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lunes, 4 de julio de 2011

Tecno-Estrés: tecno-adicción y tecno-fobia, las dos caras de la moneda

(PL 53) RIESGOS EMERGENTES. RIEM-Tecnoestrés.doc. Manuel Domene. Palabras: 4.116
Manuel Domene*

La revolución tecnológica, y más concretamente las Tecnologías de la Información y el Conocimiento (TIC) son un arma de doble filo. Al tiempo que introducen avances innegables hacen aflorar nuevas patologías relacionadas con su uso. El tecno-estrés es el estrés provocado por una mala relación con la tecnología, ya sea por exceso o por defecto. Así, podemos encontrar dos tipos de “tecno-estresados” o “info-agobiados”, los adictos a la tecnología y los que sienten fobia por ella; son las dos caras de la misma moneda.

El tecno-estrés es una patología emergente que puede ser provocada, entre otras causas, por el uso excesivo de Internet y otras tecnologías de la información

El tecno-estrés es una patología emergente que puede ser provocada, entre otras causas, por el uso excesivo de Internet y otras tecnologías de la información. La adicción al chat y la imposibilidad de apagar el móvil o pasar un día sin consultar el correo electrónico se suma a las patologías sociales que puede provocar la tecnología. El resultado es aislamiento, despersonalización de la comunicación que se hace, cada vez más, a través de las máquinas, desaparición progresiva de los límites entre la persona y la tecnología, el trabajo y el descanso.

TechnoStress
El concepto y la creación del correspondiente vocablo (TechoStress) fue expuesto por primera vez por el psicoterapeuta Craig Brod, quien lo definía en 1984 como la “enfermedad moderna de adaptación causada por la falta de habilidad para tratar con las nuevas tecnologías del ordenador de manera saludable. Se manifiesta de dos maneras diferentes aunque relacionadas: en la resistencia a aceptar la tecnología de los ordenadores y en la forma más especializada de hiper-identificación con ella”.
Como puede verse, ya en sus inicios, la patología social incluía los dos posibles perfiles de tecno-estresados (tecno-adictos y tecnófobos).
El término tecno-estrés entra definitivamente en la conciencia colectiva de la sociedad gracias al libro “TechnoStress”, publicado en
1997 por Larry Rosen y Michelle Weil, y que describe la adicción psicológica que puede producir el uso continuado de la tecnología. Se considera que una buena parte de la población puede estar aquejada de este mal de nuestros tiempos. Entre los grupos de riesgo no sólo encontramos a personas en edad laboral, sino que la adicción afecta a jóvenes –incluso a niños- que muestran una temprana hiper-identificación con la tecnología.
Pocos pueden sustraerse a esta versión moderna de la fatiga laboral. La epidemia del estrés no sólo tiene un efecto nocivo en aquéllos que lo padecen y sus familias, sino que aumenta los costos de las organizaciones. Un estudio económico (Dutton, 1998) ha estimado que el coste del estrés en Estados Unidos estaría entre los 200.000 y los 300.000 millones de dólares al año, una factura ingente que deriva del absentismo, rotación del personal, costes médicos directos, compensaciones y otros costes legales, disminución de la producción, siniestralidad, etc. En otras palabras, el estrés, epidemia de los tiempos modernos, avanza en el lugar de trabajo provocando padecimiento humano y costes sin precedentes.
Conviene aclarar nuevamente que el tecno-estrés es un aumento normal en la activación fisiológica y psicológica de las personas para realizar un determinado trabajo o una actividad en forma rápida y efectiva, lo que, en principio, no acarrea mayores trastornos. Si este aumento se presenta en forma reiterativa y aguda puede causar enfermedades somáticas como hipertensión, gastritis o úlcera; y mentales como ansiedad, problemas de concentración, pérdida de memoria, apatía, agresión, tristeza, nerviosismo, palpitaciones, falta de fuerzas, mareos, temblores, irritabilidad, trastornos del sueño insatisfacción o depresión.

Tecno-adicción
El también llamado Síndrome de Fatiga Informativa apareció con la era digital y es sólo uno de los problemas surgidos por la utilización de las nuevas tecnologías y por los requerimientos de la Sociedad de la Información. Por eso, este desorden afecta especialmente a ejecutivos, profesionales y personas que trabajan habitualmente con estas herramientas y que sienten, cada vez más, la carga excesiva de información.
Pueden desarrollar el síndrome de tecno-adicción personas que habitualmente trabajan con el ordenador, navegan por Internet, usan el teléfono móvil y tienen a su alcance diversos “juguetes” tecnológicos, sin los que ya no se atreverían a concebir la vida. Pese a la corta trayectoria de Internet, cada vez somos más las personas –lo digo desde mi condición de periodista- que no concebimos el trabajo fuera de esta plataforma, haciéndosenos difícil imaginar cómo podíamos trabajar hasta la última década del siglo pasado, cuando irrumpió en nuestras vidas –forma de trabajar y hasta de relacionarnos- la red de redes. Sin embargo, haciendo un ejercicio de realismo, hemos de reconocer que la vida es posible fuera de Internet. Aunque, en una u otra medida, todos somos rehenes de la tecnología, existen diferentes grados de tecno-adicción o, dicho de otro modo, esta epidemia no nos afecta a todos por igual.
Entre las manifestaciones de la tecno-adicción –que tiene sus grados- encontramos la necesidad imperiosa de adquirir las últimas novedades tecnológicas que aparecen en el mercado; la capacidad de estar manejando varios dispositivos tecnológicos a la vez, lo que produce dispersión en la atención, pudiendo llegar a provocar trastornos de concentración y memoria; empobrecimiento palpable del lenguaje tanto escrito como hablado, que se traduce en la creación de códigos de palabras sincopadas y jergas particulares; utilización de la tecnología durante gran parte del día, evitando el mantenimiento de relaciones personales.
·El infernal “multi-tasking”
Así como las nuevas tecnologías cambian la manera de vivir, de conocer y de pensar y, en algunos aspectos, la hacen más fácil; existe la otra cara de la moneda: pueden producir efectos adversos.
Por ejemplo, el uso del ordenador hace que procesemos más información en paralelo, algo que los investigadores han denominado como “síndrome de las ventanas”. Cualquier usuario de ordenador, bajo sistema operativo Windows, está  habituado a la apertura de ventanas en su pantalla, que van iniciando procesos, por lo que, al cabo de unos minutos de trabajo, se tienen muchas tareas en marcha (“multi-tasking”). El tecno-estrés convierte la multi-tarea en un hábito, un hábito que nos pasa una cara factura, como veremos más abajo.
Por lo pronto, sólo añadir que el hecho de realizar varias tareas a la vez lleva a alteraciones en la concentración y en la memoria (fatiga), o en la percepción del tiempo. También puede conducir al aislamiento y a la falta de contacto humano.
Los psicólogos Weil y Rosen, autores de libro TechoStress, ya citado, afirman que “la creciente necesidad de tecnología crea una dependencia”. Y al contar siempre con ella, en cuanto algo ‘les sale mal’, los tecno-adictos caen en una especie de depresión. También advierten que algunas personas están tan enfrascadas en la tecnología que “corren el riesgo de perder su propia identidad”.
Existen estudios curiosos que recogen, por ejemplo, las fobias que desarrollan los info-agobiados. Así, las cosas que más fastidian a un usuario informático son: la escasa velocidad del software (61% de los casos), la escasa velocidad de la máquina (60%), que el sistema se cuelgue (54%), la pérdida de datos (46%), los errores de programación (45%), recibir mensajes no deseados (44%) y la dificultad para comprender el ‘interface’ o jerga informática (44%). No es extraño que circulen chistes al respecto subrayando el hecho que los usuarios informáticos “odian” más al creador de Microsoft que a Bin Laden.

Tecno-fobia
La tecno-fobia es la cara menos amable del tecno-estrés. El impacto de la tecnología de información avanzada ha conducido a situaciones incómodas de pérdida de privacidad, exceso de información, pérdida progresiva del contacto cara a cara y el tener que aprender en forma permanente nuevas habilidades. Es el “boom” de la tecnología, renovarse (adaptarse) o ‘morir’ si no se intenta. Aunque también hay personas que ‘mueren’ en el intento.
Son muchos los ejemplos en que la mecanización tecnológica de los procesos coloca a personas en una indeseable situación de estrés tecnológico. Por poner algunos ejemplos, citaremos la mecanización de tareas administrativas en los servicios de Correos, o la irrupción de los sistemas de diseño CAD-CAM en la  industria de la confección. En ambas situaciones, muchos trabajadores habituados a los sistemas tradicionales del matasellos o el patronaje se han visto “trasplantados” a procesos radicalmente diferentes, con máquina de por medio, e ‘interfaces’ de usuario no excesivamente ‘amigables’ o, cuando menos, difíciles de interpretar por todos los públicos. La consecuencia ha sido obvia: los patronistas tradicionales o los funcionarios de correos, con muchos años de oficio, han mostrado una lógica resistencia a sucumbir a los ‘encantos’ del ordenador, percibido como un ‘tirano’. Es lo que los expertos definen como la “resistencia al cambio”. Ya sabemos que algunos cambios son traumáticos, y así lo perciben aquellas personas que dan por hecho que la tecnología les ha llegado tarde, o no es para ellos. Las excusas podrán ser de variada índole, pero siempre con el denominador común de una fobia tecnológica subyacente.
Así pues, el tecno-estrés también se refiere a un estado de irritación (“burnout” – “estar quemado”) provocado por la falta de habilidades para adaptarse con rapidez a los cambios tecnológicos. Como sabemos, el estrés y la tensión son normales; son respuestas de adaptación. Los necesitamos para superarnos ante retos y dificultades y para que fluya la adrenalina. Aunque hemos de aprender a convivir con las tensiones provenientes de nuestro trabajo, demasiado estrés laboral puede tener consecuencias negativas. En el caso de los tecnófobos, su estrés procede de las máquinas y otras situaciones de la organización del trabajo.
·¿Por qué evitar el “multi-tasking”?
Un estudio reciente del National Institute of Health encontró que una región del cerebro específica y bien desarrollada gestiona un comportamiento multi-funcional o de tareas múltiples. Esta habilidad permite a las personas distraer temporalmente su atención de la tarea principal hacia actividades alternas, para regresar posteriormente a la tarea inicial.
El problema surge cuando se están haciendo “demasiadas cosas” a la vez, concepto que variará en función del sujeto. En ese entorno de multi-tarea, el cerebro carga con todos esos requerimientos extras, en espera de ser resueltos, lo que suele cursar con dificultades para la concentración a lo largo del día y, lo que es peor, puede que las tareas pendientes emerjan inopinadamente a media noche. “Estamos creando situaciones que mantendrán el cerebro activo, procesando tareas sin terminar, inclusive cuando se supone que debe estar tranquilo y durmiendo”, advierte el Dr. Rosen.
·“Locura multifuncional”
Es frecuente que las personas se creen expectativas irreales sobre la velocidad con que pueden ejecutar tareas. Pretender hacer más de una cosa a la vez aumenta los niveles de estrés y disminuye el sentido de control y la productividad. Aún así, hay personas que se han acostumbrado de tal forma a las tareas múltiples que se sienten incómodos haciendo una sola cosa a la vez. Es lo que los doctores Rosen y Weil llaman “locura multifuncional”, un comportamiento alterado sin solución de continuidad: no podemos multi-funcionar indefinidamente. También conviene desterrar el mito según el cual el sexo femenino está más capacitado para la multi-tarea. Aunque así sea, dicho comportamiento es desaconsejable de todo punto, sobre todo cuando se trabaja con equipos informáticos (“síndrome de las ventanas”).
Las razones son obvias: la multifuncionalidad eleva los sistemas bioquímicos y fisiológicos del cuerpo. Esa hiperactividad puede insensibilizar los sentidos, haciendo más difícil pensar con claridad. “Esto provoca –dice Rosen- reacciones químicas en el cerebro que harán que se agote, que esté irritable y cree el potencial para que posteriormente aparezcan problemas fisiológicos”. En la práctica, con mucha frecuencia, se observan contracturas y otras lesiones musculo-esqueléticas en personas sometidas a estrés; es la somatización de procesos de origen psíquico.
·Tecno-aislamiento
La tecnología no sólo invade la vida individual y laboral de las personas, también cambia la dinámica familiar recluyendo a los miembros en su propio espacio estanco.
Los componentes de una familia pueden estar juntos en la misma habitación, pero la madre puede estar chateando con sus amigas en Internet, los mas jóvenes jugando video juegos, y el padre recibiendo correos electrónicos de la oficina. “La tecnología tiende a ser individual, una actividad de una sola persona”, sentencia al respecto Rosen, que además advierte de los peligros del mundo tecnológico para los niños, un espacio “tan fascinante, diseñado para tener el control del poder, que ellos jugarían durante 24 horas seguidas”. Paradójicamente las autopistas de la información nos pueden acercar a lugares o personas remotas, a relaciones virtuales, pero nos alejan de nuestro entorno físico, de las personas contiguas y de las relaciones interpersonales tal como han sido hasta la irrupción de internet.
Como sentencia en un artículo periodístico Juan Manuel de Prada, “el tecno-estrés altera, al principio de forma imperceptible, pero enseguida de un modo insidioso y asfixiante, nuestros hábitos: los límites entre la jornada laboral y el tiempo reservado al ocio se difuminan; los vínculos de cohesión familiar se hacen quebradizos y el autismo afectivo acaba sustituyendo las naturales expansiones sentimentales que regían el trato con nuestros allegados; toda la liturgia de aproximaciones y tanteos que componen el cortejo erótico son suprimidos, en el afán de obtener una satisfacción sexual expeditiva e inmediata; el flujo incesante de información que nos proporciona la tecnología nos impide adiestrar la capacidad para digerirla, lo que inevitablemente erosiona nuestro mundo interior, hasta tornarlo raquítico o inane. Pero quizá el efecto más estragante del tecno-estrés –y lo que lo convierte en una enfermedad adictiva– sea la conciencia o complejo de inferioridad que instila en el enfermo, que llega a confundir el desasosiego abrumador que la tecnología ha introducido en su existencia con una carencia personal que sólo puede corregirse… mediante una mayor dependencia tecnológica. Como en la paradoja de Zenón, en la que Aquiles jamás alcanzaba a la tortuga, la vida del tecno-estresado se convierte en una perpetua carrera en pos de un espejismo que siempre se le escapa, obligándolo a ir siempre un poco más rápido”.

Personalidades proclives al estrés
No todas las respuestas son idénticas ante el mismo estímulo. Las personalidades con rasgos pesimistas (tipo A) tienen tendencia a responder negativamente a los factores estresantes. Por contra, las personalidades optimistas (tipo B) parecen responder más positivamente ante factores estresantes.
Las personalidades del tipo A corresponden a individuos agresivos, fácilmente irascibles, que se centran excesivamente en sus logros y viven permanentemente con la urgencia del tiempo. A las personalidades Tipo A les gusta moverse con rapidez y realizar más de una actividad simultáneamente. Trabajan largas horas, con constantes presiones de límite de tiempo y sobrecarga de trabajo. Esta tipología de individuos, con un rasgo de mal humor, característica de gerentes, personal de venta, especialistas, secretarias u operarios, experimenta gran estrés, por lo que existe una clara predisposición a las patologías cardíacas. Habitualmente trabajan también desde la casa, por la noche y los fines de semana. Les cuesta relajarse y nunca “desconectan”. Compiten constantemente consigo mismos, auto-imponiéndose metas muy altas de productividad. Para colmo de su propia insatisfacción, tienden a sentirse frustrados por su situación laboral, a molestarles los esfuerzos laborales de los otros y a ser incomprendidos por sus jefes.
Las personalidades del tipo B (optimistas) son menos competitivas, afrontan la realidad de un modo más relajado y, en consecuencia, no suelen desarrollar síndromes de estrés.

Fases del estrés
El estrés no es más que una respuesta de adaptación a mayores exigencias. Como tal, no es malo, siempre que la situación no se convierta en un círculo vicioso o una espiral sin fin que hace del estrés algo crónico.
El individuo estresado pasa por diferentes fases:
-Reacción de alarma. El organismo, amenazado por las circunstancias, se altera fisiológicamente por la activación de una serie de glándulas, especialmente en el hipotálamo y la hipófisis, y por las glándulas suprarrenales. Al detectar la amenaza o riesgo, el cerebro estimula al hipotálamo, que segrega sustancias específicas que actúan como mensajeros para zonas corporales también concretas (riñones, páncreas, etc). Así se activa la secreción de corticoides, la adrenalina, u hormona de la emoción, y otros humores. Estas hormonas son las responsables de las reacciones orgánicas.
-Estado de resistencia. Cuando un individuo es sometido de forma prolongada a la amenaza de agentes lesivos, su organismo prosigue su adaptación a las demandas de manera progresiva, si bien puede ocurrir que disminuyan sus capacidades de respuesta debido a la fatiga que se produce en las glándulas del estrés. Durante esta fase suele obtenerse un equilibrio y, si el organismo tiene la capacidad para resistir, no aparecerá problema alguno; en caso contrario el estresado entrará en la fase siguiente.
-Etapa de agotamiento. La disminución progresiva del organismo frente a una situación de estrés prolongado conduce a un estado de gran deterioro, con pérdida importante de las capacidades fisiológicas. Cuando sobreviene la fase de agotamiento, el sujeto suele sucumbir ante las demandas, ya que se han visto reducidas al mínimo sus capacidades de adaptación e interrelación con el medio. De ahí la importancia que señalábamos de que el estrés no sea una lucha constante por la supervivencia, ya que no hay ser humano que resista indefinidamente.

Pautas de comportamiento
Combatir el síndrome de la fatiga informativa puede y debe hacerse observando unas sencillas pautas de comportamiento:
-Fijar un límite de navegación por la red. Es evidente que pasar doce o más horas frente a una PVD (pantalla) no puede ser bueno para el organismo.
-Establecer un horario para el uso del móvil, desconectándolo al cumplirse el mismo.
-Marcarse unos horarios de consulta del correo electrónico, distribuyendo los mensajes según su prioridad.
-Prescindir completamente de la tecnología al menos un día en semana. Ello supone no leer el correo, ni usar el móvil, no navegar por internet, no encender la PDA ni jugar con la Play Station.
-Siempre que sea posible, puede primarse el contacto telefónico o personal al envío de mensajes de correo electrónico.
El punto de equilibrio en los tiempos de internet y la revolución tecnológica permanente se halla en no desarrollar fobia por las máquinas, pero tampoco pensarnos que podemos alcanzar la autosuficiencia de conocimiento, porque los cambios van más rápidos que nuestro aprendizaje.
Igualmente debemos asumir que el uso de tecnología será cada vez más necesario y pocos podrán esquivarla. En segundo lugar, aceptar que no es posible aprender absolutamente todo sobre los últimos avances, sobre todo cuando parece no haber límite para la invención humana. Sólo se trata de saber desconectarse a tiempo.

Lidiando con el tecno-estrés
Rosen y Weil sugieren las siguientes habilidades de supervivencia:
·Poco a poco
Es mejor concentrarse en una actividad que caer en la dispersión. Lo ideal es hacer las cosas bien, disfrutando de las actividades sin fraccionar la atención.
·Prioridades del conocimiento
Hay que aceptar que no podemos saberlo todo ni digerir la avalancha de información. Conviene limitar las búsquedas en Internet a una duración predeterminada de tiempo.
·Sin prisas
Internet ha cambiado muchos de nuestros esquemas mentales. Un correo convencional puede tardar días en llegar a su destinatario. ¿Por qué nos obstinamos en dar curso inmediato a los correos electrónicos? Es obvio que no es necesario responderlos en cuanto aparecen en la pantalla.
·Tomar notas
Es mejor tomar notas (sobre las que puede volverse más tarde) que realizar varias tareas simultáneamente por miedo a olvidarnos de alguna de ellas.
·Facilitar la concentración
Hay que evitar las distracciones cuando queremos concentrarnos. Lo mejor será dejar que el contestador grabe los mensajes, cerrar la ventana del correo electrónico, dejar el fax entrante en la máquina. Esta desconexión será positiva, evitará la dispersión y obtendremos mayor rendimiento.
·Controlar realmente
“Sea usted quien controle la tecnología, no sea el controlado”, concluye el Dr. Rosen. “No existe forma de evitar la revolución tecnológica. Está aquí y se va a quedar, pero podemos controlar la manera en que nos afecta”. Y una cosa es incontrovertible: desconectar en el sentido más físico siempre es una opción del individuo; basta con desenchufar el ordenador (o el resto de artilugios).

© Manuel Domene Cintas. Periodista.

DESPIECE1:
La avalancha de correo electrónico provoca estrés y baja el rendimiento
El correo electrónico, una de las herramientas de trabajo en cualquier actividad se ha convertido en un quebradero de cabeza para millones de personas.
La avalancha de correos –en su inmensa mayoría correos-basura- que inunda diariamente nuestros ordenadores está siendo la causa de un avance insospechado de los cuadros de estrés. Así lo confirma la experiencia de los usuarios, avalada por estudios que surgen por doquier, como el del departamento de Ciencias Informáticas de la Universidad de Glasgow, con la colaboración de expertos de la Universidad de Paisley.
Los mensajes de correo electrónico son una fuente de presión añadida. La investigación citada pone de manifiesto que el 34% de los trabajadores estudiados se sienten sometidos a estrés por el aplastante volumen de correos electrónicos que llega a sus ordenadores. Un 28% más considera que, sin llegar a altos niveles de estrés, el alud de correos electrónicos supone una “fuente de presión” adicional al trabajo. La mayor parte de los trabajadores restantes no consideraban estresante ni molesto el alto volumen de e-mail, ya que se limitan a no contestar a estos mensajes, o lo hacen con un retraso de entre un día y una semana.
De entre quienes deben trabajar pegados a una pantalla de ordenador, los más “identificados” visitan su correo electrónico “entre 30 y 40 veces por hora” con el fin de revisar sus nuevos contenidos. Esto supone una atención casi exclusiva del correo, con la consiguiente falta de rendimiento general. Hasta un 35% de los empleados chequean su correo “cada cuarto de hora”, mientras que el 50% (los más relajados), lo hacen “más de una vez cada hora”.
Pese a la contundencia de estos datos, que nos hablan de una fuerte compulsión a la consulta del correo, los afectados no tienen una consciencia clara de su “adicción”. De hecho, tras la instalación de un software testigo en los ordenadores de los trabajadores encuestados, se comprobó que, realmente, visitan su correo electrónico con mayor frecuencia de lo que piensan (en la mayoría de los casos revisaban los e-mail cada cinco minutos).
La lucha contra este problema emergente pasa por cambiar las pautas de comportamiento ante la recepción de correos estableciendo un protocolo regulador de la respuesta. Los psicólogos que han formado parte del equipo de investigación consideran que el estrés responde “al sentimiento que tiene el trabajador de que debe responder rápidamente al mensaje para no defraudar las expectativas de quien lo envía”. Los investigadores concluyen que el chequeo constante del correo “afecta muy negativamente a otras iniciativas del trabajo, porque interrumpe la cadena de pensamiento”.

DESPIECE2:
Filtros más o menos drásticos
En nuestro entorno conocemos experiencias de empresas para atajar o intentar controlar el problema. El abanico de posibilidades va desde una drástica desconexión del correo a establecer filtros, que pueden ser los conocidos filtros “anti-spam” que incorporan los propios programas de correo (o programas específicos), o una persona-filtro que se encarga de recibir, cribar y redirigir el correo útil al resto de personas y departamentos de la empresa. Esta opción, que supone la dedicación plena de una persona, aporta como contrapartida un evidente relax y mayores posibilidades de rendimiento para el resto de la plantilla.
Con todo, el correo seguirá inundando nuestras bandejas de entrada, por lo que las empresas han de plantearse poner en marcha acciones de “catarsis” eficaz del correo (tipo filtros) e intervenciones psicosociales para frenar la progresión del estrés de los receptores.
En cuanto a las opciones drásticas de desconectar el correo -tan legítimas como cualquier otra- un secretario de una asociación de periodistas me comentaba que “hace un tiempo decidí no abrir el correo. Cada uno te pide una cosa y, si me dedicase a atenderlos, la asociación se paralizaría porque no podría ocuparme de otra cosa”. Parece una situación extrema con regusto de vuelta atrás, pero el citado secretario no tenía dudas de haber hecho lo mejor: “siempre hemos funcionado, incluso cuando no existía internet. Quien realmente está interesado en contactar con nosotros recurre a los sistemas tradicionales, y nadie queda desatendido”.
Es probable que el ejemplo comentado nos parezca radical, pero responde a una realidad. La persona que así se manifestaba era renuente a la tecnología, de edad avanzada. Probablemente un ciudadano tecnófobo curtido en el uso de las comunicaciones clásicas.

Pie de foto Tecnoestrés1:
La multi-tarea propiciada por el sistema operativo Windows puede conducir al denominado “síndrome de las ventanas”, que provoca dispersión y, a la postre, más estrés

Pie de foto Tecnoestrés2:
Los tecno-adictos realizan una utilización compulsiva de la tecnología durante gran parte del día, lo que impide el normal desenvolvimiento de relaciones personales

Pie de foto Tecnoestrés3:
Los móviles también forman parte de nuestro ocio. Los psicólogos recomiendan establecer unos periodos de desconexión. Foto gentileza de Nokia.

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