fuentes llegan a denunciar que la central habría “vertido cada día en el Océano Pacífico 300 toneladas de agua radiactiva durante los últimos dos años y medio”.
El Portal Euronews menciona un informe sobre la incidencia del cáncer de tiroides en menores de edad residentes en la prefectura de Fukushima. Según el mismo, “hay dieciocho casos confirmados y veinticinco sospechosos sobre una muestra de trescientos sesenta mil niños y adolescentes. Ninguno de los estudios realizados previamente había arrojado cifras tan elevadas”.

Son muchos los ciudadanos del mundo que, pensando en Cipango, parafrasean el aforismo de Krishnamurti que sentencia “no es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”

Constatación del daño
Un estudio exhaustivo recogería muchos daños colaterales de Fukushima. Aquí citaremos sólo dos.
·La evidencia de las mariposas
Con un ciclo de vida corto, la mariposa permite una rápida observación de la evolución en sus generaciones. Han podido observarse anomalías en las alas (más pequeñas y dobladas), deformidades en las antenas, patas más cortas y ojos dañados. Los investigadores de la Universidad de Okinawa informan que las mutaciones se multiplican rápidamente entre generaciones, y el daño no remite, sino que se hereda aunque uno de los progenitores esté sano.
·Patologías mentales al alza
A los humanos no les va mejor, y a los problemas fisiológicos hay que añadir los de salud mental. Las tasas de alcoholismo para combatir la ansiedad se han disparado. Los que no beben corren el riesgo de caer en depresión, y crece el estrés por el miedo a enfermar, entre otros motivos, por comer alimentos contaminados.
Los daños son evidentes, aunque no acaban de trascender en una sociedad resignada y sufrida como la nipona. Por eso, son muchos los ciudadanos del mundo que, pensando en Cipango, parafrasean el aforismo de Krishnamurti que sentencia “no es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”.

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