SECCIONES DE INTERÉS

sábado, 9 de julio de 2011

El síndrome postvacacional y los riesgos laborales emergentes

(PL 49) TEMAS de ACTUALIDAD. T.A.SindPostvacacional.doc. Manuel Domene. Palabras: 3.692


La vuelta al trabajo y todo lo que comporta (prisas, cansancio, atascos, ruidos, rutina, presiones laborales, estrés, etc.) se hace especialmente difícil. Conocemos este síndrome emergente -que se va haciendo endémico en la población- como “depresión postvacacional”, La misma se caracteriza por una reactividad psicológica en la que son prevalentes las sensaciones de hastío y cansancio, desencanto, inhibición, anhedonia (incapacidad de experimentar placer), tristeza, malestar general, ansiedad, fobia social, etc. Es un problema transitorio, a decir de los psicólogos, que, sin embargo, puede convertirse en algo más preocupante.

El conocido como síndrome postvacacional afecta a un 40% de la población, pero puede sufrirlo cualquier persona al reincorporarse al trabajo. Los psicólogos caracterizan esta dolencia como el “cansancio que provoca la reincorporación al trabajo, cansancio -y cúmulo de sentimientos- que pueden llegar a provocar depresión”.

El trauma del cambio

Estamos hartos de oír aquello de que somos “animales de costumbres”. Quizás por eso, los cambios -especialmente si son a peor- son fuentes de conflicto y traumas.
Según la psicóloga Leonor Casalins, el síndrome postvacacional tiene su origen en el cambio de biorritmos de la vida cotidiana. El fin de las vacaciones supone una alteración del ritmo (supuestamente placentero) para recuperar nuevamente la rutina, más aburrida y con las dificultadas habituales. Para los psicólogos, este síndrome habría existido siempre, aunque ha sido ahora -coincidiendo con unas mayores aspiraciones hedonistas de la sociedad- cuando le hemos puesto nombre. “Ahora la vida va más deprisa, hay más estrés..., por ello se habla más de este tema. Los más propensos a sufrir este síndrome son aquellos que, de antemano, ya tienen algún tipo de problemática o depresión”, subrayan los psicólogos.

Perfil del afectado

El síndrome postvacacional suele afectar a personas jóvenes, menores de 40-45 años, que experimentan una ruptura brusca del ritmo vacacional cuando se incorporan al trabajo sin la adecuada transición (espacio físico-temporal de readaptación). También suele presentarse en aquellos que tienden a idealizar el periodo de vacaciones como la culminación de su bienestar personal. También son propensos los que presentan de forma habitual malestar o disconfort con su trabajo y en la actividad laboral cotidiana, así como los afectados por el síndrome de burn-out (“los quemados”), que tienen problemas de agotamiento psicológico o sienten desencanto con el trabajo que realizan. 
Asensio López Santiago, vicepresidente de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (semFYC), precisa que el síndrome postvacacional no es preocupante, aunque si el malestar no desaparece transcurridos los primeros 7-10 días, “es necesario que el afectado acuda a la consulta de su médico de familia para descartar problemas de otra naturaleza, que requerirían una atención diferente”.
Parece ser que existe disparidad de respuesta al síndrome entre hombres y mujeres. “El periodo de adaptación suele ser más corto para el hombre que para la mujer, ya que éste suele tener más facilidad para relacionarse con los compañeros que las mujeres, que suelen mostrarse más reservadas a la vuelta de las vacaciones”, señala Amable Cima, profesor de Psicología de la Universidad CEU San Pablo. Asimismo, el tránsito a la rutina cotidiana afectaría especialmente a la “salud” de las parejas, ya que en este periodo se producen más rupturas sentimentales.

La adaptación laboral

Tras el paréntesis vacacional, volvemos a toparnos con las obligaciones laborales (¡y familiares!), con un estilo de vida muy peculiar (trabajo, casa, dormir, etc.) y con menos horas de sol. Esto conduce a alteraciones conductuales tales como irritabilidad, apatía, falta de atención, tristeza, cansancio físico y psíquico, anergia y adinamia. Estas perturbaciones que experimentamos tras el período vacacional pueden ser más intensas en individuos especialmente predispuestos o vulnerables. A esto hay que añadir que aproximadamente un 70% de las personas no se sienten cómodas en sus trabajos. En estos casos, la inadaptación crónica al puesto de trabajo es un terreno abonado para la aparición del síndrome postvacacional.
En cualquier caso, todos nos vemos obligados a digerir un cambio hacia rutinas menos gratas. Ello puede ser el motivo para la aparición del síndrome... u otros cuadros (más o menos clínicos) que se han gestado durante las vacaciones. Por puro tópico, asociamos este periodo del año con una atmósfera de paz y tranquilidad, algo que no siempre es cierto, como se ha apuntado en el hecho de las rupturas sentimentales. Las vacaciones pueden estar llenas de tensión dependiendo del contexto y la circunstancia particular de la familia. El mayor contacto con todos los miembros, la incapacidad de disfrutar o divertirse, el abuso del alcohol y el tabaco, los gastos económicos, los ruidos, el calor, la masificación en las carreteras y en las playas, los cambios alimentarios con posible déficit en los principales micro-nutrientes, las posibles intoxicaciones alimentarias, etc., son variables que se entrecruzan y llegan a producir paradójicamente el “distrés vacacional”. La bomba de relojería puede explotar -si no lo hizo antes- al chocar nuevamente con la triste y cruda realidad cotidiana que nos anuncian el despertador y las obligaciones laborales.

La adaptación psicológica

En realidad, siempre hay un problema de adaptación al cambio en uno u otro sentido, como nos recuerda el Síndrome General de Adaptación, (SGA), descrito por Hans Selye. La adaptación requiere un elemento esencial: el paso del tiempo, que no será el mismo para todas las situaciones ni para todas las personas.
Si difícil es volver, tampoco es fácil empezar el descanso vacacional: pasar de una situación de alta tensión laboral y de un esfuerzo sostenido a estar tumbado ocho horas en la playa exige una especial adaptación conductual y elevadas dosis de flexibilidad mental. Dicho con una expresión coloquial y muy conocida: “nos cuesta desconectar”. Hay quienes se preocupan por el statu quo de las cosas cuando vuelvan a su puesto (incertidumbre sobre el futuro). Asimismo, encontramos a aquellos lamentables “adictos al trabajo” que, gracias a las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), siguen permanentemente conectados a su trabajo como si se tratara de una cuestión de vida o muerte.
Sin duda, en todas estas situaciones está aflorando un Síndrome General de Adaptación (SGA) provocado por el animal de costumbres que llevamos dentro.
Cuando empezábamos a aclimatarnos a nuestro estado vacacional, se acaba nuestro tiempo de asueto. Diferentes señales nos lo han anunciado a nuestro pesar: el cambio del tiempo, el acortamiento de los días, el disminuido saldo de la tarjeta de crédito...).
De nuevo, disipado el “elixir” vacacional, y como por arte de magia (negra), volvemos a enfrentarnos a la realidad menos festiva: la carretera, el tráfico, las facturas, los colegios (con todos los gastos adicionales), los niños, las comidas, las tareas del hogar, ... y ese etcétera particular que soporta cada hijo de vecina -y sólo él mismo conoce.
La vuelta será tanto más dura si desde el primer día deseamos obtener un pleno rendimiento socio-laboral. Es un error cargarse precipitadamente de trabajos, proyectos y programas. “Las vacaciones han de constituir una fuente de energía para el resto del año, pero siempre de forma positiva”, nos recuerdan los psicólogos. En definitiva, la vuelta al trabajo necesita un periodo de adaptación, un pre-calentamiento, tal y como si fuéramos motores, y motores que han de afrontar una larga prueba de resistencia. No interesa la prestación pura, sino la resistencia. Por supuesto, hemos de asumir que el cambio tiene su inercia, por lo que no puede ser radical: ayer en la playa y hoy en la oficina o el taller.

Síntomas físicos y psíquicos

Entre los síntomas, ya aludíamos al cansancio. La lista incluiría, además, falta de apetito, somnolencia, falta de concentración, taquicardia, dolores musculares, molestias en el estómago, sensación de falta de aire e insomnio, palpitaciones, mareos y sudaciones,  dificultades para pensar o concentrarse, pérdida de memoria, debilidad muscular... En el apartado psicológico, también pueden presentarse signos o trastornos como falta de interés, irritabilidad, nerviosismo, inquietud, indiferencia, apatía, abulia, melancolía, fobia social, angustia, síntomas depresivos, profunda sensación de vacío, etc.
Hay soluciones para los dos tipos de síntomas. Según el vicepresidente de semFYC, “para corregir las alteraciones de carácter físico, el paciente debe regular los horarios y el reloj biológico los días previos a iniciar el trabajo. Para ello es preciso acostarse en los horarios habituales y ser prudentes con el tiempo dedicado a la siesta. Es bueno dejarse al menos dos días del final de las vacaciones como periodo de adaptación. En el caso de que sea posible, es aconsejable regular progresivamente la intensidad de la actividad que se realiza en el trabajo. También es importante dormir más horas los primeros días de incorporación al trabajo, con un horario bien regulado”.
En el plano psicológico, el doctor López Santiago recomienda huir de los tópicos, es decir “desterrar la idea o sensación de que las vacaciones son un estado absolutamente opuesto al periodo de trabajo, y por tanto que uno es sinónimo de placer y el otro lo es de malestar y sufrimiento”. También conviene relativizar las cosas. Al respecto, López Santiago añade que “es necesario asumir que se trata de un malestar propio de los primeros días y evitar darle demasiada importancia; no se puede estar en una actitud de queja y malestar permanente. Por eso es aconsejable, por un lado, planificar actividades gratificantes para los días laborales, buscando un tiempo para el ocio, y por otro lado, afrontar la vuelta al trabajo como un nuevo periodo vital en el que se pueden desarrollar nuevas tareas para el desarrollo personal. Si la persona ya tiene los síntomas, debe tener en cuenta que no es el mejor momento para tomar decisiones importantes sobre su futuro laboral”.

El coste psicológico del síndrome postvacacional

Con lo que ya llevamos dicho sobre el síndrome postvacacional hemos podido desechar todos la idea de que dicho síndrome era un episodio más o menos anecdótico en la vida de algunos “inadaptados”, que aparecía periódicamente con la vuelta al trabajo.
El síndrome postvacacional es un fenómeno serio por su alcance, y puede vaticinarse, sin riesgo al equívoco, que pronto será incluido entre los riesgos emergentes en el mundo del trabajo. El “calvario” de la vuelta a la rutina laboral es la punta del iceberg: tensos y cansados, angustiados y desmotivados, los trabajadores rinden mal; la productividad baja, el absentismo laboral aumenta y, paralelamente, la frecuencia de ciertas enfermedades se eleva.
Un trabajo publicado en el Journal of the American Medical Association pone de relieve que casi un 25% de los trabajadores padecen un estrés muy importante, por lo que tienen el triple de posibilidades de sufrir hipertensión y cardiopatía. De hecho, numerosas sociedades científicas han comenzado a reconocer la importancia de este cuadro clínico que, si se cronifica, puede tener graves repercusiones cardíacas.
Sin la debida atención de los expertos en medicina laboral y el apoyo de programas de intervención psicoterapéutica, el empleado que trabaja en un ambiente tenso, rinde menos, enferma y, a largo plazo, cuesta mucho más (especialmente en lo relativo a su salud personal).
Mal gestionado, el problema añade el coste económico al ya inevitable coste psicológico.

Vacaciones partidas

Prevenir el síndrome postvacacional -aseguran los expertos- es tan sencillo como repartir las vacaciones en varios periodos. Tal es la tesis de la investigadora del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico de la Universidad de Granada (UGR), Humbelina Robles Ortega. La profesora Robles Ortega destaca que fraccionar las vacaciones por quincenas “nos servirá para evitar saturarnos; la sensación de estar de vacaciones se alargará, y además, los cambios en los hábitos no serán tan drásticos y permanentes, por lo que la incorporación no será tan traumática”.
Es difícil hablar de estrategias terapéuticas que no sean las de cuidar el “capital humano” de nuestras empresas contribuyendo a la auto-realización de las personas. En ese sentido, sería deseable el desarrollo, por parte de las empresas, de acciones preventivas específicas integradas en sus programas de salud laboral. Una excelente medida es hacer jornada intensiva la semana de la reincorporación laboral, una especie de balón de oxígeno para propiciar el tránsito ordenado del ocio veraniego al trabajo de todo el año. Ello puede moderar la respuesta psico-biológica del trabajador, un mecanismo de defensa y adaptación brusca que se exterioriza con los síntomas ya descritos.
Abundando en las estrategias terapéuticas, los expertos recomiendan que “las vacaciones estén bien diseñadas (adaptadas a las posibilidades e intereses individuales y familiares) de modo que podamos conseguir un descanso ‘activo’, que mantenga la mente despierta para disfrutar de las vacaciones sin que cueste tanto volver al trabajo”. Una lista de auto-ayuda incluirá las siguientes medidas:
-Procurar que los primeros días de la vuelta al trabajo sean muy agradables.
-Marcarse metas racionales huyendo de proyectos monumentales.
-Introducir cambios progresivos en el ritmo y rendimiento laboral, manteniendo una actitud fundamentalmente positiva.
-Evitar auto-diálogos negativos (comida de coco, en términos coloquiales).
-Potenciar hábitos positivos adquiridos durante las vacaciones (comunicación, diversión, ocio, sentido del humor, práctica deportiva, etc.).
-Huir del exceso de compromisos (“reunionitis”, comidas copiosas, abuso de café, alcohol y tabaco, etc.).
Se trata, en suma, de estrategias sencillas, aunque de probada eficacia -puedo dar fe de ello- para neutralizar el temido síndrome postvacacional. Si no capeamos bien el temporal, lejos de abandonarnos a nuestra suerte y convertirnos en sufridores del síntoma y sus consecuencias, deberemos buscar ayuda especializada. Siempre podremos recurrir al tratamiento individualizado psico-terapéutico, e incluso psico-farmacológico.
Como en cualquier otro conflicto psicológico, la actitud es determinante. El vicepresidente de la SemFYC, Asensio López Santiago, destaca la importancia de adoptar una actitud positiva ante el fin de las vacaciones y de evitar “centrarse en las molestias, porque se genera una preocupación desmedida”. Ya saben: ¡Al mal tiempo, buena cara!

*Manuel Domene. Periodista.

Frases destacadas
El síndrome postvacacional es frecuente entre personas jóvenes, que experimentan una ruptura brusca del ritmo vacacional y se incorporan al trabajo sin transición, y en aquellos que están desencantados con su trabajo

La Asociación Nacional de Entidades Preventivas Acreditadas (ANEPA) estima que el 35 por ciento de los trabajadores españoles de entre 25 y 40 años sufre los síntomas más graves de esta dolencia

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Riesgos emergentes

El trabajo es, en sí mismo, una fuente de conflictos para una buena parte de la población laboral. Un trabajo muchas veces impersonal, frustrante, rutinario, que impide el desarrollo personal, la auto-realización y un estilo de vida más armonioso, saludable y social, así como la incertidumbre en el puesto de trabajo, la frustración laboral y la falta de expectativas conducen a numerosos trastornos psico-somáticos. La vuelta de las vacaciones puede ser el momento para su eclosión.
Por otra parte, el síndrome postvacacional también puede ser, en determinados casos, mecanismo de defensa y señal de alarma frente a una situación de riesgo laboral. En ocasiones, dicho riesgo laboral ni siquiera estará tipificado como tal, ya que pertenece al grupo de los denominados riesgos emergentes. De hecho, el síndrome postvacacional es uno de ellos.
Abundamos un poco más en dichos riesgos, que pueden aportar luz sobre las conductas de personas que muestran fobia o miedo por la vuelta al trabajo.
Entre los riesgos emergentes, la Agencia para la Seguridad y la Salud en el Trabajo (ASST), destaca los siguientes:

·         Falta de ejercicio físico
La falta de ejercicio físico se debe a una mayor utilización de pantallas de visualización de datos (PVD, en sus siglas en español) y de sistemas automáticos, lo que desemboca en un aumento del tiempo que se está sentado, y al hecho de que cada vez se pasa más tiempo sentado al realizar viajes de negocios. Según una reseña bibliográfica, los trabajos en que se desarrolla escaso ejercicio físico y se registra una alta prevalencia de trastornos músculo-esqueléticos (TME) implican por lo general estar sentado mucho tiempo. Por otro lado, también los puestos de trabajo donde se pasa largo tiempo de pie son fuente de preocupación. Los efectos que esto tiene para la salud son trastornos músculo-esqueléticos que afectan a las extremidades superiores y a la espalda, venas varicosas y trombosis venosa profunda, obesidad, así como determinados tipos de cáncer.
·         Exposición combinada a TME y a factores de riesgo psicosociales
Los aspectos psicosociales negativos acentúan los efectos de los factores de riesgo físicos y contribuyen a que los trastornos músculo-esqueléticos tengan una mayor incidencia. La bibliografía actual se centra en los puestos de trabajo en los que se utilizan unidades de visualización, en los centros de llamadas (los llamados “call-centers”) y en el sector de la sanidad. Los factores psicosociales contemplados son: una excesiva o una insuficiente demanda del trabajo, realización de tareas complejas, presión debida a los plazos, control bajo de las tareas, bajo nivel de decisión, escaso apoyo de los compañeros, inseguridad y acoso laboral.
La exposición combinada a trastornos músculo-esqueléticos y a factores de riesgo psico-social tiene unos efectos más graves sobre la salud de los trabajadores que la exposición a un único factor de riesgo.
·         La complejidad de las nuevas tecnologías y los interfaces hombre-máquina (tecnoestrés)
Las características físicas de los puestos de trabajo, tales como un mal
diseño ergonómico de los interfaces hombre-máquina, aumentan la tensión mental y emocional que sufren los trabajadores y, por lo tanto,
la incidencia de los errores humanos y el riesgo de accidentes. Los interfaces hombre-máquina “inteligentes” pero complejos se encuentran sobre todo en la industria aeronáutica, en el sector de la sanidad (cirugía asistida por ordenador), en camiones de gran tonelaje, en maquinaria de movimiento de tierras (por ejemplo, palancas de mando de cabina) y en la industria manufacturera altamente sofisticada.
·         Riesgos multifactoriales
En el estudio, los expertos hicieron especial hincapié en los riesgos multifactoriales. La bibliografía se centra en los centros de llamadas (Call-center), que últimamente se han multiplicado y que ofrecen nuevos tipos de trabajo con exposición múltiple: mucho tiempo sentado, ruido de fondo, auriculares inadecuados, mal diseño ergonómico, bajo control de las tareas, presión debida a los plazos, alta exigencia mental y emocional.
Las personas que trabajan en los centros de llamadas presentan trastornos músculo-esqueléticos, venas varicosas, enfermedades de la nariz y la garganta, trastornos de la voz, estrés y síndrome de estar quemado (Burn-Out).
·         Protección insuficiente para los grupos de alto riesgo contra los riesgos ergonómicos provenientes de estar mucho tiempo de pie
Este aspecto se aborda repetidas veces en la previsión. Los trabajadores con baja cualificación y malas condiciones de trabajo son quienes, paradójicamente, reciben menos formación y se benefician menos de las medidas de concienciación, por lo que quedan clasificados en un nivel de alto riesgo. Como ejemplo de esto, baste citar a los trabajadores de los sectores de la agricultura y la construcción, que no son conscientes de los riesgos térmicos que conlleva el trabajo en entornos de frío o de calor.
·         Incomodidad térmica
El estudio destaca la falta de medidas contra la incomodidad térmica en los puestos de trabajo industriales, donde, hasta el momento, sólo se ha actuado contra el estrés térmico. Asimismo, se pone de manifiesto que el impacto del confort térmico sobre el estrés y sobre el bienestar de los trabajadores todavía no se ha evaluado como corresponde. La incomodidad térmica puede llegar a disminuir el rendimiento y minar una conducta que respete los preceptos de seguridad, aumentando por lo tanto la probabilidad de que se produzcan accidentes laborales.
·         Aumento general de la exposición a la radiación ultravioleta
Los encuestados se muestran convencidos de que la radiación ultravioleta es un riesgo emergente. Habida cuenta de que la exposición a los rayos ultravioletas es acumulativa, cuanto más tiempo estén expuestos los trabajadores a los mismos durante el horario laboral y fuera del mismo, tanto más sensibles serán a la radiación ultravioleta en el trabajo. Esto implica, por lo tanto, que la necesidad de tomar medidas preventivas en el lugar de trabajo registra un aumento potencial.
·         Exposición combinada a las vibraciones, a las posturas forzadas y al trabajo muscular
Considerada normalmente riesgo “tradicional”, la vibración es ahora
objeto de una mayor atención gracias a la Directiva 2002/44/CE (2).

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Los “alcohólicos del trabajo”

Se dopan con el trabajo (su nombre procede del modismo inglés ‘work-aholic’). Los adictos al trabajo son la otra cara de la moneda del déficit de adaptación; son personas a las que les cuesta desengancharse de sus rutinas laborales.
La conducta de los adictos al trabajo que, por supuesto, no descansan y continúan durante sus vacaciones con el “chip” de su vida laboral, es preocupante y derivaría, en buen número de casos, del Síndrome General de Adaptación (SGA). Vía fax e internet están continuamente conectados a su trabajo; pasean por la playa con su móvil, obteniendo continuamente información como si estuvieran en la vorágine laboral de su despacho. Son “alcohólicos del trabajo”, impulsivos y compulsivos que necesitan trabajar en todo momento, extremadamente obsesionados y perfeccionistas que pueden ser considerados como el “ideal” para la empresa, pero que, a medio o largo plazo, pueden constituir un colapso para la organización empresarial y también para su propia salud.
Naturalmente, este colectivo, que vive por y para el trabajo, no sufre con el retorno de las vacaciones, sino con el inicio (síndrome prevacacional). Sin saberlo, viven en una situación crónica de estrés, por lo que tienen una gran vulnerabilidad a trastornos psiquiátricos, incluida la depresión, necesitando todo tipo de ayuda psicoterapéutica y médica.
Tanto el no saber desconectar del trabajo como el no saber conectar después del descanso son desórdenes de la conducta laboral que requieren la atención de los especialistas por ser unos serios riesgos emergentes.

Pie de Foto Riesgos Emergentes (Call Center)
La vuelta al trabajo puede provocar un síndrome postvacacional, especialmente en determinadas actividades, catalogadas entre los riesgos emergentes

Pie de Foto Riesgos Emergentes (Cuadro)
Entre los riesgos emergentes, encontramos tanto peligros físicos como psíquicos. El cuadro alude a los principales riesgos físicos emergentes para la seguridad y la salud laboral

Pie de Foto Riesgos Emergentes 0
Desembocar en las vacaciones y disfrutar de ellas desde el primer momento es un tópico ya que necesitamos un periodo de adaptación para asumir el cambio

Pie de Foto Riesgos Emergentes 1
La transición a la actividad laboral ha de ser suave y dilatada en el tiempo. No se puede pasar en un día del chiringuito playero a los compromisos laborales



© Manuel Domene Cintas. Periodista.

¿Trabajas o caducas?

(PL 26) EDITORIAL. Edito26.doc. Manuel Domene. Palabras: 558

Un viejo conocido solía bromear con la tajante cita de “El trabajo dignifica”, que reinterpretaba y transformaba jocosamente en “El trabajo damnifica”. Siempre que oía su inocente pero interesada tergiversación me entraba la risa floja. Ahora me doy cuenta de que el tema no carecía de sustancia. Por el camino profesional he encontrado otras tesis que no hacen sino reforzar la hipótesis de mi amigo. Un conocido médico sindicalista da una lectura similar al asunto, que formula  como “¿Trabajas o caducas?”. La frase se pronunciaba en el contexto de un seminario sobre lesiones musculo-esqueléticas, y ‘golpeaba’ al auditorio para cuestionarle si, en nuestras ocupaciones diarias, -incluyendo a los niños como futuros trabajadores- “estudiamos trabajamos, o estamos caducando, es decir, deteriorando nuestras condiciones físicas y, por ende, acortando nuestro periodo de validez, reduciendo nuestro tiempo útil por una simple desatención ergonómica”.
A la luz de esas reflexiones, no queda más remedio que aceptar como terriblemente seria la sentencia de que, mal planteado u organizado, “El trabajo damnifica”, y no sólo el cuerpo, sino también la mente. Hasta la fecha, las listas de enfermedades profesionales sólo han contemplado las de origen fisiológico y han hecho caso omiso de las psicológicas, por inespecíficas o poco evidentes. Es más, la administración sanitaria ha negado, siempre que ha podido, el origen laboral de algunas enfermedades profesionales fisiológicas.
Pero, de la mano de algunas sentencias judiciales avanzadas, inauguramos un nuevo escenario de catalogación y valoración de las enfermedades profesionales. Por citar algunos ejemplos que están muy recientes, nos referiremos a la ratificación de un caso de ‘burn-out’, en un trabajador social, como accidente laboral; el reconocimiento de que los trastornos psicológicos que padece un conductor del metro de Barcelona, que ha visto a doce suicidas lanzarse ante su máquina, es accidente laboral. Obviamente, el asesinato en Barcelona de un camionero en horario de trabajo fue estimado como accidente laboral. Incluso la agresión que sufrió el sacerdote Priscilo Ruiz Picazo a finales del año pasado podría tener la consideración de accidente laboral.
Como opinan los profesionales de la medicina, es difícil llegar a considerar el daño psicológico como un accidente laboral. Necesariamente se tendrá que demostrar que la raíz del daño está en el entorno laboral, y que al cesar la “exposición”, cesa o disminuye el efecto. Del mismo modo, cada caso de afección psicológica habrá de ser objeto de un profundo análisis, ya que no se puede generalizar y considerar que toda dolencia psíquica es laboral. No obstante, hemos de saludar con alegría estas primeras sentencias que marcan un punto de inflexión en la valoración de la enfermedad profesional, sea del cuerpo o esté solapada en la mente del trabajador. Se va despertando la sensibilidad social hacia las dolencias menos tangibles de los trabajadores, las del espíritu.
Sea como sea, aún queda un largo camino por recorrer. Según un estudio de la Facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona basado en una encuesta, el 55% de los encuestados manifestó haber sufrido violencia psicológica en su trabajo. Cuando se generalicen las denuncias de estas situaciones -como va ocurriendo con el acoso sexual- la sociedad tendrá que dilucidar si el sujeto paciente ha sufrido un accidente laboral y, como mínimo, cuestionarse sobre si el trabajo dignifica o, por el contrario, damnifica a la persona.

© Manuel Domene Cintas. Periodista.

Enamorados de la vida

(PL 20) EDITORIAL. Edito20.doc. Manuel Domene. Palabras: 734

Asentimos con unos colegas que dicen que “enseñar seguridad es enseñar un valor, el valor vida”. Estos enseñantes son los “transmisores de las técnicas, métodos, procedimientos, actitudes, etc. que evitarán perder la salud al trabajar; por otra parte, son los encargados de decir que esto (la preservación del valor vida) sólo se consigue trabajando bien” (desde el punto de vista de la salud e higiene laboral).
Nuestro natural optimista, que evita, en la medida de lo posible, lo absoluto y las afirmaciones taxativas, nos impide decir que en España se trabaja “mal”, es decir, que no se protege la salud del trabajador. En cualquier caso, tampoco se trabaja bien. Vamos en pos de esa idílica y volátil cultura de la prevención que, en caso de conquistarse algún día, devendría automáticamente un logro parcial, ya que el camino de la seguridad siempre está por andar. En su estado de máxima perfección -algo que no es sino una quimera- la seguridad sería superflua (no es necesario enseñarle seguridad al individuo seguro, como no le enseñaríamos justicia al justo). Pero ese estado de seguridad perfecta no existe pues, como nos demuestra la práctica, la perfección es un intangible. Mejoraremos y, en la medida que lo hagamos, seremos conscientes de cuánto nos queda aún por mejorar.
Valga esta digresión previa para dejar patente el hecho de que los españoles no “trabajamos bien” nuestra seguridad, circunstancia que se da en la actividad productiva y, tristemente, en las aulas, el primer trabajo de individuos que después serán responsables de su seguridad y la de los demás a lo largo de su vida laboral.
Es ley de vida que desde la más tierna infancia empezamos a “caducar”, que el desarrollo de los potenciales de la vida implica su propia auto-extinción a medida que ésta avanza. Por eso, utilicemos la educación para retrasar ese proceso degenerativo natural. A tal fin, una de las misiones fundamentales de la escuela sería dar una formación integral en seguridad. Los individuos seguros no se han de hacer en el trabajo, sino que deben haber “mamado” la cultura de la prevención desde el ciclo inicial de su educación. Creemos que las escuelas no están impartiendo esta formación básica en seguridad de un modo sistemático y, lo que es peor, tampoco predican con el ejemplo: las circunstancias del medio escolar (mala iluminación o pupitres inadecuados) están provocando no pocos casos de miopías y vicios posturales que se acrecentarán con la edad del individuo y pasarán factura a lo largo de su vida laboral, o antes.
Y después de las aulas, el primer trabajo. ¿Para qué vamos a referirnos a las altas tasas de siniestralidad entre el colectivo de trabajadores jóvenes? Ya sabemos que son de todo punto inaceptables.
El trabajo en las aulas y el de los jóvenes que inician su etapa laboral son ejemplos indicativos de que no trabajamos bien desde el punto de vista de la seguridad, de que nos vamos castigando el cuerpo desde el mismo jardín de infancia.
En el plano laboral hay mucho camino por andar. Aunque, formalmente, todas las empresas cumpliesen en el apartado de protecciones individuales y colectivas -algo que está por ver todavía-, siempre quedan aquellos males ocultos a los que nadie pone coto. Desde un punto de vista de “seguridad miope” e interesada, sólo es dañino o perjudicial aquello cuyo efecto nocivo o traumático se manifiesta de inmediato. En consecuencia, no se le presta atención a males ocultos como el ruido, el estrés ergonómico, las atmósferas contaminadas, iluminaciones deficientes... agentes insidiosos en suma, que causan imperceptibles daños acumulativos, y que provocarán legiones de tarados por causa laboral.
A la luz de lo comentado, hemos de ratificarnos en que en España -quizás en ningún lugar del mundo- se trabaja bien. El día que valoremos la vida en su plenitud, sin mermas en su calidad, podremos decir que estamos practicando la cultura de la prevención, es decir, observando conductas respetuosas con la vida y su preservación.
Todos deberíamos, como un insigne cantaor flamenco desaparecido, declararnos “enamorados de la vida”. El apego al valor vida es el nudo gordiano de la cultura de la prevención. El valor vida es, pues, el concepto a primar.
¿Qué evolución registraría la tasa de siniestralidad laboral si nos mostrásemos más enamorados de la vida y menos “novios de la muerte”?

© Manuel Domene Cintas. Periodista

lunes, 4 de julio de 2011

¿Amor y pedagogía?

(PL 54) EDITORIAL. Edito54.doc. Manuel Domene. Palabras: 483

Amor y pedagogía, además de un referente en la novelística española, es un ‘mix’ de recursos para conseguir una moción de ánimo en las personas. Amor y pedagogía son los ingredientes para encauzar a un niño por los vericuetos de la vida. Pero, amor y pedagogía –que en este caso, es como un poco de mano izquierda- es lo que ha servido para promover, divulgar y amplificar en la última década el mensaje de la prevención en España, la tan cacareada cultura preventiva.
Aunque el ‘papá Estado’ y la ‘mamá Administración’ no hayan destacado especialmente por sus aptitudes psicopedagógicas, no es menos cierto que han tutelado, impulsado e impuesto la prevención en el tajo. En un panorama de claroscuros, ya podemos congratularnos de la obtención de resultados significativamente positivos. En noviembre de 2007, las estadísticas mostraban el mayor descenso del número de víctimas laborales de los últimos diez años. La situación no se debía a casualidad ni a infra-declaración de accidentes. Los sindicatos la atribuían a “la mayor persecución de los accidentes por parte de la Inspección de Trabajo y, sobre todo, a la labor de la Fiscalía especial contra la siniestralidad laboral, creada a mediados de 2006”. Los datos del fiscal, Juan Manuel de Oña, lo corroboran. En 2006, sólo la mitad de las muertes laborales llegaron a los tribunales, pero esa proporción supuso un avance espectacular respecto al año anterior. Acabar con la sensación de impunidad de los incumplidores está obrando ese buen efecto que refleja la estadística de siniestralidad.
Tras un largo periodo de paciencia, la autoridad laboral está cambiando la táctica. Va a seguir con la pedagogía, que es lo políticamente correcto, pero va a sustituir el ‘amor’, un amor relativamente tolerante con que se ha conducido en la última década, por la aplicación estricta de la ley, que es dura, pero es la ley. El empresario, en tanto que garante de la seguridad de sus empleados, hace frente a una batería de responsabilidades: administrativas, civiles y penales. Los magistrados, cada día más especializados en la persecución del delito relacionado con la seguridad laboral, proclaman en los foros de debate que “el empresario tiene que estar en condiciones de demostrar que cuenta con una organización preventiva excelente. No es de recibo exigir responsabilidad al trabajador si el patrón no cumple. La soledad está en todos, pero hay menos soledad cumpliendo la ley”.
Así pues, vemos que se ha acabado la incongruencia de la impunidad. En lo sucesivo nuestros referentes en PRL serán la pedagogía, porque nuestro deber es enseñar al que yerra, y la disciplina para evaluar el mérito o demérito. Con el tiempo se evidenciarán las proporciones en que se mezclan los ingredientes. De momento, una cosa puede quedarnos clara: el ‘mix’ de la nueva década para promover la seguridad en el trabajo se compone de disciplina y pedagogía.

© Manuel Domene Cintas. Periodista


La mano que retira la chatarra

Práctica de excarcelación (extraer ocupantes de vehículos siniestrados)
© Manuel Domene Cintas

Las manos son más frágiles que el cristal

(PL 53) TÉCNICAS DE PROTECCIÓN. Manos-vidrio.doc. Manuel Domene. Palabras: 3.667


El hombre ha utilizado el vidrio desde la prehistoria. Los primeros utensilios que conocemos de la edad de piedra son piedras de sílex, cuarzo y obsidiana, que no son otra cosa más que vidrios naturales. En todo caso, la primera industria incipiente del vidrio de la que tenemos noticia se sitúa en Egipto hace 3.500 años.
Técnicamente, el vidrio es un líquido sub-enfriado que adquiere consistencia sólida. Al romperse produce afiladas aristas vivas, capaces de rebanar la mano desprotegida y provocar gravísimas lesiones incapacitantes. Las manos, más frágiles que el cristal, deben protegerse, pues su integridad está en juego en las industrias de la fabricación, trabajo, colocación o reciclado del vidrio.

La industria del vidrio es una de las más antiguas creadas por el hombre. Apareció hace varios milenios en el Mediterráneo coincidiendo con la alfarería y la metalurgia, otras dos grandes industrias, posibles gracias al dominio de las altas temperaturas. La industria vidriera renacería en Roma hacia el año 20 de nuestra era, con el descubrimiento del vidrio soplado. En el siglo II, los romanos conocían el vidrio translúcido y fabricaban objetos diversos con este noble y singular material.

Impasible al tiempo
Utilizado constantemente desde la civilización egipcia, el vidrio es un material muy valorado, fácil de producir, que ha evolucionado y se ha hecho insustituible, siendo la materia prima de infinidad de aplicaciones. Existen gran variedad de vidrios y diversos procedimientos industriales o artesanales para su obtención. Según los usos a los que están destinados, se pueden distinguir seis tipos de productos de la industria vidriera: el cristal de vidrio ordinario; el cristal para ventanas, puertas, mobiliario, espejería e industria del automóvil; los “vidrios huecos” para la botellería y la cubiletería; los “vidrios técnicos”, para la óptica, las ampollas, los tubos del televisor, etc.; la fibra de vidrio, utilizada como textil o para el aislamiento térmico; y el vidrio trabajado a mano.
El vidrio, que no tiene contraindicación de uso, es el más universal de los envases. Se emplea en la práctica totalidad de los sectores (en algunos casos, en exclusiva).

Aplicaciones del vidrio
El vidrio da forma a enseres que utilizamos a diario, como botellas, recipientes o vajillas, pero también tiene aplicaciones técnicas que son menos conocidas (fibra de vidrio y fibra óptica) y que catapultan a este “mágico” material desde tiempos pretéritos hasta el futuro de nuestra civilización.
Las botellas, tarros y otros recipientes de vidrio se fabrican mediante un proceso automático que combina el prensado (para formar el extremo abierto) y el soplado (para formar el cuerpo hueco del recipiente). Se trata de una producción industrial a gran escala.
La mayoría de las lentes que se utilizan en óptica, microscopios, telescopios, cámaras y otros instrumentos ópticos se fabrican con vidrio óptico, en un proceso delicado y exigente. El vidrio aventaja al plástico en este campo de aplicaciones gracias a su resistencia al rayado, entre otras cosas.
Pero este veterano material sigue proyectándose hacia el futuro a través de nuevas aplicaciones técnicas. ¡Qué decir si no de la fibra de vidrio!, una fibra que puede tejerse como las textiles. La misma se consigue estirando vidrio fundido hasta dejarlo en diámetros inferiores a una centésima de milímetro. Tejida, la fibra de vidrio presenta solidez, estabilidad química, resistencia al fuego y al agua. Puede utilizarse como aislante o, combinado con resinas, formar compuestos de resistencia plástica.
Otras fibras de vidrio muy útiles son las empleadas para transmitir señales ópticas en comunicaciones informáticas y telefónicas, de ahí el nombre de fibra óptica, una tecnología en rápido crecimiento que ha revolucionado las telecomunicaciones gracias a las sorprendentes y elevadas prestaciones de los cableados, inalcanzables con los convencionales de cobre. Las fibras ópticas no son más que hilos de vidrio, finos como un cabello, diseñados para transmitir los rayos de luz a lo largo de su eje.
En la construcción, el vidrio ofrece numerosas e interesantes soluciones desde el punto de vista estético, arquitectónico, económico y de sostenibilidad. El vidrio es, en definitiva, consustancial a la actividad humana.

Trabajos del vidrio
La dureza y fragilidad del vidrio hacen que su manufactura sea especialmente difícil y laboriosa. Por supuesto, no está exenta de riesgos: el vidrio es un arma de doble filo, un arma cortante de la que hay que proteger las manos y, por añadidura, el resto del cuerpo. De hecho, el vidrio presenta una dualidad intrínseca como para no dejar indiferente a nadie. El vidrio es, a la vez, noble y plebeyo (puede envasar los mejores caldos exclusivos o un vino joven e industrializado), el vidrio es antiguo y postmoderno, artesano e industrial, frágil pero resistente y duradero, útil aunque peligroso. Y éste es el tema de nuestro artículo: las manos son más frágiles que el cristal; su integridad pasa, pues, por el empleo de los guantes. Además, las manos trabajadoras se ven expuestas a muchos otros riesgos laborales que se añaden a los que entraña el cristal en sí mismo. Los conoceremos mejor si repasamos previamente algunos de los trabajos que se desarrollan en torno al vidrio.
·Fusión
Para fabricar el vidrio es necesario fundir sus componentes. La fusión tiene lugar en unos hornos especiales de formas diversas, donde se alcanzan temperaturas muy elevadas (en torno a los 1.500 grados, aproximadamente). En la elaboración del vidrio artístico, el artesano (soplador) coge con el extremo de la caña de soplar una pequeña parte fluida y viscosa (flama) de los crisoles; sopla a continuación en ella y, con la ayuda de muy pocos instrumentos, se inicia el modelado del vidrio, que se comporta como una masa flexible, elástica y voluble mientras va pasando del estado líquido al sólido. Como en otros tiempos, el trabajo artístico del vidrio sigue dependiendo exclusivamente de la obra de la mano del hombre.
·Soplado
Procedimiento de elaboración del vidrio por medio de una caña de vidriero, técnica utilizada desde el siglo I. Se puede soplar el vidrio manteniendo la bola en el aire, o bien situándola en un molde de dos piezas, o varias piezas con motivos en relieve.
·Canteado (pulido de los cantos)
En el proceso de corte, los cantos quedan vivos, con aristas agudas y cortantes que se deben rectificar cuando el vidrio se ha de montar al aire, como en el caso de los sobres de mesa u otro mobiliario. Actualmente, el canteado se realiza con máquinas de muelas múltiples y distintos materiales, que realizan el trabajo por fases: desbaste (con diamante), afinado (con corindón), abrillantado (cerámica y corcho).
·Biselado
Para conseguir el canto con bisel o biselado se emplean máquinas similares a las de canteado en las que tanto las muelas como su posición son las adecuadas para conseguir el efecto deseado.
·Espejado
Consiste en convertir en opaco un vidrio que era traslúcido, así, al no dejar pasar la luz, refleja la imagen que tiene delante.
·Templado
Mediante el enfriamiento controlado se consigue mejorar las características físicas y resistencia mecánica del vidrio, así como la seguridad en caso de rotura. La pieza se convierte así en un bloque, cuya rotura siempre se hará en partes pequeñas, mucho menos peligrosas que los trozos grandes. El ejemplo más cotidiano es el vaso de Duralex o el parabrisas de un coche.
·Curvado
A propósito de los parabrisas, la evolución del diseño de los coches ha hecho que casi todos los parabrisas sean curvos. Dicha curvatura se obtiene calentando la pieza de vidrio hasta conseguir la deformación deseada.
·Tallado
Técnica de decoración del vidrio, inspirada en la talla de la piedra, que se hace mediante la rotación de muelas de diferentes formas, tamaños y materiales. El material abrasivo suele ser arena húmeda, esmeril, etc.
·Grabado con ácido
Se trata de otra técnica de decoración que emplea el ácido fluorhídrico para rebajar aquellas partes del objeto no recubiertas previamente con un barniz resistente y protector (cera, laca o aceite). Como es obvio, el vidrio también puede decorarse con pintura, etc.
Podemos convenir que en todas las operaciones descritas existiría un doble riesgo: el inherente a la operación específica que se lleva a cabo (pintado, grabado al ácido, tallado, etc.) y el que proviene del vidrio en caso de rotura.

Manipulación del vidrio plano
El vidrio plano es un complemento indispensable de la construcción, ya que resuelve desde las ventanas hasta la fachada entera. Son, por lo general, vidrios pesados que habrá que manejar con prevención para evitar accidentes que repercutan sobre las manos u otras partes del cuerpo. Los vidrios de obra, se almacenarán verticalmente en lugares debidamente protegidos, de manera ordenada y libre de cualquier material ajeno a ellos. Una vez colocados, se señalizarán de manera que sean visibles en toda su superficie. La manipulación del vidrio se efectuará manteniéndolo en posición vertical y con la utilización de guantes o manoplas que protejan hasta las muñecas. Para mejorar la prensión de todo tipo de piezas pueden utilizarse ventosas, que proporcionan un eficaz sistema de agarre y reducen la abrasión que ha de soportar el guante.
La fibra de vidrio es un excelente aislante, que suele colocarse en las cavidades de los muros o para optimizar las instalaciones de calefacción y aire acondicionado, pero supone una amenaza para la salud de las manos. La fibra de vidrio puede bombearse o vaporizarse directamente sobre la cavidad, lo que evitaría la manipulación directa. En este caso, la inhalación constituye un serio problema respiratorio, aunque no es ése nuestro campo.
El riesgo principal para las manos sin protección proviene de las puntas y aristas extremadamente cortantes de las fibras de vidrio, que pueden provocar unas micro-incisiones que dejarán pasar las bacterias u otras sustancias nocivas para el organismo, que a su vez entrañan una infección o, en el mejor de los casos, una irritación de la mano. Quien haya tocado la fibra de vidrio entenderá perfectamente cuanto decimos y evitará el contacto directo con la piel.

Riesgos al trabajar con vidrio
·Cortes e incisiones
Después de los problemas ergonómicos, que suelen cursar con sobreesfuerzos o lesiones musculo-esqueléticas, encontramos que los cortes e incisiones ocupan el segundo lugar en frecuencia, representando en torno al 10% de las lesiones o patologías incapacitantes en la industria del vidrio. Otras categorías importantes son las contusiones (9%), las fracturas (7%) y el dolor de espalda o de otra parte del cuerpo (5%). Las quemaduras, por calor o por sustancias químicas, y las amputaciones son más raras (1% o menos).
Los cortes o heridas se producen por rotura del material debido a su fragilidad mecánica, térmica, cambios bruscos de temperatura o presión interna. También pueden ser consecuencia de la apertura de ampollas selladas, frascos con tapón esmerilado, llaves de paso, conectores que se hayan obturado (laboratorios).
Los cortes también pueden ser provocados por herramientas manuales (cuchillas, etc.), que se usan en las zonas de producción, embalaje y almacenamiento, o durante las operaciones de mantenimiento de las instalaciones, apartado que entraña una extensa lista de riesgos que obviaremos en esta ocasión.
Para protegerse de este tipo de riesgos, recomendamos guantes elaborados con soportes como el Kevlar®, Dyneema® o Spectra®.
·Laceraciones-abrasiones
Los trozos de vidrio proyectados por el aire pueden provocar heridas incisas. Especialmente existe riesgo cuando el vidrio templado “explota” durante la fabricación. Otra fuente de exposición a los riesgos es el contacto directo con filamentos de vidrio, particularmente durante la elaboración en caliente. Los efectos potenciales son heridas incisas, laceraciones o abrasión de la piel o los tejidos blandos. Por otra parte, existe el riesgo de infección secundaria grave y de exposición dérmica a materiales corrosivos o tóxicos.
El uso de medios mecánicos y automatismos para eliminar el movimiento manual del material desempeña un papel importante en la prevención de las lesiones ergonómicas. “Los automatismos han reducido los esfuerzos ergonómicos y las graves lesiones con desgarro que históricamente se han asociado a la manipulación del material (por ejemplo, vidrio plano) por el personal de producción. Sin embargo, la mayor utilización de robots y la automatización de procesos introduce los riesgos propios de la maquinaria móvil y la energía eléctrica, lo cual transforma los tipos de peligros o los desplaza a otros operarios (de los trabajadores de producción a los de mantenimiento)”, nos recuerda la Enciclopedia de Salud y Seguridad en el Trabajo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
·Riesgos térmicos
La fabricación del vidrio implica operaciones de secado, fusión o cocción en estufas u hornos eléctricos o de gas. La colada de vidrio fundido sale del horno a una temperatura de 1.100° C y se desparrama sobre el sistema de transporte, que lo llevará por las diferentes fases de fabricación. En el proceso de flotado, el vidrio fundido (a aproximadamente 1.000° C) se vierte continuamente de un horno a un baño de estaño fundido, poco profundo. Los trabajadores pueden quemarse cuando están expuestos a las altas temperaturas del horno de fusión y de la pasta de vidrio. Además, conviene tener muy presente que alrededor del 60% de las heridas se produce debajo del codo. Es obvio que, en tales circunstancias, se impone respetar rigurosos procedimientos de seguridad y utilizar el equipo de protección individual (EPI) adecuado. Desde hace unos diez años, las mangas y los guantes de protección de alto rendimiento, fabricados con Kevlar®, han reemplazado los guantes de cuero o metálicos que usaban los operarios para manipular el vidrio. Los guantes de Kevlar® ofrecen una mayor resistencia al corte y el calor, además de ser muy ligeros y flexibles para una mayor destreza manual. Tampoco nos podemos olvidar del Nomex®, que es uno de los mejores aislantes térmicos del mercado.
La exposición a radiación infrarroja procedente del material fundido aumenta el riesgo de cataratas o quemaduras en la piel. Además, el estrés térmico puede suponer un auténtico problema de salud laboral en operaciones –por lo demás, frecuentes- de mantenimiento rutinario o reparaciones de emergencia que, por razones obvias, han de realizarse en los lugares de cocción o de fusión o cerca de ellos. Recomendamos el uso de guantes con acabados aluminizados que reflejen el calor radiante y que eviten, por tanto, la transmisión del calor al trabajador.
El contacto directo de la piel con superficies calientes o materiales fundidos da lugar a quemaduras graves.
·Explosión, implosión o incendio
Estas condiciones pueden darse por la rotura de material en operaciones realizadas a presión o al vacío. En las plantas de embotellado pueden sobrevenir accidentes por la explosión frecuente de envases. El fuego o explosión también puede ir asociado a los sistemas de combustión utilizados.
·Riesgos de la energía eléctrica
El contacto directo con la energía eléctrica de alta tensión usada, por ejemplo, para encender resistencias que complementan la cocción con combustibles presenta el riesgo de electrocución y posibles problemas para la salud por exposición a campos electromagnéticos. Como siempre recomendamos en esta serie de artículos, la manipulación de los circuitos en tensión sólo deberá hacerse por parte de personal especializado. No olvidemos que el accidente eléctrico (paso de la corriente a través del cuerpo) es un evento que no ofrece segundas oportunidades, pudiendo conducir a la muerte por electrocución, habida cuenta de los elevados voltajes e intensidades con que se trabaja en las instalaciones industriales de fabricación del vidrio.
Dependiendo del voltaje alcanzado, existen diferentes guantes de protección para riesgos eléctricos, desde un uso de 1.000 V hasta 36.000 V.
·Riesgo químico
El vidrio también es química, como casi todo. Desde el punto de vista físico-químico, se comporta como un líquido enfriado a temperatura ambiente, que debido a su cohesión intra-molecular presenta una consistencia sólida. El vidrio se compone de una mezcla de silicatos. Pero, además, en ese extraño líquido-sólido que cierra nuestras ventanas podemos encontrar una extensa amalgama de minerales y materias primas, como la cal, álcalis, minio, compuestos de aluminio, óxido de zinc, compuestos de cadmio, carbonato de bario, ácido bórico, ácido fosfórico, dióxido de manganeso, anhídrido arsenioso, y pigmentos (óxidos de hierro, manganeso, cobalto, uranio, níquel, antimonio, cobre, etc). Por si fuera poco, en el proceso de fabricación y transformación también intervienen diversas sustancias químicas, haciendo que la exposición sea inevitable.
La combinación de estos materiales tiene unos indudables efectos toxicológicos –ya explicados en otros artículos- y que penetran en el organismo por distintas vías, incluida la piel y, por supuesto, las manos. Algunas de estas sustancias podrán causar un daño dérmico evidente (ácido fluorhídrico), lo que puede remediarse porque se verifica un daño de inmediato. Lo peor es el daño insidioso que causan muchos productos químicos (revueltos en un cóctel), daño que no se descubre hasta años después de la exposición. Las manos protegidas impedirán que los tóxicos entren al organismo por esta vía.
Nuevamente llamamos la atención sobre la nocividad de los aceites minerales y taladrinas, utilizadas para lubricar las máquinas destinadas al moldeo del vidrio (dermatitis de contacto y botón de aceite, dolencias que se pueden cronificar y otras que pueden ser tumorales). También debe evitarse el contacto directo con el formaldehido, empleado en la fabricación de la fibra de vidrio. Y la lista sería una letanía: epóxidos, acrilatos y uretanos, que pueden contener disolventes como xileno o tolueno, estireno, xilanos, látex, catalizadores y aceleradores, disolventes hidrocarbonados o clorados... Por lo que se refiere a las manos, la protección pasará necesariamente por el empleo de guantes y manguitos aptos para la manipulación de sustancias químicas.
Materiales como el Norfoil, butilo o vitón, aseguran la protección contra una gran parte de los componentes químicos usados en este sector.

Gestión de residuos
El vidrio puede tener muchas vidas porque es reutilizable. Su reciclaje cierra el ciclo de vida del material y supone aprovechamiento de unos recursos existentes, al tiempo que no se generan residuos. Así pues, una gestión sostenible de la industria del vidrio pasa por su reutilización una y otra vez.
Desde el punto de vista de la seguridad, la manipulación del vidrio en la fase de reciclaje conlleva riesgos más que ostensibles. En las fases previas del ciclo del vidrio, éste se encontraba, normalmente, sin rotura. En cambio, durante el reciclado lo encontramos partido y formando esquirlas que pueden sajar una mano como la más afilada de las navajas albaceteñas. Los guantes y la prudencia son imprescindibles para evitar graves accidentes en manos y brazos.
El proceso de reciclaje implica, en líneas generales, la recepción, descarga y almacenamiento inicial del vidrio, cribado por tamaños, molido de la fracción más gruesa, lavado del conjunto del vidrio, selección por colores y, finalmente, almacenamiento por tipos de vidrio hasta su envío a un fabricante de materiales de vidrio. A lo largo del proceso se efectúa la separación de la cerámica y materiales férricos y no férricos, así como del plástico y papel que puedan contener los residuos de vidrio. Algunas de estas operaciones se efectúan automáticamente y otras de forma manual.
La protección de las manos para este tipo de trabajos, requiere un guante multicapa que asegure la no penetración de los pequeños filamentos del vidrio en toda la mano. Los materiales pueden ser muy variados, desde un guante de piel hasta uno elaborado con la revolucionaria tecnología Superfabric®

Los traumas de las manos

La piel es la primera línea de defensa del cuerpo. Sin ella no se puede vivir. Es elástica y resistente, pero no indestructible. La mejor prevención es la profilaxis del que es el órgano más extenso de nuestro cuerpo (varios metros cuadrados). La negligencia supondrá el desarrollo de enfermedades dérmicas u otras enfermedades somáticas dependiendo de los tóxicos que atraviesen nuestra barrera dérmica.
Veamos las consecuencias de una mala gestión de los riesgos que afrontan las manos:
-Dermatitis. La piel sólo puede soportar un grado limitado de abuso. Si hay un daño repetido, perderá la capacidad de protegerse a sí misma y reaccionar. Se vuelve roja y se inflama, pica y se abre, a veces incluso se llaga. Estos son los síntomas de una dermatitis de contacto irritante, un término “abanico” que abarca una multitud de enfermedades de la piel (trauma oculto). La forma en que el cuerpo responda dependerá de si la piel se ha irritado o de si se está produciendo una reacción alérgica. Es una diferencia importante, que precisa acotación médica, para conocer el tipo de lesiones de las manos y su alcance.
Básicamente, el descuido de las manos conduce a dos situaciones:
-Reacciones irritantes. La mayoría de estados de la piel ocasionados por el trabajo, más que alergias, son reacciones irritantes. Las reacciones irritantes son provocadas por el contacto prolongado y frecuente con sustancias tales como detergentes, desengrasantes o disolventes. Cuando la piel se ha visto dañada, hay que tomar medidas para reconstituirla.
Esto implica proteger las manos con el tipo adecuado de guantes, asegurándose de que su estado no empeore durante el proceso de curación. Generalmente, estas reacciones son menores y se pueden controlar fácilmente llevando los guantes adecuados.
-Reacciones alérgicas. Una alergia es una reacción de defensa del sistema inmunológico del cuerpo. Una vez desencadenada la alergia, todo contacto con la misma sustancia provocará una reacción. Las reacciones alérgicas tienen diferentes grados de severidad, que van desde erupciones de la piel y llagas hasta asma con dificultad para respirar. En casos extremos, pueden provocar un choque anafiláctico, que puede ser fatal. La evolución habitual de las reacciones alérgicas en el medio laboral tiende siempre a un empeoramiento de éstas tras el contacto continuado con el alérgeno. Las enfermedades alérgicas de la piel y de las vías respiratorias se agravan con el tiempo y cuestan más en resolverse si no instauramos las medidas de evitación desde el principio. De ahí lo primordial que resulta la protección de las manos. La solución es obvia: empleo de guantes, observando, claro está, prácticas de sentido común como no intercambiarlos con otros trabajadores y mantener una estricta higiene de la mano.

© Manuel Domene Cintas. Periodista.


Artículo elaborado para  Tomás Bodero S. A. con la colaboración de Gaceta de la Protección Laboral y Manuel Domene. Supervisado por el alergólogo Pedro Carretero.

Tecno-Estrés: tecno-adicción y tecno-fobia, las dos caras de la moneda

(PL 53) RIESGOS EMERGENTES. RIEM-Tecnoestrés.doc. Manuel Domene. Palabras: 4.116
Manuel Domene*

La revolución tecnológica, y más concretamente las Tecnologías de la Información y el Conocimiento (TIC) son un arma de doble filo. Al tiempo que introducen avances innegables hacen aflorar nuevas patologías relacionadas con su uso. El tecno-estrés es el estrés provocado por una mala relación con la tecnología, ya sea por exceso o por defecto. Así, podemos encontrar dos tipos de “tecno-estresados” o “info-agobiados”, los adictos a la tecnología y los que sienten fobia por ella; son las dos caras de la misma moneda.

El tecno-estrés es una patología emergente que puede ser provocada, entre otras causas, por el uso excesivo de Internet y otras tecnologías de la información

El tecno-estrés es una patología emergente que puede ser provocada, entre otras causas, por el uso excesivo de Internet y otras tecnologías de la información. La adicción al chat y la imposibilidad de apagar el móvil o pasar un día sin consultar el correo electrónico se suma a las patologías sociales que puede provocar la tecnología. El resultado es aislamiento, despersonalización de la comunicación que se hace, cada vez más, a través de las máquinas, desaparición progresiva de los límites entre la persona y la tecnología, el trabajo y el descanso.

TechnoStress
El concepto y la creación del correspondiente vocablo (TechoStress) fue expuesto por primera vez por el psicoterapeuta Craig Brod, quien lo definía en 1984 como la “enfermedad moderna de adaptación causada por la falta de habilidad para tratar con las nuevas tecnologías del ordenador de manera saludable. Se manifiesta de dos maneras diferentes aunque relacionadas: en la resistencia a aceptar la tecnología de los ordenadores y en la forma más especializada de hiper-identificación con ella”.
Como puede verse, ya en sus inicios, la patología social incluía los dos posibles perfiles de tecno-estresados (tecno-adictos y tecnófobos).
El término tecno-estrés entra definitivamente en la conciencia colectiva de la sociedad gracias al libro “TechnoStress”, publicado en
1997 por Larry Rosen y Michelle Weil, y que describe la adicción psicológica que puede producir el uso continuado de la tecnología. Se considera que una buena parte de la población puede estar aquejada de este mal de nuestros tiempos. Entre los grupos de riesgo no sólo encontramos a personas en edad laboral, sino que la adicción afecta a jóvenes –incluso a niños- que muestran una temprana hiper-identificación con la tecnología.
Pocos pueden sustraerse a esta versión moderna de la fatiga laboral. La epidemia del estrés no sólo tiene un efecto nocivo en aquéllos que lo padecen y sus familias, sino que aumenta los costos de las organizaciones. Un estudio económico (Dutton, 1998) ha estimado que el coste del estrés en Estados Unidos estaría entre los 200.000 y los 300.000 millones de dólares al año, una factura ingente que deriva del absentismo, rotación del personal, costes médicos directos, compensaciones y otros costes legales, disminución de la producción, siniestralidad, etc. En otras palabras, el estrés, epidemia de los tiempos modernos, avanza en el lugar de trabajo provocando padecimiento humano y costes sin precedentes.
Conviene aclarar nuevamente que el tecno-estrés es un aumento normal en la activación fisiológica y psicológica de las personas para realizar un determinado trabajo o una actividad en forma rápida y efectiva, lo que, en principio, no acarrea mayores trastornos. Si este aumento se presenta en forma reiterativa y aguda puede causar enfermedades somáticas como hipertensión, gastritis o úlcera; y mentales como ansiedad, problemas de concentración, pérdida de memoria, apatía, agresión, tristeza, nerviosismo, palpitaciones, falta de fuerzas, mareos, temblores, irritabilidad, trastornos del sueño insatisfacción o depresión.

Tecno-adicción
El también llamado Síndrome de Fatiga Informativa apareció con la era digital y es sólo uno de los problemas surgidos por la utilización de las nuevas tecnologías y por los requerimientos de la Sociedad de la Información. Por eso, este desorden afecta especialmente a ejecutivos, profesionales y personas que trabajan habitualmente con estas herramientas y que sienten, cada vez más, la carga excesiva de información.
Pueden desarrollar el síndrome de tecno-adicción personas que habitualmente trabajan con el ordenador, navegan por Internet, usan el teléfono móvil y tienen a su alcance diversos “juguetes” tecnológicos, sin los que ya no se atreverían a concebir la vida. Pese a la corta trayectoria de Internet, cada vez somos más las personas –lo digo desde mi condición de periodista- que no concebimos el trabajo fuera de esta plataforma, haciéndosenos difícil imaginar cómo podíamos trabajar hasta la última década del siglo pasado, cuando irrumpió en nuestras vidas –forma de trabajar y hasta de relacionarnos- la red de redes. Sin embargo, haciendo un ejercicio de realismo, hemos de reconocer que la vida es posible fuera de Internet. Aunque, en una u otra medida, todos somos rehenes de la tecnología, existen diferentes grados de tecno-adicción o, dicho de otro modo, esta epidemia no nos afecta a todos por igual.
Entre las manifestaciones de la tecno-adicción –que tiene sus grados- encontramos la necesidad imperiosa de adquirir las últimas novedades tecnológicas que aparecen en el mercado; la capacidad de estar manejando varios dispositivos tecnológicos a la vez, lo que produce dispersión en la atención, pudiendo llegar a provocar trastornos de concentración y memoria; empobrecimiento palpable del lenguaje tanto escrito como hablado, que se traduce en la creación de códigos de palabras sincopadas y jergas particulares; utilización de la tecnología durante gran parte del día, evitando el mantenimiento de relaciones personales.
·El infernal “multi-tasking”
Así como las nuevas tecnologías cambian la manera de vivir, de conocer y de pensar y, en algunos aspectos, la hacen más fácil; existe la otra cara de la moneda: pueden producir efectos adversos.
Por ejemplo, el uso del ordenador hace que procesemos más información en paralelo, algo que los investigadores han denominado como “síndrome de las ventanas”. Cualquier usuario de ordenador, bajo sistema operativo Windows, está  habituado a la apertura de ventanas en su pantalla, que van iniciando procesos, por lo que, al cabo de unos minutos de trabajo, se tienen muchas tareas en marcha (“multi-tasking”). El tecno-estrés convierte la multi-tarea en un hábito, un hábito que nos pasa una cara factura, como veremos más abajo.
Por lo pronto, sólo añadir que el hecho de realizar varias tareas a la vez lleva a alteraciones en la concentración y en la memoria (fatiga), o en la percepción del tiempo. También puede conducir al aislamiento y a la falta de contacto humano.
Los psicólogos Weil y Rosen, autores de libro TechoStress, ya citado, afirman que “la creciente necesidad de tecnología crea una dependencia”. Y al contar siempre con ella, en cuanto algo ‘les sale mal’, los tecno-adictos caen en una especie de depresión. También advierten que algunas personas están tan enfrascadas en la tecnología que “corren el riesgo de perder su propia identidad”.
Existen estudios curiosos que recogen, por ejemplo, las fobias que desarrollan los info-agobiados. Así, las cosas que más fastidian a un usuario informático son: la escasa velocidad del software (61% de los casos), la escasa velocidad de la máquina (60%), que el sistema se cuelgue (54%), la pérdida de datos (46%), los errores de programación (45%), recibir mensajes no deseados (44%) y la dificultad para comprender el ‘interface’ o jerga informática (44%). No es extraño que circulen chistes al respecto subrayando el hecho que los usuarios informáticos “odian” más al creador de Microsoft que a Bin Laden.

Tecno-fobia
La tecno-fobia es la cara menos amable del tecno-estrés. El impacto de la tecnología de información avanzada ha conducido a situaciones incómodas de pérdida de privacidad, exceso de información, pérdida progresiva del contacto cara a cara y el tener que aprender en forma permanente nuevas habilidades. Es el “boom” de la tecnología, renovarse (adaptarse) o ‘morir’ si no se intenta. Aunque también hay personas que ‘mueren’ en el intento.
Son muchos los ejemplos en que la mecanización tecnológica de los procesos coloca a personas en una indeseable situación de estrés tecnológico. Por poner algunos ejemplos, citaremos la mecanización de tareas administrativas en los servicios de Correos, o la irrupción de los sistemas de diseño CAD-CAM en la  industria de la confección. En ambas situaciones, muchos trabajadores habituados a los sistemas tradicionales del matasellos o el patronaje se han visto “trasplantados” a procesos radicalmente diferentes, con máquina de por medio, e ‘interfaces’ de usuario no excesivamente ‘amigables’ o, cuando menos, difíciles de interpretar por todos los públicos. La consecuencia ha sido obvia: los patronistas tradicionales o los funcionarios de correos, con muchos años de oficio, han mostrado una lógica resistencia a sucumbir a los ‘encantos’ del ordenador, percibido como un ‘tirano’. Es lo que los expertos definen como la “resistencia al cambio”. Ya sabemos que algunos cambios son traumáticos, y así lo perciben aquellas personas que dan por hecho que la tecnología les ha llegado tarde, o no es para ellos. Las excusas podrán ser de variada índole, pero siempre con el denominador común de una fobia tecnológica subyacente.
Así pues, el tecno-estrés también se refiere a un estado de irritación (“burnout” – “estar quemado”) provocado por la falta de habilidades para adaptarse con rapidez a los cambios tecnológicos. Como sabemos, el estrés y la tensión son normales; son respuestas de adaptación. Los necesitamos para superarnos ante retos y dificultades y para que fluya la adrenalina. Aunque hemos de aprender a convivir con las tensiones provenientes de nuestro trabajo, demasiado estrés laboral puede tener consecuencias negativas. En el caso de los tecnófobos, su estrés procede de las máquinas y otras situaciones de la organización del trabajo.
·¿Por qué evitar el “multi-tasking”?
Un estudio reciente del National Institute of Health encontró que una región del cerebro específica y bien desarrollada gestiona un comportamiento multi-funcional o de tareas múltiples. Esta habilidad permite a las personas distraer temporalmente su atención de la tarea principal hacia actividades alternas, para regresar posteriormente a la tarea inicial.
El problema surge cuando se están haciendo “demasiadas cosas” a la vez, concepto que variará en función del sujeto. En ese entorno de multi-tarea, el cerebro carga con todos esos requerimientos extras, en espera de ser resueltos, lo que suele cursar con dificultades para la concentración a lo largo del día y, lo que es peor, puede que las tareas pendientes emerjan inopinadamente a media noche. “Estamos creando situaciones que mantendrán el cerebro activo, procesando tareas sin terminar, inclusive cuando se supone que debe estar tranquilo y durmiendo”, advierte el Dr. Rosen.
·“Locura multifuncional”
Es frecuente que las personas se creen expectativas irreales sobre la velocidad con que pueden ejecutar tareas. Pretender hacer más de una cosa a la vez aumenta los niveles de estrés y disminuye el sentido de control y la productividad. Aún así, hay personas que se han acostumbrado de tal forma a las tareas múltiples que se sienten incómodos haciendo una sola cosa a la vez. Es lo que los doctores Rosen y Weil llaman “locura multifuncional”, un comportamiento alterado sin solución de continuidad: no podemos multi-funcionar indefinidamente. También conviene desterrar el mito según el cual el sexo femenino está más capacitado para la multi-tarea. Aunque así sea, dicho comportamiento es desaconsejable de todo punto, sobre todo cuando se trabaja con equipos informáticos (“síndrome de las ventanas”).
Las razones son obvias: la multifuncionalidad eleva los sistemas bioquímicos y fisiológicos del cuerpo. Esa hiperactividad puede insensibilizar los sentidos, haciendo más difícil pensar con claridad. “Esto provoca –dice Rosen- reacciones químicas en el cerebro que harán que se agote, que esté irritable y cree el potencial para que posteriormente aparezcan problemas fisiológicos”. En la práctica, con mucha frecuencia, se observan contracturas y otras lesiones musculo-esqueléticas en personas sometidas a estrés; es la somatización de procesos de origen psíquico.
·Tecno-aislamiento
La tecnología no sólo invade la vida individual y laboral de las personas, también cambia la dinámica familiar recluyendo a los miembros en su propio espacio estanco.
Los componentes de una familia pueden estar juntos en la misma habitación, pero la madre puede estar chateando con sus amigas en Internet, los mas jóvenes jugando video juegos, y el padre recibiendo correos electrónicos de la oficina. “La tecnología tiende a ser individual, una actividad de una sola persona”, sentencia al respecto Rosen, que además advierte de los peligros del mundo tecnológico para los niños, un espacio “tan fascinante, diseñado para tener el control del poder, que ellos jugarían durante 24 horas seguidas”. Paradójicamente las autopistas de la información nos pueden acercar a lugares o personas remotas, a relaciones virtuales, pero nos alejan de nuestro entorno físico, de las personas contiguas y de las relaciones interpersonales tal como han sido hasta la irrupción de internet.
Como sentencia en un artículo periodístico Juan Manuel de Prada, “el tecno-estrés altera, al principio de forma imperceptible, pero enseguida de un modo insidioso y asfixiante, nuestros hábitos: los límites entre la jornada laboral y el tiempo reservado al ocio se difuminan; los vínculos de cohesión familiar se hacen quebradizos y el autismo afectivo acaba sustituyendo las naturales expansiones sentimentales que regían el trato con nuestros allegados; toda la liturgia de aproximaciones y tanteos que componen el cortejo erótico son suprimidos, en el afán de obtener una satisfacción sexual expeditiva e inmediata; el flujo incesante de información que nos proporciona la tecnología nos impide adiestrar la capacidad para digerirla, lo que inevitablemente erosiona nuestro mundo interior, hasta tornarlo raquítico o inane. Pero quizá el efecto más estragante del tecno-estrés –y lo que lo convierte en una enfermedad adictiva– sea la conciencia o complejo de inferioridad que instila en el enfermo, que llega a confundir el desasosiego abrumador que la tecnología ha introducido en su existencia con una carencia personal que sólo puede corregirse… mediante una mayor dependencia tecnológica. Como en la paradoja de Zenón, en la que Aquiles jamás alcanzaba a la tortuga, la vida del tecno-estresado se convierte en una perpetua carrera en pos de un espejismo que siempre se le escapa, obligándolo a ir siempre un poco más rápido”.

Personalidades proclives al estrés
No todas las respuestas son idénticas ante el mismo estímulo. Las personalidades con rasgos pesimistas (tipo A) tienen tendencia a responder negativamente a los factores estresantes. Por contra, las personalidades optimistas (tipo B) parecen responder más positivamente ante factores estresantes.
Las personalidades del tipo A corresponden a individuos agresivos, fácilmente irascibles, que se centran excesivamente en sus logros y viven permanentemente con la urgencia del tiempo. A las personalidades Tipo A les gusta moverse con rapidez y realizar más de una actividad simultáneamente. Trabajan largas horas, con constantes presiones de límite de tiempo y sobrecarga de trabajo. Esta tipología de individuos, con un rasgo de mal humor, característica de gerentes, personal de venta, especialistas, secretarias u operarios, experimenta gran estrés, por lo que existe una clara predisposición a las patologías cardíacas. Habitualmente trabajan también desde la casa, por la noche y los fines de semana. Les cuesta relajarse y nunca “desconectan”. Compiten constantemente consigo mismos, auto-imponiéndose metas muy altas de productividad. Para colmo de su propia insatisfacción, tienden a sentirse frustrados por su situación laboral, a molestarles los esfuerzos laborales de los otros y a ser incomprendidos por sus jefes.
Las personalidades del tipo B (optimistas) son menos competitivas, afrontan la realidad de un modo más relajado y, en consecuencia, no suelen desarrollar síndromes de estrés.

Fases del estrés
El estrés no es más que una respuesta de adaptación a mayores exigencias. Como tal, no es malo, siempre que la situación no se convierta en un círculo vicioso o una espiral sin fin que hace del estrés algo crónico.
El individuo estresado pasa por diferentes fases:
-Reacción de alarma. El organismo, amenazado por las circunstancias, se altera fisiológicamente por la activación de una serie de glándulas, especialmente en el hipotálamo y la hipófisis, y por las glándulas suprarrenales. Al detectar la amenaza o riesgo, el cerebro estimula al hipotálamo, que segrega sustancias específicas que actúan como mensajeros para zonas corporales también concretas (riñones, páncreas, etc). Así se activa la secreción de corticoides, la adrenalina, u hormona de la emoción, y otros humores. Estas hormonas son las responsables de las reacciones orgánicas.
-Estado de resistencia. Cuando un individuo es sometido de forma prolongada a la amenaza de agentes lesivos, su organismo prosigue su adaptación a las demandas de manera progresiva, si bien puede ocurrir que disminuyan sus capacidades de respuesta debido a la fatiga que se produce en las glándulas del estrés. Durante esta fase suele obtenerse un equilibrio y, si el organismo tiene la capacidad para resistir, no aparecerá problema alguno; en caso contrario el estresado entrará en la fase siguiente.
-Etapa de agotamiento. La disminución progresiva del organismo frente a una situación de estrés prolongado conduce a un estado de gran deterioro, con pérdida importante de las capacidades fisiológicas. Cuando sobreviene la fase de agotamiento, el sujeto suele sucumbir ante las demandas, ya que se han visto reducidas al mínimo sus capacidades de adaptación e interrelación con el medio. De ahí la importancia que señalábamos de que el estrés no sea una lucha constante por la supervivencia, ya que no hay ser humano que resista indefinidamente.

Pautas de comportamiento
Combatir el síndrome de la fatiga informativa puede y debe hacerse observando unas sencillas pautas de comportamiento:
-Fijar un límite de navegación por la red. Es evidente que pasar doce o más horas frente a una PVD (pantalla) no puede ser bueno para el organismo.
-Establecer un horario para el uso del móvil, desconectándolo al cumplirse el mismo.
-Marcarse unos horarios de consulta del correo electrónico, distribuyendo los mensajes según su prioridad.
-Prescindir completamente de la tecnología al menos un día en semana. Ello supone no leer el correo, ni usar el móvil, no navegar por internet, no encender la PDA ni jugar con la Play Station.
-Siempre que sea posible, puede primarse el contacto telefónico o personal al envío de mensajes de correo electrónico.
El punto de equilibrio en los tiempos de internet y la revolución tecnológica permanente se halla en no desarrollar fobia por las máquinas, pero tampoco pensarnos que podemos alcanzar la autosuficiencia de conocimiento, porque los cambios van más rápidos que nuestro aprendizaje.
Igualmente debemos asumir que el uso de tecnología será cada vez más necesario y pocos podrán esquivarla. En segundo lugar, aceptar que no es posible aprender absolutamente todo sobre los últimos avances, sobre todo cuando parece no haber límite para la invención humana. Sólo se trata de saber desconectarse a tiempo.

Lidiando con el tecno-estrés
Rosen y Weil sugieren las siguientes habilidades de supervivencia:
·Poco a poco
Es mejor concentrarse en una actividad que caer en la dispersión. Lo ideal es hacer las cosas bien, disfrutando de las actividades sin fraccionar la atención.
·Prioridades del conocimiento
Hay que aceptar que no podemos saberlo todo ni digerir la avalancha de información. Conviene limitar las búsquedas en Internet a una duración predeterminada de tiempo.
·Sin prisas
Internet ha cambiado muchos de nuestros esquemas mentales. Un correo convencional puede tardar días en llegar a su destinatario. ¿Por qué nos obstinamos en dar curso inmediato a los correos electrónicos? Es obvio que no es necesario responderlos en cuanto aparecen en la pantalla.
·Tomar notas
Es mejor tomar notas (sobre las que puede volverse más tarde) que realizar varias tareas simultáneamente por miedo a olvidarnos de alguna de ellas.
·Facilitar la concentración
Hay que evitar las distracciones cuando queremos concentrarnos. Lo mejor será dejar que el contestador grabe los mensajes, cerrar la ventana del correo electrónico, dejar el fax entrante en la máquina. Esta desconexión será positiva, evitará la dispersión y obtendremos mayor rendimiento.
·Controlar realmente
“Sea usted quien controle la tecnología, no sea el controlado”, concluye el Dr. Rosen. “No existe forma de evitar la revolución tecnológica. Está aquí y se va a quedar, pero podemos controlar la manera en que nos afecta”. Y una cosa es incontrovertible: desconectar en el sentido más físico siempre es una opción del individuo; basta con desenchufar el ordenador (o el resto de artilugios).

© Manuel Domene Cintas. Periodista.

DESPIECE1:
La avalancha de correo electrónico provoca estrés y baja el rendimiento
El correo electrónico, una de las herramientas de trabajo en cualquier actividad se ha convertido en un quebradero de cabeza para millones de personas.
La avalancha de correos –en su inmensa mayoría correos-basura- que inunda diariamente nuestros ordenadores está siendo la causa de un avance insospechado de los cuadros de estrés. Así lo confirma la experiencia de los usuarios, avalada por estudios que surgen por doquier, como el del departamento de Ciencias Informáticas de la Universidad de Glasgow, con la colaboración de expertos de la Universidad de Paisley.
Los mensajes de correo electrónico son una fuente de presión añadida. La investigación citada pone de manifiesto que el 34% de los trabajadores estudiados se sienten sometidos a estrés por el aplastante volumen de correos electrónicos que llega a sus ordenadores. Un 28% más considera que, sin llegar a altos niveles de estrés, el alud de correos electrónicos supone una “fuente de presión” adicional al trabajo. La mayor parte de los trabajadores restantes no consideraban estresante ni molesto el alto volumen de e-mail, ya que se limitan a no contestar a estos mensajes, o lo hacen con un retraso de entre un día y una semana.
De entre quienes deben trabajar pegados a una pantalla de ordenador, los más “identificados” visitan su correo electrónico “entre 30 y 40 veces por hora” con el fin de revisar sus nuevos contenidos. Esto supone una atención casi exclusiva del correo, con la consiguiente falta de rendimiento general. Hasta un 35% de los empleados chequean su correo “cada cuarto de hora”, mientras que el 50% (los más relajados), lo hacen “más de una vez cada hora”.
Pese a la contundencia de estos datos, que nos hablan de una fuerte compulsión a la consulta del correo, los afectados no tienen una consciencia clara de su “adicción”. De hecho, tras la instalación de un software testigo en los ordenadores de los trabajadores encuestados, se comprobó que, realmente, visitan su correo electrónico con mayor frecuencia de lo que piensan (en la mayoría de los casos revisaban los e-mail cada cinco minutos).
La lucha contra este problema emergente pasa por cambiar las pautas de comportamiento ante la recepción de correos estableciendo un protocolo regulador de la respuesta. Los psicólogos que han formado parte del equipo de investigación consideran que el estrés responde “al sentimiento que tiene el trabajador de que debe responder rápidamente al mensaje para no defraudar las expectativas de quien lo envía”. Los investigadores concluyen que el chequeo constante del correo “afecta muy negativamente a otras iniciativas del trabajo, porque interrumpe la cadena de pensamiento”.

DESPIECE2:
Filtros más o menos drásticos
En nuestro entorno conocemos experiencias de empresas para atajar o intentar controlar el problema. El abanico de posibilidades va desde una drástica desconexión del correo a establecer filtros, que pueden ser los conocidos filtros “anti-spam” que incorporan los propios programas de correo (o programas específicos), o una persona-filtro que se encarga de recibir, cribar y redirigir el correo útil al resto de personas y departamentos de la empresa. Esta opción, que supone la dedicación plena de una persona, aporta como contrapartida un evidente relax y mayores posibilidades de rendimiento para el resto de la plantilla.
Con todo, el correo seguirá inundando nuestras bandejas de entrada, por lo que las empresas han de plantearse poner en marcha acciones de “catarsis” eficaz del correo (tipo filtros) e intervenciones psicosociales para frenar la progresión del estrés de los receptores.
En cuanto a las opciones drásticas de desconectar el correo -tan legítimas como cualquier otra- un secretario de una asociación de periodistas me comentaba que “hace un tiempo decidí no abrir el correo. Cada uno te pide una cosa y, si me dedicase a atenderlos, la asociación se paralizaría porque no podría ocuparme de otra cosa”. Parece una situación extrema con regusto de vuelta atrás, pero el citado secretario no tenía dudas de haber hecho lo mejor: “siempre hemos funcionado, incluso cuando no existía internet. Quien realmente está interesado en contactar con nosotros recurre a los sistemas tradicionales, y nadie queda desatendido”.
Es probable que el ejemplo comentado nos parezca radical, pero responde a una realidad. La persona que así se manifestaba era renuente a la tecnología, de edad avanzada. Probablemente un ciudadano tecnófobo curtido en el uso de las comunicaciones clásicas.

Pie de foto Tecnoestrés1:
La multi-tarea propiciada por el sistema operativo Windows puede conducir al denominado “síndrome de las ventanas”, que provoca dispersión y, a la postre, más estrés

Pie de foto Tecnoestrés2:
Los tecno-adictos realizan una utilización compulsiva de la tecnología durante gran parte del día, lo que impide el normal desenvolvimiento de relaciones personales

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Los móviles también forman parte de nuestro ocio. Los psicólogos recomiendan establecer unos periodos de desconexión. Foto gentileza de Nokia.