SECCIONES DE INTERÉS

jueves, 4 de febrero de 2021

'Deepfakes', 'cheapfakes' y apocalipsis informativo

La mentira es todo un clásico entre los humanos desde la noche de los tiempos y, en cualquier época, los individuos -y sociedades- han sido rehenes y víctimas al mismo tiempo de mentiras, falsedades, medias verdades o falta de transparencia. Últimamente, las mentiras de estado de las primeras potencias mundiales, difundidas por las redes sociales (RS), ponen de manifiesto su capacidad de socavamiento, erosión y desestabilización, condiciones que, en la aldea global, tienen un alcance planetario. Cuando unos estornudan, otros se contagian. Esta es hoy una realidad palmaria y no figurada en sociedades que forman parte de una red de vasos comunicantes. Los informadores somos ahora más necesarios que nunca.

Este post revisa los conceptos de ‘cheapfake’ (noticias falsas grotescas), ‘deepfake’ (noticias falsas elaboradas) y su deriva hacia una apocalipsis informativa (‘infocalipsis’), situación instigada por singulares actores de RS (en algunos casos perfiles políticos de relieve, que ya se conocen como ‘Twiplomats’ o diplomáticos de Twitter). Apuntamos asimismo el impacto de nuevas tecnologías como la IA (Inteligencia Artificial) en el ‘totum revolutum’ de la mentira contemporánea y global, y el papel de la información veraz como garante de unas condiciones aceptables de paz y libertad en tiempos inestables.


La ‘twiplomacia’ china o el estilo barato ‘cheapfake’
Las ‘cheapfake’ (literalmente, mentiras baratas) son un recurso predilecto de intoxicación de la diplomacia china. Mientras las plataformas de redes sociales occidentales están prohibidas en China, el gobierno chino saca provecho (especialmente de Twitter) para promocionar la idílica narrativa china en el mundo e influir en la opinión pública. Desde las protestas de 2019 en Hong Kong, el estado chino ha reforzado su presencia en Twitter (a través de cuentas falsas, secuestradas, y también de miembros del gobierno) creando una poderosa máquina propagandística que es apoyada por diplomáticos, embajadas y consulados en todo el mundo, con la misión ‘diplomática’, en expresión literal, “de explicar bien las historias de China”. Esto conlleva en paralelo explicar mal otras historias ajenas a la realidad china, o vinculadas al mundo occidental. Todo ello configura un escenario mundial de lucha dialéctica basada en narrativa y contra-narrativa, siendo los EE.UU. (y aliados) el principal ‘enemigo’ en el punto de mira del gigante asiático.

Las mentiras en red de China son una mezcla de propaganda y de desinformación. Ejemplo de lo primero lo tenemos en la actitud china ante la pandemia mundial del coronavirus. Dada su ventaja temporal en la reacción contra la enfermedad, China puso en valor el ofrecimiento de ayuda a otros países (Italia entre ellos), haciendo circular una campaña propagandística para moldear las percepciones en el mundo, explotar las tensiones políticas y el vacío en el liderazgo global que se derivaron de la coyuntura de crisis. Impulsando su macro-narrativa doméstica e internacional, China se ha querido mostrar al mundo como el campeón solidario y victorioso (el ejemplo de echarse flores uno mismo es un clásico de narrativas de ficción como ‘Rebelión en la granja’ - ‘Animals Farm’, donde el líder, Napoleón, se auto-condecora con medallas varias de animal heroico, pese a no haber hecho nada por la colectividad). El intento de propaganda de China sólo esconde el deseo de ocultar su condición de mero superviviente de la crisis sanitaria existente, además de crear una cortina de humo sobre el origen y el inicio del brote pandémico. A pesar de los esfuerzos, ha quedado constancia de la censura china a los medios de comunicación y los médicos ‘soplones’ (confidentes), que fueron silenciados como suele hacer cualquier régimen autoritario.

El falso liderazgo pandémico de China es un ejemplo de ‘cheapfake’. Pero aún hay otras intoxicaciones de peor pronóstico en cuanto a su intención y potenciales consecuencias. Nos referimos, por ejemplo, a la publicación en Twitter, hecha por el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de China, Lijian Zhao, de una imagen manipulada. Se ve un soldado sosteniendo un cuchillo ensangrentado contra la garganta de un niño afgano sobre la bandera australiana. El niño, con la cara oculta detrás de un velo semi-transparente, coge un cordero. Al pie se ha incluido una frase con intención sardónica que dice literalmente: “¡No te preocupes. Hemos venido a traerte la paz!”. Para más escarnio, Zhao tuiteó: “Conmocionado por el asesinato de civiles y prisioneros afganos por parte de los soldados australianos. Condenamos enérgicamente estos actos y pedimos responsabilidades”.

La imagen, que ni siquiera es convincente, podría haber sido el ejercicio de un primerizo con Photoshop. Se trata de una falsificación barata (manipulada, editada, etiquetada y contextualizada inadecuadamente) para difundir desinformación. La protesta del primer ministro australiano, Scott Morrison, quien tildó la imagen de “repugnante”, no fue atendida por el gobierno chino. 

La intoxicación en la red con noticias falsas hace presagiar dos realidades emergentes: China estaría cambiando el papel de potencia benigna y responsable por el nuevo rol de agitador que difunde desinformación de forma activa en las RS. Otra realidad emergente es la de la importancia que va alcanzando la desinformación visual (manipulación al alcance de niños de parvulario con la app adecuada) como herramienta política y mecanismo de desestabilización.


Mentiras premium, elaboradas o ‘deepfakes’
Lo vivido en EEUU las últimas semanas es un ejemplo de cómo la mentira pertinaz puede conducir a la insurrección, revuelta o intento de subversión. La ‘deepfake’ (mentira profunda, literalmente) no es sino una ‘cheepfake premium’ o mentira de nivel avanzado. Nina Schick, comentarista política, asesora  y especialista en el efecto de la tecnología sobre la política actual, en su reciente libro, ‘Deepfakes: The Coming Infocalypse’, la define como “una ‘ultra-falsificación’, un ‘contenido sintético’ que ha sido manipulado o creado con inteligencia artificial”. Hace años que periodistas y tecnólogos advierten contra este fenómeno en expansión que crea narrativas distorsionadas para envenenar la opinión pública. Y Schick dice al respecto que “los avances tecnológicos están mejorando en paralelo a la calidad de la desinformación visual y la facilidad de que cualquiera la genere. Desde el momento que es posible crear ‘deepfakes’ utilizando sencillas apps, prácticamente cualquier persona podrá crear desinformación visual sofisticada con un coste ínfimo”.

Las ‘deepfakes’ alcanzaron su cénit justo en la campaña de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Son ejemplos de esta intoxicación informativa, entre otros, una creación irónica de la cadena estatal Russia Today (RT) presentando un falso Donald Trump derrotado y admitiendo ser un títere de Vladimir Putin. También apareció lo que Nina Schick califica como “el infame video manipulado de la presidenta de la Cámara de Representantes de EE.UU, Nancy Pelosi”. La desinformación se abonó también con constantes acusaciones de Trump y sus partidarios de un hipotético fraude electoral generalizado, que nunca se pudo probar. Todo ello, fueron intentos de enrarecer el aire político del contexto electoral que, aparentemente, no prosperaron. De hecho, a primeros de diciembre, el Fiscal General, Bill Barr, admitió que el Departamento de Justicia no había descubierto evidencia de fraude. Igualmente, la autora Nina Schick, admitía en un artículo publicado por el MIT, que “no se materializó nada que se pueda considerar que influyó objetivamente en el resultado electoral”. Schick lo justificaba en el hecho de que “las ‘deepfake’ aún no se han convertido en armas de desinformación masiva”. Lo que sí empezaba a hacerse evidente es que un presunto ‘gangster’, con incontinencia verbal y mentiras de alcance patológico en las RS, apoyado por una cadena ultraconservadora de medios (Fox), se alzaba (por auto-proclamación) como un salvador de la República, como una especie de mesías a quien le querían robar la Casablanca (y la salvación de la patria), siendo culpable una ‘mano negra’ que habría tejido una trama oculta para socavar los cimientos de la nación. Esta narrativa -elemental y sin pruebas- había sido condimentada con ingredientes nocivos (casi inflamables), agitada y ultra-divulgada por todo el país. ¿Daría fruto? 


Infocalipsis 1.0
El apocalipsis informativo que vivieron los Estados Unidos después del proceso electoral maceró entre recuentos de votos, falsas denuncias de fraude y vehementes ‘tuits’ de Trump afirmando que no se dejaría defenestrar de la Casa Blanca, porque había sido víctima de un robo electoral. En suma, una narrativa esperpéntica, impropia de una democracia decana que, durante meses, ha adoptado comportamientos propios de repúblicas bananeras. Este apocalipsis informativo (tóxico) fue degenerando, haciendo aflorar resultados malignos. Los agitadores políticos hacen circular las mentiras, repetidas como una letanía interminable, hasta que son aceptadas como verdades. Siempre hay alguien, cercano ideológicamente, que acabará ‘comprando’ aquella ‘verdad’.
Las noticias falsas mediáticas, que nacieron con el experimento ‘gracioso’ de Orson Welles con “The war of the worlds”, ahora circulan por todas partes, porque la tecnología nos lo permite

Los correligionarios de Trump estaban exaltados: el desalojo de su líder de la presidencia de la Unión tenía consecuencias apocalípticas para los votantes conservadores, depositarios -según ellos mismos- de los valores fundamentales de la democracia estadounidense. Y el fundamentalismo nunca retrocede si no le cortan el paso.

El 6 de enero de 2021, el mundo asistía atónito al asalto al Capitolio de Washington, icono de la democracia y sede de las dos cámaras del Congreso de la Unión. Los exaltados partidarios de Trump escenificaron sus protestas por el supuesto engaño electoral, perturbando la paz del país al ocupar de forma violenta (e intenciones todavía poco claras) el Capitolio. El incidente se saldó con 6 muertos, conmoción en todo el país y unas medidas de seguridad de estado de guerra para la ceremonia de investidura del presidente entrante, Joe Biden, el 20 de enero. Será la investidura más atípica de la historia de los EE.UU, de la que son culpables el virus de la Covid-19 y el virus de la desinformación con intencionalidad política.

Las noticias falsas mediáticas, que nacieron con el experimento ‘gracioso’ de Orson Welles con “The war of the worlds”, ahora circulan por todas partes -porque la tecnología nos lo permite- con falsificaciones caseras masivas de alcance inesperado. Es la tormenta perfecta: todo el mundo puede ‘infoxicar’, estamos en la era del infocalipsis... El Capitolio ha mostrado la facilidad con que el apocalipsis informativo puede dar paso a un apocalipsis real capaz de volatilizar el orden y conmover la seguridad.

El infocalipsis 1.0 de la era Trump nos ha ofrecido una visión de conjunto, con rasgos destacables, como los siguientes: las ‘cheap-deepfakes’ del presidente ‘tuitero’ (o gorjeador), más allá de la ‘infoxicación’, han exasperado el discurso del odio con un populismo radical que tiene capacidad de provocar la crispación y la polarización (rotura y enfrentamiento) de la sociedad norteamericana. Asimismo, las ‘cheap-deepfakes’ del que ha sido el peor presidente de EEUU, según los analistas, han constituido un peligro más que evidente para la democracia, donde no tienen cabida ‘caudillos’ fundamentalistas que se creen imprescindibles y se atreven a embarcarse, sin auto-crítica, en procesos subversivos del orden.

En general, todas las ‘fakenews’ generan efectos indeseables en la economía, como ya hace años había pronosticado el Premio Nobel de Economía 2013, Robert J. Shiller. Es necesario que las RS moderen la difusión de discursos incendiarios. Y el periodismo informativo, independiente y veraz sigue siendo el primer valedor de la libertad y el freno contras los abusos.

Adicionalmente, el asalto al bastión de la democracia norteamericana nos deja instantáneas históricas, como ‘el espectáculo’ de los ultramontanos de la América profunda dejándose ver campar como bárbaros en el Capitolio, encabezados por el extremista Jake Angeli, caracterizado para ese evento ‘golpista’ con un casco de bisonte en la cabeza. También recordaremos la imagen de un patético Donald Trump que sólo pisa el freno cuando ha consumado su caída y teme ser incapacitado (Enmienda 25) los últimos diez días de su mandato. Retendremos la imagen de un incendiario de las redes, con personalidad psico-patológica y acceso al botón nuclear (pasando -menos mal- por la Junta de Jefes de Estado Mayor), que se ha rodeado con todos los ingredientes del esperpento para continuar ‘gobernando’ a su manera. Como abanderado de las ‘fakenews’, Donald Trump pasará con méritos ganados a pulso al desván de la historia.

La pesadilla del Infocalipsis 1.0 de Donald Trump ha pasado esta vez. Pero, es probable que, de ahora en adelante, las ‘fakenews’ continúen. Y así seguiremos bordeando los riesgos del apocalipsis informativo (para sufrir nuevos accidentes-incidentes). Con la idea de que ‘lo mejor aún no ha llegado’ (‘The best is yet to come’), horas antes de dejar la Casa Blanca, Trump ponía fin (o no) a un mandato-culebrón.